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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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[Chenk’o total] Con Viglietti en Vallegrande

[Chenk’o total] Con Viglietti en Vallegrande



Vallegrande late vigorosamente en mi alma. Luego de 20 años, vuelvo a cantarle al Che. El camino es complicado, pese a las últimas carreteras que hizo construir Evo presidente. —Cómo sería antes, suspiro como cholita. La verdad es que ya estoy viejo, enfermo, jodido para estos rebotes, porque de Santa Cruz a Samaipata fueron tres horas sobre una buena estrada, y de Samaipata a Vallegrande otras tres crecidas de curvas soportables. Mi vecina amada del bus me invita galletas. Es una gordita agradable que al final me da posada. Su casita cerca de la terminal tiene gallos violetas con pollitos saltarines y tres perros pastor alemán que patrullan mis pasos. Me dio la mañana para ir al Museo-Mausoleo, centro cultural edificado hace poco. Está en el lugar donde se encontró la tumba fecunda. Al ingreso, una exposición de fotos impactantes da testimonio del asesinato del guerrillero heroico. La capillita erigida en el sepulcro del Che es tierna, mansa, desdramatiza el tema, pues se ha convertido en un parquecito con árboles jóvenes plantados por los hijos del guerrillero. Al llegar a la placita, me encuentro de frente con el nicho que recuerda a Orlando Pantoja, fiel guerrillero guevarista, padre de mi bella amiga Shareska, a quien quiero desde el corazón. Me saco el sombrero, brota una oración colegial.

En la noche llegará el concierto. Cambiaron súbitamente de lugar, el original era en el centro cultural. Creí que iba a ser un evento mediano, intelectual. No, pues, gil de abril, Evo está de presidente, ya no es Banzer como en el 97, cuando los aviones pasaban rasantes, amenazantes y no había casi nadies. El escenario está ahora en el aeropuerto, es grande, parece tener buen sonido y un chorizo de cantautores y artistas esperando. Oscurece. En aquel momento, me abrazo detrás de escena con los Negro y Blanco, con el Mau Montero. Tomamos un seco con el Vadik desde la botella de un trago extraño. Nos abrazamos con el Ministro de Educación, buen tipo es. En aquel tiempo llega el revuelo, se hace un callejón de brazos cruzados, late la noche, aparece Evo presidente con el Canciller al lado, mientras el chuqui canta sus canciones floridas.

Entonces lo veo en la obscuridad. Está sentado en una sillita cerca del ingreso al escenario, tapado hasta la nariz con una chalina negra. Hace frío, son las 21 horas, su gorra también es oscura y contrasta con su pelo plateado. El hombre tiene una luz propia, está sentado con la guitarra en los brazos, mirando un atril especial con foquitos. Cuando ingresa al escenario, unas cuatro mil personas lo ovacionan, hermanos campesinos de Turco levantan sus tarkas, hermanos de 30 países cantan a coro planetario “Dale tu mano al indio”. Luego emprende con la “Milonga de andar lejos”. Salgo de atrás, me vuelvo público, y no puedo… se me sale una lágrima. Brindo con el trago innombrable que ahora me invitan unos cumpas tarijeños, nos sentamos en la grama seca. Cuando emprende con “A desalambrar”, somos un coro cósmico, parece que el Che saldrá en cualquier momento de alguna nube a cantar con nosotros. Termina, sale del escenario tranquilo, le voy a dar encuentro, le doy un abrazo al gran Daniel Viglietti, justo da para la fotito sacada por Juanito Espinoza, hermano del alma, siempre presente en estos líos. Le doy mi nombre y un disco, me pregunta si soy bisnieto de Chazarreta, le digo que es mi abuelo. Quiero hacerte una entrevista ahora, dice. Vamos. Y justo anuncian en escena: “¡El Papirri!”. Le doy un beso, voy corriendo al escenario, me tropiezo con un chileno que dormía en el pasto, casi rompo la guitarra. Era solo un kisotis, pues ingresa al escenario el cubano Gerardo Alfonzo y canta la más hermosa canción hecha para el Che después de “Aprendimos a quererte”. Luego de mi tocada, ya no le pude dar encuentro al maestro. Se fue derretido en la noche, con su guitarra de fuego y sus cabellos de plata, luchador consecuente, camino a seguir, creador arriesgado. Hoy me late en el alma aquel histórico disco Canciones para nuestra América, grabado en Francia en 1968, con el que este gran artista uruguayo, que estaba cerca de los 80 años antes de fallecer el 30 de octubre, desplaza todo su talento y lucidez, su riesgo frontal en tiempos jodidos que luego se vuelven pesadillas con la llegada del Plan Cóndor. Fue tomado preso en 1972, la campaña por su liberación desde el exterior fue encabezada por Jean Paul Sartre, François Mitterrand, Julio Cortázar. No lo matan de milagro, como tampoco a Pepe Mujica. Es un verdadero prodigio que este hombre nuevo/viejo nos cante hoy de manera impecable, con su guitarra heredera vital, pues su padre Cédar fue un notable guitarrista, y su mamá, Lyda Indart, una reconocida pianista. Pero este gran músico de la Patria Grande optó por la Negrita Martina, por los pobres, por la utopía. Y nosotros, su público, lo aplaudimos de pie mientras se va, sereno.

Volver de Vallegrande fue aún más difícil. El acto oficial convocó a más de diez mil almas, el valle se hizo extendido, resbaladizo, lleno de curvas aparatosas. Veo al Che en todos lados, en las casas de adobe con chanchitos radiantes, en las guaguas rurales correteando tras la escuelita nueva, en la carretera reciente repleta de cuñapés. El Che camina por ahí dando sus ventarrones de luz a quien lo sienta. Está en el rostro del soldadito que le pide su licencia al maestro, mira adentro, me sonríe, mientras suena en la radio la voz de Viglietti: “Soldado aprende a tirar/ tú no me vayas a herir/ hay mucho que caminar/ desde abajo haz de tirar/ si no me quieres herir”.

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*El Papirri, personaje de la Pérez, también es el cantautor paceño Manuel Monroy Chazarreta.

Músico - [email protected]