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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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FERIA LIBRE

Carla Bley

La canadiense Petunia Quaker es una vecina, no cercana sino que ambos equidistamos de la cafetería del barrio. Allí solemos juntarnos sin hacer cita porque nunca logramos coincidir en fecha y hora. Por las razones que sean. No interesa profundizar en ello. La Petuniaria, como le dicen desde sus tiempos de estudiante de arquitectura en Italia, siempre sale con algo sorprendente. Está un poco loca, claro. Eso le ha ido aumentando con el paso del tiempo. Lo noto porque la veo poco. Me dijo un día: he estado escuchando a Carla Bley y no doy más de emoción. Lloro todo el tiempo.

Pianista de jazz vanguardista, recité. Debe andar por lo 80 años. Nunca me emocionó demasiado, lo reconozco, aunque tuve vinilos suyos, me gustaban. Sonaban un poco como Frank Zappa. Recuerdo “Reactionary Tango”. Explícame tus sentimientos, Petunia, agregué, para borrar de su cara un aire desafiante... Pues la escuché a Carla en París hace un año y medio, continuó. Con su trío, se produce mucho con ese grupo pequeño. Una música no sé si nostálgica, pero sí triste y evocadora. Me dio mucha pena, elaboró Petunia. Tuve que soportar sus lágrimas. Le acerqué las servilletas.

Qué te dio tanta pena, Petuniaria, tú que presumes de mujer de pelo en pecho. Escucha, dijo. Antes la había visto, en München y en Hamburgo, hace, no sé, unos tres o cuatro años. Sí, también en un concierto maravilloso en los Balcanes. Belleza pura, estaba en una onda funky, gospel, algo de blues, qué sé yo, mucho humor, seguida de cerca por su prodigioso bajista, que es su pareja, no me acuerdo del nombre. Ahora en París, Carla seguía tocando igual de sorprendente pero su música se había transformado en algo errático, misterioso a fuerza de sonar incoherente. Pero lo que más me dio pena fueron sus manos. ¿Sus manos?, le pregunté para darle tiempo a que secara sus lágrimas.

Sí. Sus manos de vieja septuagenaria, deformadas por la artritis, la artrosis, no sé de esas cosas. Era terrible verla, yo estaba sentada en las primeras filas y veía esas articulaciones hinchadas, rosáceas, medio temblorosas, casi buscando con miedo las teclas… Bueno, la interrumpí, ¿pero tocaba bien? Claro que sí, respondió Petunia, de maravilla, pero expresaba una tristeza infinita. El jazz de vanguardia cuando trabaja el modo patético puede ser devastador. Así lo sentí, perdona, pero me vienen esas armonías a la cabeza y el corazón se me pone lleno de amarguras antiguas. Carla Bley transmite tanto sentimiento con cada nota, acorde y fraseo, que una queda prisionera.

¿Sabes qué me recuerda la música de Carla?, me preguntó antes que hiciera otra de mis glosas sarcásticas, que me salen solas. Pues me recuerda el cine de Bergman, se respondió. Ella toca mucha música de inspiración religiosa, afroamericana por supuesto, y hay la misma intensidad que uno ve en esas misteriosas películas en blanco y negro, hay una que se llama El Rito, otra Los Comulgantes. Y ella es tan modesta para saludar, para nombrar a los compositores, para agradecer al público. Me acuerdo que una vez anunció un tema llamado “The Chicken” y explicó que el autor era un pollo, que ella sólo lo había arreglado. Dedicaba la interpretación al pollo. ¡Qué tristeza!

No quiero que se muera, lloriqueó Petunia. No se morirá, le dije, recuerda al poeta Horacio. No fui muy original. Quiero morirme antes que ella, dijo Petunia, y que en mi funeral toquen “Who will rescue you?”, por Carla Bley con su big band. Por favor...

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