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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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Mast’aku de piedras y flores para Saenz y Bedregal

A 96 años del nacimiento del primer poeta y a casi 43 del fallecimiento del segundo, el autor sugiere una suerte de receta para convocarlos. Obras reeditadas de ambos escritores se pueden hallar en el stand de Plural Editores de la Feria del Lib
Mast’aku de piedras y flores para Saenz y Bedregal



Jaime Saenz nació el sábado 8 de octubre de 1921, y murió, también un día sábado, el 16 de agosto de 1986, a los 65 años. Hoy cumpliría 96 años y, para celebrarlo, quiero compartir la receta personal de un mast’aku invocatorio para prepararlo únicamente en ocasiones especiales y al que lo he bautizado “Bocadillo post morten”.

El mast’aku es una ofrenda que se hace a los difuntos con el afán de invocar su presencia y —por un momento— compartir otra vez en el mundo de los vivos.

La invocación es inducida a través de los elementos que despiertan en el espíritu de los muertos las sensaciones de placer, como los alimentos y los olores. Como si fuese un pastel de cumpleaños, el mast’aku se prepara con las cosas favoritas de nuestro difunto.

Cuando Jaime Saenz cumplió 53 años, la noche del 8 de octubre de 1974, “apareció en casa” el poeta Guillermo Bedregal García, que en ese momento tenía 21 años. De regalo, le trajo unas flores y unas piedras que dejaron inquieto a Saenz. 16 días después, su amigo Guillermo murió súbitamente en un accidente automovilístico, en la zona de Sopocachi de la ciudad de La Paz.

En el prólogo del poemario Ciudad desde la altura, una de las obras póstumas de Bedregal, Saenz recuerda así aquella visita: “Una noche a principios de octubre, y cuando a todo esto se hallaba trabajando febrilmente en los poemas de Ciudad desde la altura, Guillermo apareció en casa. Retornaba de Llojeta —retornaba de la altura, bajo una lluvia torrencial, y llevaba entre sus manos unas flores y unas piedras— casualmente, era una fecha de especial recordación. Esa noche, a lo lejos, se encendía el relámpago en el silencio —y el recién llegado vestía de negro. En realidad estaba de luto —pensé yo—, y tendría sus razones; las piedras y las flores querían decir algo”.

Y son precisamente las flores y las piedras los ingredientes esenciales para preparar este mast’aku.

Algunas consideraciones previas

Esta receta personal para las celebraciones póstumas se me ocurrió un 2 de noviembre, cuando armaba un mast’aku especial para Saenz, que nació el 8 de octubre, y para Guillermo Bedregal, fallecido el 26 de ese mismo mes.

En ese entonces vivía en La Paz. El edificio en el que estaba mi departamento se había quedado sin electricidad y reinaba la total oscuridad. El mast’aku en cuestión, por tanto, lo armé a la luz de las velas, al pie de un altar, que tenía, entre otros objetos sagrados, la calavera de una ñatita, vale decir, el cráneo de un difunto.

No había nadie más que las sombras en esa habitación. La mesa de difuntos ya estaba lista y solo faltaba preparar aquello que más les gustaba a los dos homenajeados. No se me ocurrió otra cosa que hacerles un pastel de piedras y flores.

La receta fue un éxito. Pasadas las cero horas, mi departamento era una verdadera locura, nada se estaba quieto y todo sonaba, las cosas se caían o se perdían y las puertas se cerraban y se abrían. A los 15 minutos corría por la calle despavorido, en pijamas y con un poncho de abrigo.

En La Paz había una cueva disfrazada de cantina que se llamaba Mangareba, a tres cuadras de mi casa, que abría sus rejas a partir de las cuatro de la mañana; como solo había pasado 20 minutos de la media noche, no tuve otra opción sino la de sentarme a esperar que abrieran.

Al día siguiente, de madrugada y cerrando como siempre el boliche, entré a mi departamento. Quedé sorprendido y aterrado de lo que había allí: cenizas.

Seguramente, cuando salí tirando la puerta, las doce velas que estaban en el suelo, junto al mast’aku, se cayeron y quemaron todo lo que estaba alrededor.

El que la receta incluyera como ingrediente principal piedras fue lo que evitó que todo el departamento ardiera. El único daño fue la negritud circular en el piso de madera, exactamente al medio de la sala, y con unos 90 centímetros de radio.

Nunca más hice la susodicha receta. Hasta hoy.

“Bocadillo post morten”

La receta de un mast’aku invocatorio es muy sencilla de preparar y me resultó muy útil para invocar a los difuntos.

Como ya lo dije, es un pastel de piedras y flores llamado “Bocadillo post morten”.

Los ingredientes son: piedras, licores, coca, tabaco, sal, incienso, flores de todo tipo, especialmente retama, agua bendita, ruda, escritos propios y de los difuntos a los que se quiere invocar, alcohol y una pizca de piedra imán.

La receta tiene dos fases, la preparación y la invocación.

La primera fase se inicia colocando las piedras en un recipiente circular grande. Por las razones anteriores no recomiendo hacerlo en el piso. Las piedras sirven de soporte y a la vez de recipiente.

Luego se agregan las flores, formando una especie de colchón, sobre el cual se pondrá todo lo demás, excepto el agua bendita, los escritos, el alcohol y la piedra imán. De esta forma, ya está preparado el pastel.

La invocación ha de realizarse ante un espejo y a la luz del fuego. Los escritos sirven para ello, deben leerse calmadamente, fuerte y con mucha convicción. Mientras se lee, agregamos con cuidado la pizca de piedra imán. Hacemos una pausa, y rociamos todo con alcohol. Finalmente, le prendemos fuego y nos bebemos el agua bendita, preparándonos para correr si es que el ambiente se pone tenso.

Celebraciones de la muerte

No se puede jugar con la muerte. Ambos poetas lo sabían muy bien.

En la novela póstuma Los papeles de Narciso Lima-Achá, Jaime Saenz, predice la fecha exacta de su muerte, en realidad le falla por poquito: “Lima-Achá agonizó a lo largo de varios días, con una agonía que infundía espanto. El 14 de agosto, a eso de las tres de la tarde, ocurrió su deceso, en circunstancias de lo más dramáticas. En efecto, habiendo saltado de la cama, en forma totalmente inesperada, se lanzó al corredor profiriendo angustiosos gritos: y allí cayó, como fulminado por una rayo” (240).

La verdad es que Saenz murió el 16 de agosto, recostado en su cama, rodeado de sus amigos más cercanos.

La fatalidad y la tragedia, en cambio, cubren el deceso de Bedregal, pues a dos meses de morir, y de manera premonitoria, entregó los manuscritos originales, totalmente concluidos, de sus tres obras poéticas: La palidez, Ciudad desde la altura y Empiezo a visitarme a su amigo Jaime Saenz y su reciente esposa Corina Barrero, con quien había contraído matrimonio tan solo tres meses atrás.

A veces es importante jugar con los rituales para apaciguar el espíritu de los difuntos, y nada mejor que un pastel post morten.

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