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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Cuando los músicos marchan

Sobre Treme, la serie de David Simons que, ambientada en Nueva Orleans, siguió a la elogiada The Wire.
Cuando los músicos marchan



“¿Cómo hacer que una serie local sea universal?”, puede ser la pregunta lógica que se haga un productor televisivo a la hora de embarcarse en un proyecto sobre una ciudad tan particular como Nueva Orleans. Pero dudo que se la hayan planteado Eric Overmyer y David Simon a la hora de crear Treme, pues después de ver sus cuatro temporadas (la última con la mitad de capítulos que su antecesora), queda claro que este pretendía ser un relato regional, con referencias culturales y artísticas muy específicas, protagonizado por personajes que no suelen aparecer en los guiones que abundan en la industria. Esta apuesta de la HBO fracasó de manera rotunda con el público y la crítica la recibió con sentimientos encontrados. En un tiempo en el que estamos sobresaturados de ficciones narrativas seriales, en el que la oferta pretende ser lo más variada posible, parece imposible encontrar algo que sea realmente rompedor. Hasta cierto punto, Treme lo fue. Su premisa es más o menos simple, siguiendo a un elenco coral (como en casi todas las obras de Simon), se nos muestran los devastadores efectos del huracán Katrina en 2005, concretamente en la ciudad más afectada, Nueva Orleans (el nombre de la serie hace referencia a uno de sus barrios más emblemáticos).

Más allá del interés que puede tener mostrar a una comunidad reconstruyéndose después de una tragedia, lo fascinante de Treme radica en la ciudad en la que sucede. Nueva Orleans es una de esas ciudades que seducen, que tienen sirenas, eso que los paceños llaman ajayu. Dennis Lacunza, en su canción más conocida, se pregunta por el encanto de Cochabamba y no encuentra una respuesta concreta: La llajta lo esconde. Todo lo contrario puede pasar con la ciudad en que sucede la serie que nos concierne, su magia radica en ser un espacio de encuentro de distintas culturas (la anglosajona, la creole, la cajún y la hispánica, entre otras), con sus variadas manifestaciones folclóricas, musicales, religiosas, lingüísticas y/o gastronómicas. Basta con haber leído La conjura de los necios de John Kennedy Toole, con haber visto películas como Angel Heart de Alan Parker y Down by Law de Jim Jarmusch, o con conocer al personaje Gambito de los X-men, para saber que algo extraño se cocina en Nueva Orleans.

Así como en The Wire el verdadero personaje principal es Baltimore, que The Deuce es un retrato sucio de Nueva York, Treme es un canto de amor a Nueva Orleans, una ciudad totalmente distinta a las antes mencionadas. Pues si hay un espacio que parece habérsele escapado al proyecto de homogenización moderno de los Estados Unidos, ese es el lugar que vio nacer a Louis Armstrong y Sidney Bechet. Justamente, lo que ha convertido a esta ciudad en un lugar de peregrinación de hordas de turistas es su tradición musical. Por un lado, está el Mardi Gras, esa suerte de carnaval que se celebra en algunas regiones del sur de Estados Unidos, que es una manifestación desenfrenada y embriagadora de la dinámica y compleja cultura regional. Por otro, está el jazz. Aunque hoy día las escenas más vigorosas de este género están en ciudades tan sofisticadas como Nueva York, París o Tokio y que se ha convertido en una manifestación musical culta, más propia de un conservatorio que de un boliche, los amantes y conocedores del jazz saben que las raíces, los orígenes, lo fundamental, sigue paseándose por Bourbon Street.

No son pocos los que le criticaron a David Simon haberse enamorado tanto de la ciudad y del jazz que terminó cegándose, que se hizo incapaz de ver los matices y los problemas de la ciudad, por tanto, que sus historias carecían de la suficiente carga de dramatismo para hacer una serie realmente interesante. Esa mirada me parece un poco vulgar, pues la intensidad argumental de la serie radica en problemas que podrían ser cotidianos, pero que son esenciales, y que son vividos por personajes fascinantes, aunque no lo sean desde una perspectiva espectacular. En Treme los músicos no están atormentados por sus fantasmas creativos, sus musas o su glamoroso estilo de vida, lo que los preocupa es tener el dinero suficiente para poder llevar un plato de comida a sus hijos. No son estrellas, hacen parte de la clase trabajadora, maravillosa y creativa, pero también llena de miserias. Algunos de los protagonistas más memorables son Antoine Batiste (Wendell Pierce), un talentoso trombonista experto en autosabotearse; su exesposa LaDonna Batiste-Williams (Khandi Alexander), la dueña de un bar tradicional, que debe lidiar con la violencia del estado y de una sociedad machista; Toni Bernette (Melissa Leo), una incansable abogada que vela por los derechos civiles; Creighton (John Goodman), su esposo, un docente universitario que practica el activismo político en YouTube; Albert Lambreaux (Clarke Peters), el gran jefe de una “tribu” de Indios de Mardi Gras; su hijo Delmond (Rob Brown), un exitoso saxofonista de jazz moderno que quiere recuperar la riqueza de las tradiciones; Annie (Lucia Micarelli), una violinista clásica reconvertida en intérprete de música regional; Sonny (Michiel Huisman), un holandés enamorado de la ciudad, que debe lidiar con su adicción a las drogas; Davis McAlary (Steve Zahn), un pseudo artista local empecinado en resguardar la cultura local; Harley (interpretado por el legendario músico de folk Steve Earle), una suerte guía espiritual en el recorrido por la tradición; entre muchos otros. Ellos interactúan con leyendas musicales que se interpretan a sí mismos, como Kermit Ruffins, John Boutte, Cassandra Wilson, Dr. John, Elvis Costello, Shawn Colvin, Juvenile, Terence Blanchard, Fats Domino, Lucinda Williams, Trombone Shorty o Allen Toussaint, entre otros. De su encuentros salen momentos memorables para el público dispuesto a dejarse fascinar por un espacio que se justifica por la música.

Aunque puede ser un ejercicio banal comparar a Treme con las otras series creadas por David Simon, resulta imposible no hacer una referencia. Como la Baltimore de The Wire, la Nueva Orleans de Treme es una ciudad que está en ruinas, sumida en la pobreza y en la nostalgia por un pasado que se supone que fue mejor. Estas urbes son víctimas de desastres causados por el hombre, Simon se concentró en su obra más celebrada en revelar los estragos causados por el tráfico de drogas y Treme en denunciar el desastre provocado por la negligencia de gobiernos corruptos (tanto el federal como el estatal) y por la falta de escrúpulos de las élites económicas y políticas. Simon, crítico incansable del capitalismo y de sus mecanismos perversos de acción, es consciente de que un huracán, como el Katrina, es una fuerza de la naturaleza. Pero, realmente, se convierte en un desastre, en una inundación incontrolable, cuando los seres humanos se lo permiten. Díganmelo a mí, que vivo cerca de Tiquipaya.

Se ha dicho que Treme es una suerte de anti serie porque no tiene grandes giros dramáticos y no está pensada para un público masivo. No lo duden, está dedicada a melómanos, a amantes del jazz y, en específico, del de Nueva Orleans. Lo que no quiere decir que en los capítulos no se escuche música cajún, blues, jazz moderno, rock o incluso hip-hop, por poner algunos ejemplos. Si el espectador no está dispuesto a disfrutar de un capítulo que incluya al menos cinco interpretaciones de canciones completas, en versiones orgánicas que registran el encanto del vivo, es preferible que se abstenga de verla. Se me puede acusar de elitista. Justamente, ese es término que algunos críticos han usado para descalificar a Treme. Justamente, en este tiempo en el que las series buscan complacer a espectadores globales, esta propuesta es como agua bendita. Se agradece una obra que predica para los convencidos, una obra que no es un acto de proselitismo, sino que es un manifiesto para los creyentes, una confesión de amor, una celebración a la que todos están invitados, pero que no todos disfrutarán necesariamente. Treme es presenciar los pequeños milagros de una comunidad que se sostiene y que construye sobre los pilares de su cultura, en especial, de ese don otorgado por las deidades llamado jazz.



Docente-investigador de la UPB – [email protected]