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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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La palabra ardiente

La palabra ardiente



Existe una natural inclinación a tener un vicio. No conozco persona que no tenga un talón de Aquiles. Cuando digo vicio me refiero a todo lo que nos tienta y que por obvias razones nos genera un resultado alarmante; porque no hay prudencia con su consumo. A la vez que nos obliga a un debate constante entre el tenerlo y dejarlo. Es como que nos enamoramos pero en la misma medida proporcional e inmediata queremos que desaparezca. Conozco gente que es adicta al deporte, a la lectura, a las fiestas, a los autos, al dinero, a las flores, a la naturaleza, a recordar, a los besos, a los cigarros.

Mi vicio es fumar. Tengo todos los argumentos necesarios para dejar de hacerlo, pero de todas formas, el rato menos pensado, enciendo un cigarrillo y a veces es delirante y otras resulta siendo un castigo. Algo constitutivo del vicio es la desesperación inútil por acceder y por detenerlo.

A veces la interpretación del universo puede resumirse en los vicios de las personas, porque nos permiten entendernos de alguna manera. Es suficiente que alguna forma de casualidad convoque, desde cualquier rincón, la cercanía de las palabras que conforman nuestro vicio. Puede parecer que somos conscientes de este y que intentamos alejarnos, hacemos como si jamás lo hubiéramos visto, pero a la vez resulta el lugar más conocido de nuestro mundo. Esos microscópicos lugares son lo suficiente como para ver flotar la constelación que termina diagramando la geografía de un día esencial al de otros días diferentes, comunes, casi iguales.

Para Gadamer la interpretación es una cuestión de pasión. Por eso la pregunta del “por qué” o del “qué” es algo, resulta siendo esencial para entender el mundo, pero también nos advierte que en esa pasión, como en todas, radica algo trágico, algo doloroso. Ya que en la medida en la que tratamos de entender algo en su mayor complejidad también intentamos, con todo vigor, depositar lo que tenemos como entendido anteriormente sobre lo que tratamos de descubrir. En otras palabras nos vamos vinculando con los sucesos de la realidad a partir de ese extraño e incómodo puente al que llamo vicio, porque de alguna manera hace que todo descubrimiento sea más amable. Distrayendo por un rato ese juego venenos de verdades y mentiras.

A través de nuestros vicios encendemos una pasión para mirar el mundo conjugándose en la exactitud de un tiempo, una armonía, un silencio y una sorpresa. Es evidente que todos los argumentos los vamos construyendo a partir de lo que necesitamos, de lo más inmediato. Necesitamos encontrar algo para argumentarnos, de repente nos vamos haciendo más tristes; pero desde las instancias de un cigarro, la ligereza de la rotación del mundo es aún más liviana, más conciliadora. Rimbaud tiene una afirmación que por alguna extraña razón creo que podría definir este tipo de inclinaciones constitutivas que nos definen como determinados tipos de humanos. Un vicio puede ser: “La visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato.” Nombrar nuestras hermosas y dolorosas dependencias, pensar en nuestros vicios, es un movimiento de prenderle fuego a nuestro mundo y en ese sentido es cargar de gasolina las palabras que están tejidas por nuestra epidermis. Por eso no me queda más que hablarles del poemario; La palabra ardiente de Francisco Azuela.

Azuela confecciona un móvil perfecto para mirar la asimilación de esos instantes palpitantes en lo que se pueden dar los vicios. El internarse en la lectura de cada línea, es desarrollar esas tensiones en las que el amor y el adiós son tan lo mismo que fascinan, pero también golpean cada uno con su propia intensidad. La palabra se volatiza, quema en el acto de reproducirla en la boca. En ese sentido provoca un incendio en el mundo del poeta, del que su mayor vicio es la poesía. Cuando fumo nada tiene más sentido que ese momento, que el fumar en sí mismo. Todo lo que se diga desde esas tierras del vicio; arden, calientan, dan cobijo desde su propia acción, desde su forma de suceder, a pesar de que su mirada sólo convoca el querer abandono.

Azuela inicia su poemario:

Soy el otro espacio que no encuentro, / la caída de agua sin altura/ […] Hay un lugar que no alcanzo, /todo lo tengo afuera, /y sin dejar sombra, /la luz se va quitando antes de tiempo.

Termina su poemario:

A veces quisiéramos parirle un hijo al poema/ o zurcirle un violín al verso/ para hacernos una sinfonía/ allí donde robamos un beso al poema/ antes de acostarnos con los versos. / ¡Ah!, qué difícil es hacerle un sueño al poeta.

La palabra ardiente inicia con la desesperación de intentar acceder al vicio, el recorrido del libro es solamente válido en el proceso y el disfrute de su acción inmediata, en aspirar el cigarrillo y en contemplar las bocanadas de humo; para que al final después de la colilla quede el sabor de tener que dejarlo. Por ejemplo todos los días dejo de fumar y todos los días vuelvo a hacerlo. El final del poemario simplemente es la radiografía de esa dificultad de la plenitud del vicio, es imposible olvidarse que tiene impregnado el adiós, y que existe un lugar totalmente inaccesible dentro de su anatomía.

Los pies se me acaban/ y no llego a la puerta. (Mayar II)

Me fui con rostros niños/ que en mi segunda estancia/ no vi jugar (Mayar XI)

Hoy no hace falta decir otra palabra, /de cara a la pared/ las uñas hacen su entrega al muro/ y el siglo se acaba. (Mayar XIII)

Se murió tu perro,/ lo enterraste con sus huesos/ en el jardín de la casa,/ junto a los cocoteros/ como una intimidad de familia. (Aztecal III)

Tu amigo se ha marchado, / está muerto, /y los zorzales, /le cantan todas las mañanas (Aztecal III)

Entramos en un cuarto sin luz/ con los brazos alzados/ y el temor/ de recibir un golpe en la cara, /-un golpe seco y sin sonido-, /fue terrible, / porque tú y yo, / teníamos miedo, /miedo de morirnos en las tinieblas, /no obstante las sombras, /sombras amigas, inconmensurables. (Aztecal IX)

Festejemos nuestros vicios, dejemos que la palabra que arde caliente nuestro tacto. Como nos recuerda el genio de Charly, tengamos presente que somos pasajeros en trance. Un amor real es como vivir en aeropuerto.

Filósofo - [email protected]