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Gracias a ti, Violeta

Gracias a ti, Violeta



La conocí gracias a mi mamá, ella me contaba que le gustaban sus composiciones. Poco a poco fui topándome con sus letras, tan íntimas, tan profundas, tan lacerantes.

Creo fervientemente que existen ese tipo de personas que llegan al mundo para dejar luz, una muy especial, aquella que transciende en el tiempo y espacio. Violeta es una de esas. Firme defensora de la igualdad, logró con su arte hacer la diferencia, en un contexto que no daba pie a mujeres librepensantes, fuertes y pasionales, porque eso sí, para mí, Violeta fue pura pasión e intensidad; al componer, al cantar, al esculpir, al amar, en fin, al hacer todo lo que ella sabia hacer.

Algunos creen que el suicidio es un acto de cobardía, otros de valentía, Violeta decía que el suicido era un acto de libre albedrio. En su última entrevista con el periodista Tito Mundt, antes de morir, dijo: “me falta algo, no sé qué es. Lo busco y no lo encuentro. Seguramente no lo hallaré jamás”. Eso me dejó pensando bastante tiempo. ¿Qué le faltaba? Tal vez la tristeza de no llenar la carpa para mil personas que instaló en la comuna de La Reina, la indiferencia hacia su trabajo (en Latinoamérica es una figura constante) o, quizás, la ruptura con el suizo Gilbert Favré que vino a Bolivia, y, aunque ella vino detrás, lo encontró casado.

El filósofo Maurice Blanchot en su relato autobiográfico El instante de mi muerte (2004) explica que hay “seres que jamás le han dicho a la vida, cállate, y nunca a la muerte, vete” en su mayoría esos seres, explica, son mujeres.

Hablar de Violeta es hablar de una constante relación entre celebración de la vida y apropiación de la muerte. Su obra nos interpela sobre nuestra propia mortalidad. Esa alianza entre la luz y la oscuridad; lo fugaz y lo finito.

Pablo Neruda escribe sobre ella lo siguiente:

De cantar a lo humano y lo divino,

Voluntariosa, hiciste tu silencio

Sin otra enfermedad que la tristeza

[…]

Pero antes, antes, antes,

Ay señora, que amor a manos llenas

Recogías por los caminos:

Sacabas cantos de las humaredas,

Fuego de los velorios.

Ya había advertido Gastón Soublette “Entendí también entonces, que su creatividad, su coraje y la fuerza de su personalidad conllevaban una cara oculta donde se aposaba periódicamente una sustancia amarga e iracunda”. Al perecer, tenia razón. Ese vaivén de emociones, y la complejidad de su ser, la convirtieron en poema mortal.

Un día un amigo me dijo que la felicidad de vivir no implicaba permanencia. Al principio no lo entendía, pero luego, finalmente, comprendí. La última composición de Parra, fue la despedida más real de alguien que, a pesar del dolor, amó vivir y por eso se fue agradeciendo.

“Gracias a la vida, que me ha dado tanto…” gracias a ti, Violeta, que diste tanto a Latinoamérica y el mundo.

Filósofa - [email protected]