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[LENGUA POPULAR]

Al calor de una cerveza en 1969 a 69 grados

Sobre el primer año y las actividades de 1969 Rock & Bar, ubicado en la Av. Santa Cruz No. 1159.
Al calor de una cerveza en 1969 a 69 grados

El filósofo chileno Humberto Giannini escribió La reflexión cotidiana hacia una arqueología de la experiencia. En este libro, postula como opción el diario de vida como método filosófico; para ser más exactos, el vivir diario como opción de tejido que permita la interpretación de descubrir o llegar al establecimiento de un sentido, para el mejor habitar del hombre en la extensa aldea llamada mundo. 

En el capítulo III, Giannini le dedica un apartado completo a la interpretación de los contenidos de un bar. Para contarles el motivo de esta entrega de La Lengua, es necesario rescatar dos ideas del filósofo y, a partir de ellas, conducirlos al lugar donde definitivamente tendrían que pasar el tiempo, por lo menos una vez cada mes.

Dentro de un bar, el tiempo se modifica, se reconstruye a una nueva forma de percepción. Comenzamos a interpretarlo desde la convivencia que se va dando en la realización de los sucesos; pero que se desconectan de la linealidad de la comprensión del pasar las agujas del reloj. Al contrario, expandimos o reducimos nuestra experiencia temporal, desde las brechas existenciales que el lugar y sus elementos a veces curan, y otras hacen heridas. Comenzamos a hacer girar el mundo desde frases como “Conversarse tres botellas de vino”, “Amanecerse en tres canciones”, “Anochecerse en dos cigarrillos”, “Eternizarse en la posibilidad de un beso”.

A la vez, el tiempo se conforma desde la “irrealización de los relojes”. Surge, como dimensión determinante de la convivencia en un bar, la posibilidad de los núcleos confesionales; los privados que se desarrollan en una mesa y los que cobran un papel de reto, en los que asumen la posición de la barra. “Muchos diríamos: retar a alguien es hacer públicamente una declaración de fe (confesar: Yo soy…), la cual, por el modo de hacerla, pretende obligar al otro a declarar también públicamente la suya. Por tratarse de una fe en pugna con otra en esta confesión desafiante, el retador, sobre todo en la barra, se juega la vida. Tal es el reto: un modo de testimoniar”.

Después de esta introducción, debo escribir sobre la experiencia de cómo a veces me tocó confesar y otras retar en eso de buscar el tiempo perdido, lo que solo logramos entender cuando entramos a un bar. El bar 1969 es más que un lugar donde se puede tomar una cerveza o un trago. Es un espacio donde la experiencia de la reflexión cotidiana cobra un peso tan gratificante que, de a poco y lentamente, te permite reconstruir la piel con el mejor material de las alas.

El anterior sábado, por motivo del festejo del aniversario de un año, conversé con los dueños de este lugar. Inicié la conversación con los acentos mágicos que fabrican el golpe de efecto en el porqué del nombre.

“En 1969, el hombre llega a la Luna, se produce el primer Woodstock, nace Marilyn Manson, nace Dave Grohl, Led Zeppelín saca dos discos. Es un año en el que se inicia el principio del concepto de un rock masivo para la humanidad, sumándose la importancia trascendental del sentido de comunidad global que tiene el significado de conquistar la Luna” (Miguel Jiménez, dueño del bar).

La llegada del hombre a la Luna confirma la constante búsqueda por recorrer un espacio. Lo poético del cielo en el acto de caminar sobre la superficie blanda y oscura del satélite natural de los terrícolas y el impulso mortal de la conquista rapaz por transgredir todos los límites hacen que, como espíritu, se sellen las paredes y el aire que transcurre en este bar. 1969 es un lugar que se conforma por el intento de construir una geografía, pero desde el celeste mirador de aquellos buenos días, así como Bolaño respondió a la pregunta de su lugar favorito en Sudamérica: “Los labios de Lisa en 1974”. Es el juego de territorializar, pero desde la inmortalidad de un fragmento del tiempo. Esto logra hacer que ingresar a este boliche articule de forma totalmente sincrónica la suspensión del tiempo y la posibilidad de generar un testimonio que nos permita presenciar la apuesta por la creación de un lugar que tiene como intención, además, mantener el impulso rebelde y fanático del espíritu rock. Busca también aumentar la posibilidad de ser un espacio en el que se articulen distintas disciplinas artísticas que, llegado un momento, lleguen a generar una armonía de propuesta, logrando ser una opción más amplia para el público y para el fortalecimiento del aparato cultural de la ciudad.

Ambas personas detrás del funcionamiento de 1969 están ligadas a la música, lo que hace que el objetivo de generar una amplitud de difusión y promoción para nuevas bandas sea determinante. Miguel Jiménez remata esta observación aclarando: “La idea es que, además del espacio, las bandas tengan las condiciones aptas en sonido, luces, ambiente, etc., para fortalecer la experiencia de los músicos y, a la vez, la movida de bandas de la ciudad”.

Algo que me parece importante remarcar es la aclaración que hace el otro astronauta del lugar, Daniel Castellón: “Además de abrir un espacio para impulsar bandas, es importante que se tenga una idea de proponer la totalidad de la propuesta, desde costos, publicidad, creación de redes, autocrítica por parte de los músicos y todos los involucrados, para de esta forma poder representar y atraer a un público mayor y a la vez lograr un acercamiento a las instituciones encargadas de gestionar cultura”. Miguel Jiménez aclara: “El hecho de que los boliches comiencen a cobrar entradas elevadas segrega la cantidad de gente que vaya a tener en el evento, y eso ya es nulo para el movimiento”.

Si bien las posibilidades de escuchar bandas se ha reducido de forma considerable en comparación a unos cinco o más años, es necesario no perder de vista que existe algo que está más allá del gusto por escuchar el trueno, el susurro, el goteo, la difuminación de las palabras, el galope final de una baqueta en vivo. Existe una pasión por toda la distorsión y la rebeldía que termina descifrando lo más visceral de cada uno. Pero, a la vez, está la afinación a esa horizontalidad extensa de la libertad del mar, que se compone de la posibilidad de enfrentarse a la humedad directa de las aguas. 1969 invita a navegar no solo en la opción básica de un bar, sino en la certeza de que estar en el lugar es desprenderse del tiempo, es palpar la humedad directa del rostro del otro, que también tiene una pasión y que se presta a la escucha tuya.

A los lugares donde has sido bien cobijado deberías llevar a las mejores personas siempre, y encontrarte con ellas también siempre. Rulfo escribió en el cuento “Luvina”: “Pidamos otra cerveza, aunque no sea más que para quitar el mal sabor del recuerdo”. Entren al bar, pidan una cerveza negra y déjense llevar. 1969 es el lugar del tiempo donde de alguna forma los labios de Lisa siempre pueden volver a morder.

Filósofo y escritor - [email protected]