Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Oír, filmar, luchar

Sobre Eugenia, la película del director cochabambino Martín Boulocq, actualmente en la cartelera del Prime Cinemas en Cochabamba (a las 13.55 y 17.35 horas).
Oír, filmar, luchar



Como si la violencia fuera una broma infinita, no nos enseñaron a defendernos. Nos enseñaron a buscar la reconciliación, no la confrontación; la paz por sobre todo. Será mejor olvidar y dejar todo en el pasado. Olvidar el terror, el miedo, la ofensa. Por eso la paz no llega nunca. Porque la paz llega solo con la justicia y por la justicia hay que luchar. Hambriento, jadeante el pasado siempre vuelve por eso, por justicia. Es como si se empeñara en buscar resarcimiento. El pasado es más inteligente y sabe que, ante el dolor, no hay reconciliación posible sin justicia, por eso muerde e insiste con su aliento turbio.

Cuando en la película Eugenia, de Martín Boulocq, los helicópteros sobrevuelan las escenas en las que su protagonista, Eugenia, toma decisiones, no son los helicópteros los que sobrevuelan, es el pasado que sobrevuela en forma de sonido en off. Sonidos de los helicópteros que sobrevolaban las montañas donde se escondían las guerrillas, los helicópteros que llevaban a los desaparecidos, sonidos que los paramilitares utilizaban para amedrentar a las ciudades, a los disidentes, a los niños que no sabían por qué todo se paralizaba en un denso silencio, por unos minutos, y los mayores miraban al techo esperando que pasaran.

Oír

Eugenia es una película que hay que oír más que mirar. Entiende al pasado, lo escucha llegar con la cadencia del agua del mar que atravesó el abuelo de Eugenia para llegar a Bolivia, como muchos otros abuelos y bisabuelos que llegaron y se fueron. Los padres ausentes son solo un sonido de mar que anuncia la formación de las moléculas de una nueva raza.

El padre de Eugenia es un exguerrillero de Teoponte que, perseguido por los paramilitares, huye del país en un avión. Ese pasado de Eugenia son los helicópteros, el sonido que atraviesa toda la película y que le revela a Eugenia el momento decisivo en que la vida le exige ser fuerte y crecer.

Es incómodo aceptar que solo la ruptura amorosa, o el divorcio, sea la manera en que las mujeres “crecen”, pero en las sociedades machistas, donde la vida de la mujer gira en torno a la del esposo (o jefe o novio o hijo o amante o padre o comandante o alcalde), la educación es un poco así, una broma infinita que nos hacemos de generación en generación. Eugenia acaba de divorciarse de un hombre violento y decide irse de la ciudad para alejarse, para seguir adelante, para olvidar y esperar que con el tiempo -“la más deprimente de las categorías mentales”, según la altura de César Aira- lo vivido sea pasado. Pero en su viaje, en su nueva ciudad, junto a su padre, el pasado la persigue de otras maneras impensadas, reclamándole que no lo olvide, que se defienda, que haga justicia, que sea una guerrillera, como Tania. Cuándo el pasado en forma de feto en su vientre se le revela mientras ella llora en el banco de un parque, no escuchamos sonidos de latidos categóricos y obstinados que amplifica la máquina de ecografía, sino el de un helicóptero como el que sobresaltaba a los guerrilleros ocultos en las montañas, a su padre en Teoponte, a su pasado.

Convertida en guerrillera, gracias a un papel que le ofrece un cineasta amateur, Eugenia, con el vestuario de rigor de la producción -botas, traje militar, boina y fusil-, emprende su camino a las montañas jalando un burro cargado de suministros y municiones. Vestida para luchar, Eugenia va actuar para defenderse aunque no la hayan educado para ninguna de las dos cosas, actuar y defenderse. Porque, como lo remarca la inteligente y rabiosa Virgine Despentes en su libro Teoría King Kong, “Una empresa política ancestral, implacable, enseña a las mujeres a no defenderse. Como siempre, doble obligación: hacernos saber que no hay nada tan grave y al mismo tiempo, que no debemos defendernos, ni vengarnos. Sufrir y no poder hacer nada más. Una espada de Damocles entre las piernas”.

Filmar

El alfabeto de Eugenia forma la frase: filmar es disparar contra el olvido. ¡Ni olvido, ni perdón!, dice la arenga. En una escena, Eugenia ensaya el uso del fusil para la película de intriga en tiempos de la dictadura que va protagonizar. En un plano frontal Eugenia nos da la espalda poco a poco gira con el fusil al hombro y en la mira y simulando una descarga, de frente, cara a cara con la cámara, dispara. Se puede leer esta toma como un homenaje a Godard, que decía en sus inicios: “Todo lo que se necesita para hacer una película es un arma y una mujer”, para decantar en solo una mujer, porque puede ser un arma en sí; o ir más atrás con la famosa escena de los principios del cine en la película Asalto y robo al tren de Edwin S. Porter, en 1903, donde un forajido mira la cámara y dispara.

En la escena del disparo, Boulocq se refleja en la mujer que le dispara, y lo que ve ahí es su pasado de cineasta que le recuerda ser justo con las cosas olvidadas de su cine: el modo de producción reducida y de guerrilla de los inicios de su cine y del cine que admira, la cinefilia, los videoclubs, el respeto y amor por el cine clásico, el trabajo con actores naturales, la escritura del guión durante el rodaje, los caminos, los puentes, los padres ausentes.

Entonces, el director le apuesta al pasado, buscando hacerle justicia: aparecen los padres en escena que en Lo más bonito y mis mejores años (2005) y Los Viejos (2011) eran ausencias dolorosas y desaparecidas, filma en blanco y negro como los inicios del cine, filma en un periodo largo de tiempo como en Lo más bonito y mis mejores años (2005), con bajo presupuesto, con la mirada puesta en la película, no en la cantidad de entradas y de festivales; eso llegará después y en consecuencia.

Esta escena en Eugenia es la respuesta de Boulcq al pasado que viene tras él. El director no cae en la cantinela que dice “a los hombres les gusta hablar de las mujeres. Así no tienen que hablar sobre sí mismos”. Habla de las mujeres, de su mujer, de las mujeres en el cine, pero también aprovecha y habla de él. Y se lo puede reconocer en el personaje del joven cineasta que quiere hacer su película sobre la dictadura y busca a Eugenia para que interprete a la guerrillera. La película está filmada en otro formato con pantalla cuadrada, radio 1:1, no es solo anticuado, pero es asfixiante, y Eugenia, como actriz, resiente muchas de las elecciones del joven director. Las cuestiona, las mata.

Eugenia se convierte en un tributo a cosas no olvidadas, inconfesadas, honestas.

Luchar

El pasado se revela en el presente, nunca vivimos el pasado en el pasado. Hay una escena en que Eugenia, ya en la casa de su padre, se queda mirando un retrato de la nueva familia del hombre. Ella está fuera de ese presente y comienza su lucha individual en el presente. Su presente y el contexto social y político actual le dictan no ser más simple materia prima de los relatos de otros. Ese sentimiento está latiendo en la sociedad boliviana. El mundo de las mujeres está cambiando y les exige pelear por su espacio, entrar en el territorio de la violencia para defenderse de lo que se les obliga a ser. Eugenia abunda en momentos que ejemplifican esta nueva lucha. Simone de Beauvoir, la bandera feminista de nuestros tiempos, dice: “El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”.

En Eugenia, confluyen la lucha de la mujer y la lucha de un director por hacer su cine según sus leyes, como cuando confluyen la mira del fusil y el lente de la cámara. Los dos aprendiendo a defenderse, a pelear y buscar justicia. El verdadero coraje no es imponer un punto de vista, sino confrontarse con lo nuevo, con lo posible, con algo que puede ser mejor.

No sé cómo se hace justicia, o cómo se hace para conseguirla, o si existe siquiera. Un comienzo puede ser decir la verdad, ser honestos con uno y los otros, revelar dónde están los cuerpos de los desaparecidos, decir “Yo he pegado a mi esposa”, o “Quiero hablar de mi vida o del abandono de mi padre”. La verdad y la honestidad en la película pueden ser un comienzo, una manera de defender lo que uno cree. No sé si se lo logra o si en el cine es tan imposible como en la vida. Pero es importante buscar la justicia, tenerla como ética de trabajo, como base de las relaciones, como actitud frente a la vida y al pasado.

Productora y gestora cultural - [email protected]