Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 12:31

[NIDO DEL CUERVO]

Entre unicornios y sueños

¿Dónde nace un relato? ¿Cómo surgen? ¿Quiénes lo inspiran? Nuestro columnista reflexiona sobre todos los fenómenos que envuelven el génesis de una narración.
Entre unicornios y sueños



Con qué facilidad puede comenzar una historia. En serio, es realmente posible que comience en cualquier momento. Podría comenzar, por ejemplo, 1000 años después que haya concluido, podría comenzar mientras los hechos de dicha historia aún se están desarrollando o podría comenzar en un ascensor mientras contamos las monedas en nuestros bolsillos hasta llegar a nuestro destino. Punto de inicio. Luego, a partir de ese momento, más y más personas y cosas se van integrando en la historia (una joven gorda, un profesor algo loco o un ahuyentador de Tinieblos). Para cuando te das cuenta, terminas en dos mundos, en uno cuidas rebaños de unicornios mientras tu sombra muere y en otro vas rumbo a una muerte segura mientras escapas de los agentes de un sistema corrupto y fascista. Suena igual que un resumen de novela.

Sin embargo, cuando una historia es contada, no solo importan los hechos que en ella se narran, a pesar de que sean muy interesantes. También valen muchísimo los pequeños actos y los detalles intrascendentes que la impulsan a cada instante. Esas cosas para las que usualmente nunca hay tiempo porque estamos ansiosos por conocer el final o el mensaje o el fin. Así también ocurre con nuestra historia propia. Usualmente no volteamos la mirada hacia aquellas cosas sencillas y poco estridentes que nacen y mueren en lo que dura un suspiro. La búsqueda de algo duradero y sorprendente nos hace perder de vista la infinitud de actos fugaces que hacen posibles la existencias de esos momentos milagrosos. Como cuando vemos un unicornio (y no, no hablo del unicornio de Silvio). Nadie se pone a pensar, u observar, la inmensa cantidad de cosas que tuvieron que ocurrir para que ese unicornio se presente ante nosotros, nadie fija la mirada en el pasto que crece lento para alimentarlo, ni en el sol que hace brillar su pelaje dorado. Al final, un unicornio es algo tan milagroso y tan único que su sola presencia nos atrae y conmueve, haciendo que pongamos de lado todo lo demás.

Posiblemente lo que haga fascinante al unicornio no sea el halo de inaprensibilidad o de libertad que lo rodea, sino su capacidad de mostrarse a nosotros en lo cotidiano y el criterio, al menos uno, muy importante, para juzgar una obra o un autor quizás sea la capacidad de ésta o éste para guiar nuestra mirada hacía el milagro que permanece oculto frente a nosotros, pues un milagro es la convergencia de un montón de desinteresadas y simples acciones en un momento preciso que hacen posible que algo maravilloso exista.

Y entonces se obra el prodigio: aparece una representación figurativa del núcleo de la conciencia. Las imágenes son extremadamente confusas y fragmentarias, claro está, y no tienen sentido por sí mismas. Hay que montarlas, como si fuera una película. Se cortan unos elementos, se pegan otros, se eliminan algunas cosas, se combinan otras. Y se transforman en una historia con sentido.

Pareciera entonces que el mundo obrara como dentro de un sueño, y todas las cosas que hasta entonces carecían de importancia obtienen una relevancia impensable. Súbitamente te das cuenta que cada historia en el mundo está hecha de cosas simples que se entrelazan y conforman todo, como las células en tu cuerpo, las moléculas de tu auto o los actos en las personas que amas. Adquieres lo que podríamos llamar una visión mágica del mundo que te permite encontrar unicornios escondidos entre los autos del supermercado o en la mesa a la hora de la cena.

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas es una novela que ejemplifica eso a lo que apunto. La súbita claridad con la que un hombre vislumbra el final de su conciencia lo hace acercarse más y más al mundo que habita, prestando atención a los detalles de las cosas que lo rodean: la brisa del verano, los gestos de una mujer, el sabor de una cerveza en el parque. Es una novela de detalles, quien la escribió es un autor de detalles. Y cuando termina, todo adquiere un matiz sorprendente, como si cada cosa estuviera en su justo lugar formando parte de un escena única, como los unicornios y los sueños. Gracias Murakami.

Filósofo - [email protected]