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[LECTURAS SABROSAS]

Urbano Campos y Ojo de Vidrio, cronistas de Cochabamba

El libro Cronistas de Cochabamba reúne una selecta colección de artículos y notas periodísticas de dos destacados escritores cochabambinos, Alfredo Medrano Rodríguez y Ramón Rocha Monroy.<BR>
Urbano Campos y Ojo de Vidrio, cronistas de Cochabamba



La década de los 80 podría ser catalogada como la del “boom” del periodismo cochabambino y boliviano, por los nuevos y renovados aires en las páginas de sus periódicos y revistas, incluso en los programas de televisión, donde aparecerían connotados comentaristas rompiendo los viejos moldes noticiosos.

A mediados de los 80, irrumpen en el ámbito regional dos columnistas que habían tardado tres décadas en hacer lo suyo; el primero, Alfredo Medrano Rodríguez, Urbano Campos, y el segundo, Ramón Rocha Monroy, Ojo de Vidrio. Ambos gozaban de reputación por la publicación de libros y revistas de gran popularidad y aceptación.

Alfredo Medrano fue director del suplemento literario de Prensa Libre y autor de los libros 9 días de viajes por las minas, Cuentos perros, El Quijote y los perros, Cuentos en escala y otros ensayos y antologías, además de haber sido el director de la célebre revista municipal Canata. En tanto que Ramón Rocha había publicado los libros Pedagogía de la liberación, Allá lejos y El Padrino, y ostentaba el Premio de Novela Erich Guttentag, con su obra El run run de la calavera, lauro que compartió con el extinto escritor René Bascopé Aspiazu.

Con esa fama en las espaldas, fueron incorporados a la redacción del matutino Los Tiempos en calidad de columnistas, con un pie en el periodismo y otro en la literatura. Alfredo como responsable de la columna “Reflexiones bajo el molle” que firmaba con el seudónimo de Urbano Campos, y Ramón con el de Ojo de Vidrio.

Las dos columnas revolucionaron el diarismo local y fueron de lectura obligada de miles de cochabambinos y bolivianos, tanto en el interior como exterior del país, porque eran el fiel reflejo del espíritu de la Llajta.

El contacto con la comunicación de masas logró cernir el estilo barroco de los primeros escritos de Ramón, dando cotidianidad, amenidad y claridad. Prueba de ello, al margen de su columna, fue la creación del suplemento Viernes de Soltero y del Ch’aquigrama, alma rebelde llena de alegría, imaginación y osadía.

Sin proponérselo, nuestros entrañables columnistas se constituyeron en los cronistas de Cochabamba, porque sus notas eran un remanso en el trajín de comentarios más o menos uniformes acerca de la coyuntura, porque los temas de cada “calumnia” eran la protección del medio ambiente, la cultura popular, la reflexión sobre la vida y la muerte, la gastronomía, la noticia insólita o el ciudadano que solo aspiraba antes a aparecer en la sección necrológica o en la crónica roja. En algunos casos con sabores y aromas a tierra fresca, yerba buena, suycos y otros gustillos que abundan en este territorio de los excesos.

Los nombres de Urbano Campos y Ojo de Vidrio, por ese entonces, se sumaron a los de muchos periodistas cochabambinos ilustres como José Quintín Mendoza, José Pol, Rodolfo Montenegro, José Antonio Cesáreo Capriles, Rómulo Arano Peredo, Carlos Montenegro, José Antonio Arze, Ricardo y Héctor Anaya, Augusto Céspedes, Jesús Lara, Marcelo Quiroga Santa Cruz, René Zavaleta, Sergio Almaraz, Gustavo Sánchez, Víctor Zannier, René Rocabado, Jorge Suárez, Eduardo Ocampo Moscoso, Rafael Peredo Antezana, José Nogales, Edwin Tapia Frontanilla, Wilson García Mérida y Waldo Peña Cazas, entre otros.

Con todos esos antecedentes, los dos cronistas de Cochabamba fueron contratados, según el prólogo del libro, por Los Tiempos, para descongestionar las páginas editoriales con comentarios frescos que no fueran de coyuntura y política, sino de la cotidianidad subversiva.

Alfredo murió el 16 de abril de 2006, y Ramón fue echado de dicho matutino por instrucción de un sordo del alma en funciones de Director, luego de más de 30 años de labor diaria, sin el respeto por la línea de periodismo libre e independiente que trazó el fundador de dicho matutino.

Libro eventual

El libro Cronistas de Cochabamba, elaborado por Ramón y Walter Gonzales, que contiene una parte de la prosa de Urbano Campo y el Ojo de Vidrio, fue publicado en septiembre de 2017, en ocasión de la efeméride departamental, y se constituye en una producción eventual o provisional, pues se prepara otro más completo con lo mejor de sus “calumnias” y ocurrencias.

En el prólogo, a manera de “advertencia”, se valora que Alfredo Medrano era un auténtico valluno de paladar insobornable. Se había criado en contacto con los múltiples sabores de la cocina tradicional y no admitía otros sabores. No era de paladar abierto ni propicio a los experimentos venidos de afuera. Entre una pasta italiana y un ají de fideo, o fidius uchu, como aquí decimos, prefería el último.

Sin embargo, a este criollo redomado se lo conoce por la epidermis, pues pocos recuerdan que desde muy joven fue un artista múltiple, dueño de una prosa sencilla y cristalina, limpia como agua de arroyo, pero también de una habilidad inusual para el dibujo y la caricatura, y otra especial para el cuento y la crónica periodística.

Estas cualidades múltiples de un polígrafo podrían dar cuenta cabal de su talento, pero Alfredo fue también un infatigable editor dotado de buen gusto, aun con los recursos limitados de la época. Sabía organizar el espacio de una página en blanco y producir revistas y libros austeros y elegantes, tal como ocurrió con la Revista de Cultura de la Universidad Mayor de San Simón, y con Canata, revista municipal de la cual produjo varios números.

Referencia fundamental

A su paso por esta vida, fue una referencia fundamental para la provincia, pero también para escritores latinoamericanos de la talla de Eduardo Galeano, con quien tuvo un encuentro cálido en su domicilio frente al cine Ópera.

Alfredo conocía al detalle las tradiciones de cada rincón, y entonces alcaldes y dirigentes cívicos de los lugares más remotos lo buscaban para que produjera sus publicaciones, les hiciera reportajes o promocionara sus fiestas patronales. De este modo, creó un sistema de ferias que hoy se multiplican y combinan los manjares más variados de la cocina criolla, que a él le hubieran arrancado una sonrisa socarrona, pues su ambición bufa era realizar una feria de la yuca y el zapallo, y quería editar dos suplementos, uno femenino que se llamara El Zapallo y otro masculino, La Yuca.

Pero lo que más ocupó su tiempo y pluma fue la defensa a ultranza del medio ambiente. Había nacido en una Cochabamba verde y rumorosa de arroyos y acequias de riego, a la sombra de jarcas, molles y sauces que hacían propicia la sombra para repartir energía positiva en esas deliciosas tardes vallunas. Muchos son los ejemplos de esa guerra a muerte contra los traficantes de tierras y arboricidas, que están resumidos en la columna “Para una antología de la estupidez”.

Cronistas de Cochabamba recoge algo de la abundante como exquisita producción de Alfredo y Ramón. Ahora reclama una edición popular para conocimiento de los llajtamasis. Lo mismo debe ocurrir con el libro de Ramón Memorias del Tornillo o la picardía en Cochabamba, publicado, como el anterior, excepcionalmente para celebrar los aniversarios de nuestra Llajta; el primero en 2017 con auspicio de la Gobernación de Cochabamba y el segundo en 2016 por la Alcaldía de Cercado, con tirajes reducidos. Es justo y necesario.

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