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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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LITERATURA

Paz Soldán, un narrador peligroso

Texto leído en la presentación de Desapariciones (Ed. Nuevo Milenio - Página de Espuma), obra de Edmundo Paz Soldán que contiene sus dos primeros libros de cuentos. El acto tuvo lugar el miércoles en el Centro Patiño.<BR>
Paz Soldán, un narrador peligroso



“Salí al jardín y me dirigí a hacia Silvia. La tomé por sorpresa y la abracé. Me perdí un buen rato entre sus brazos, sin decir palabra alguna, escuchando los latidos de su corazón y del mío. Ella pareció entender, y tampoco dijo nada.

—¿Qué pasa? —dijo al fin— ¿Alguien te dejó?

—Nada —dije, mirándola, dando un paso atrás—. Sólo que el mundo está lleno de narradores peligrosos”.

Si a la palabra peligro asociamos la palabra riesgo, como sugiere el diccionario, es Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) uno de estos narradores peligrosos.

La cita del inicio corresponde al final de Río Fugitivo, novela publicada en 1998. Por esos años, una profesora nos machacaba cada clase en el colegio que, fuera de los clásicos, poco o nada mejor podíamos leer. Así, en medio de las aventuras de Odiseo, Don Quijote o del Cid Campeador, mucha desconfianza me producía escuchar el denominativo McOndo, como se llamó a la corriente de jóvenes escritores que desafiaban la tradición latinoamericana del Boom. Debo admitirlo, mayor suspicacia aun me generaba escuchar el nombre de Paz Soldán entre los de los exponentes de ese movimiento. Y es que, con más complejos que dudas, ahora lo sé, me preguntaba qué hacía un chango boliviano dándosela de artista cosmopolita. De ese modo, con la tan típica insolencia del que critica sin conocer, me enfrascaba en pretendidas discusiones literarias con los compañeros que ya habían leído más, que ya habían ampliado su horizonte.

Esto me duró precisamente hasta que Río Fugitivo cayó en mis manos, digamos que por accidente. La cosa venía con un gancho a primera vista: estaba ambientada en mi ciudad y sus protagonistas eran de una promo de solo varones como, por fortuna, ya no las hay. Pero ese anzuelo casual se transformó de inmediato en una red de la que como lector ya no pude salir. Edmundo no solo me contaba las peripecias de unos pubertos más o menos contemporáneos. Entrelíneas, como en toda gran obra, estaban las apariciones. Ahí se veía con nitidez la huidiza identidad de Cochabamba, de los cochabambinos y los bolivianos; las primeras desestructuraciones de lo que en teoría era una región de encuentro de clases; los rompimientos de los pétreos idearios de familia; los espejismos de islas de modernidad en esta suerte de mediterráneo fin de mundo. Y, en los resquicios, aparecía lo más importante: un estilo literario propio, un diálogo con lo que se escribió en muchas otras partes y en otros tiempos.

He comenzado refiriéndome a Río Fugitivo porque es justamente pocos años antes de ella que aparecieron los dos primeros libros de Paz Soldán, los de cuentos Las máscaras de la nada (1990) y Desapariciones (1994), que conforman este acierto de reedición que es Desencuentros (Ed. Nuevo Milenio - Páginas de Espuma). Las primeras pistas de todo lo anterior están aquí.

Un buen amigo me aconsejó que para conocer la declaración de principios de un creador había que acudir a sus primeros trabajos. De ese modo, cuánto nos dice del entonces veinteañero autor, nacido en un país del que siempre se ha dicho que no tiene figura paterna, el primer relato breve acerca de un hombre que recuerda los luctuosos presagios de su madre antes de ser fusilado, en una escena además tal vez opuesta, tal vez complementaria, a la inicial del coronel Aureliano Buendía de García Márquez. O cuánto vértigo nos produce alguien que descubre que se hace hombre afeitándose frente a un espejo, hiriéndose y repitiendo esta operación a la que nos condena el crecer, el madurar. O qué espanto sufrimos cuando verificamos que eso que llamamos realidad es apenas un simulacro que se reproduce hasta el infinito. O, de nuevo en Cochabamba, vaya desazón la que se percibe cuando vemos posible que nuestra ciudad podría trasladarse, mas nunca cambiar.

Son esos los contenidos de los primeros relatos de La máscaras de la nada. En Desapariciones, con algo menos de economía de palabras, pero con potencia sostenida, asistimos al duro y literal envejecimiento de las parejas y de eso que se creía que eran los lazos familiares; comprobamos de nuevo que el amor puede ser el más común de los lugares; y, tras todo ello, recordamos otra vez a nuestra profe del colegio, pero ahora revisitando clásicos desde la perspectiva de Edmundo y a manera de homenaje a Homero, a Borges y Kafka, entre tantos otros.

Como reza la contratapa de Desencuentros, de Edmundo Paz Soldán Sergio Ramírez ha dicho: “En sus cuentos, sigue siendo el policía de sobretodo que apenas entra en la escena del crimen sabe que se trata siempre de averiguar sobre el corazón humano”. Patricio Zunini ha acotado: “Con la herencia de Borges y Cortázar, Paz Soldán salta entre simulacros y pasadizos. Su confianza en las palabras y su imaginación desbocada logran conquistar aquello que sus personajes buscan”. Y al respecto poco más puedo yo decir.

En lo que sí soy capaz de abundar es en otros riesgos que ha tomado nuestro autor. No por afán, sino por mero fruto de la calidad de su trabajo, uno de ellos ha sido el éxito. Traducciones a 11 idiomas, decenas de ediciones nacionales y extranjeras, y numerosos premios han hecho inevitable la pronunciación de su nombre cuando en cualquier parte se habla de literatura boliviana. Pero ese éxito ha sido un óbice, dónde más que en suelo propio.

Cuando se acabe la paradoja de que tengamos una academia literaria tan paceñocentrista a la vez que tan cochabambinista, se reparará la grave injusticia de no haber incluido a Río Fugitivo entre las novelas fundamentales del país. Cuando nuestros especialistas sientan tedio de tanto mirarse el ombligo, seguramente habrá más tesis y estudios que confirmen, por ejemplo, que El delirio de Turing (novela, 2003) predijo, desde la ficción y tres años antes, el cambio político y social que sobrevendría en 2006; o ratificarán que Los vivos y los muertos (novela, 2009) encabeza la lista de nuestras mejores obras policiales.

Y acá otro riesgo, el de la generosidad de nuestro escritor. Rodrigo Hasbún, Liliana Colanzi, Sebastián Antezana, Wilmer Urrelo y Giovanna Rivero, por nombrar a los más sobresalientes, son literatos que brillan con luz y méritos muy propios. Todos ellos, sin embargo, en su momento han agradecido algún gesto o acción de Paz Soldán. Ya sea como primer lector, como gestor de encuentros y festivales, como comentador o como eficiente nexo amistoso con creadores en boga de otras latitudes, Edmundo es el gran y generoso articulador y difusor de la mayoría de nuestros literatos más destacados, cumpliendo muchas veces las obligaciones de una particular “revolución democrática y cultural” que no tiene presupuesto para la cultura. Y, ojo, no solo de ellos. Paz Soldán no pierde foro alguno para hacer conocer al orbe la valía casi oculta en la escena exterior de autores como Jaime Saenz e Hilda Mundy, por mencionar a dos a los que siempre regresa, como cada año retorna a su país para seguir promocionando a jóvenes y para seguir apostando por publicar en editoriales nacionales, una de las más notables la de Marcelo, su hermano, quien en lo suyo es un digno heredero del trabajo librero del recordado Werner Guttentag.

Lo dicho párrafos antes, sobre todo la sensibilidad que el arte le signa para ver el contexto, hacen que el de Edmundo sea un fuste tan en extinción en los tiempos que corren, el del intelectual integral. Aunque un tantito mínimo a la derecha para mi gusto, debo reclamar, la voz de Edmundo es la autorizada cuando en el planeta se trata de analizar la actualidad boliviana en sus diferentes facetas. Varios de los más prestigiosos medios en español lo tienen o lo han tenido como una lúcida fuente de interpretación, y lo que ha dicho o escrito siempre ha correspondido a las causas y consecuencias profundas de nuestro pasado, presente y devenir. Sabe él que desde la literatura se divisan con claridad mayor las costuras, quiebres y oportunidades de los pueblos.

Es pues Edmundo un narrador peligroso. El último de los riesgos que ha tomado es invitar a un periodista y aprendiz de lector, valga la redundancia, a presentar su libro, en vez de a un académico. Y yo estoy muy feliz por este tan alto honor.

Periodista - [email protected]