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[LA LENGUA POPULAR]

Soundtrack



En el diccionario etimológico de Corominas, la palabra glosario es una derivación de la raíz Glosa, palabra que viene del latín Glossa y es entendida como rara y de oscuro significado.

Soundtrack es la novela ganadora del Premio Nacional de Novela 2017. Fue escrita por Camila Urioste y publicada por la editorial 3600. La portada lleva una nota de advertencia que dice: Glosario de términos relacionados. Camila escribe sobre una narradora que cuenta una historia a partir de pedazos, o de islas de recuerdos que tejen una memoria, que tienen como nombres una lista de palabras inicialmente de orden intransigente pero que, en la medida que se van desarrollando, van acariciándonos a ritmo lento. En el proceso de internarnos en la lectura, esta estructura cobra un calor más fuerte, se vuelve más melodiosa y hasta ruidosa, pero estoy hablando de ese ruido necesario, ese que tienen las cuerdas de la guitarra eléctrica cuando nadie la toca y el amplificador está a mil, ese ruido que llueve. Al final es inevitable quedar abrazado o atrapado en el libro o en el peor de los casos en la idea del texto.

Conozco a muchas personas que tienen como ejercicio el coleccionar cosas. Hay un toque enfermizo y mágico en esa práctica, y me animaría a decir constitutivamente humano. Porque, a través del coleccionar, se evidencian fijaciones y pasiones inútiles. Porque lo que se colecciona solamente sirve para el ánimo del que se entrega a esa tarea, después puede lograr una admiración pasajera, que no tiene mayor efecto en el espectador, a no ser que compartan el vicio por los mismos objetos. Un vecino maniático en coleccionar aviones de juguetes me dijo una obviedad, que no deja de tener su grado de genialidad: “Dime qué coleccionas y te diré quién eres”. Coleccionar demanda que los objetos se vuelvan en artefactos fundamentales de su vida. Existe una desesperación por tener más; y que cada uno, a la vez, esté adherido a un toque de historia fantástica. Amamos en doble partida los objetos que coleccionamos por la historia del objeto y por la historia que tenemos al haberlo conseguido. Ambas tienen su fuerza y ambas son inseparables del objeto que es parte de una colección.

Un glosario es una colección de palabras. Soundtrack nos permite al acceso a este lugar donde podemos ver una historia que es contada a partir de las voces privadas de cada uno de los objetos-palabra que fueron detenidamente encontrados, hurgados, pescados en el inmenso mar de la memoria. Donde todo punto puede ser una esquina de final o de bienvenida.

Las palabras sobreviven al tiempo, a nuestra sequedad de la boca, a nuestras corrientes cambiantes, porque en ellas habita un sótano que es cielo e infierno a la vez. Entendemos un lenguaje en un plano general y totalmente funcional a través del intercambio de palabras y su capacidad por hacer algo visible. Estos códigos llamados lenguaje son necesarios para que nombremos al mundo y se nos pueda presentar en la mesa. El informe está terminado. Mañana es feriado. Puedes pasarme la taza roja. Esa silla es más cómoda. La cama la deje sin tender. Llegué tarde al trabajo. Pato. Gato. Cielo. Hormiga. Diles que ya voy llegando. Nube. Avión. Lluvia. Gota. Se cae. La noche. Pero a la vez tenemos otra lectura, que está cargada de una infantil emoción por la fe. Las palabras nos prueban que hemos sobrevivido, que hemos estado ahí, en esa situación a pesar de las tormentas, de los incendios, de los inviernos, de los accidentes, de las casualidades, de las traiciones, de la inevitable suerte de que dejen de querernos, de la falta de voluntad de decir te extraño.

Camila tiene un acierto de lujo en ese plano, porque nos recuerda que estamos compuestos por esos viajes constantes a los sótanos que sostienen nuestros oscuros significados. Nos endeudamos a ellos. Porque la misma palabra es puñal y miel. Y cuando miramos esas sombras, que se dibujan en nuestra lengua, antes de hacer que exploten en un sonido, somos esa vorágine incontenible que se resiste al olvido. Somos fríos y cálidos, con eso mismo que nos nombra.

DEUDA. Le debo una palabra a la luz del sol que entraba por mi ventana. Al tesoro de tediosos almuerzos familiares. Le debo una palabra al hogar antes del naufragio. Al sueño de suicidio en el piso de la cocina. Una palabra de amor para las camas grandes y los cuerpos tibios, una palabra para la pérdida, para el vació, para la amputación de miembros sanos. Debo una palabra a los niños silenciosos, a la Noche Buena, al café que se enfría sobre la mesa. Debo una palabra a la tibieza, a la risa, a sentarse quieta en el sillón sintiendo nada, a la destrucción, el tipo de destrucción que viene en un camión que se lleva a todo, dejando peladas las paredes y vacías las habitaciones, mientras un niño de cuatro años detenido en medio del vació mira a su alrededor, perplejo; le debo una palabra a la verdad que me elude, a la memoria, a la música, al último abrazo, al último beso, al último buenas noches, mi amor.

Buenas noches. (Soundtrack, Pág. 41)

Nombrar las cosas, nuestras cosas más peligrosas, agruparlas y contemplarlas sin la prudencia de una distancia. Es una tarea de fe, a lo que nos queda y a lo que hemos perdido. Escribir es una tarea de fe, y leer, y repetir nuestros nombres mirando el cielo, o mejor fabricando el nuestro, en un sonido limpio, de sutil ruido, en la cueva de nuestras bocas. Lugar en el que todo lo que sabemos del hombre principió. El hambre, el miedo, el fuego, la casa, la palabra dibujada en la piedra.

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