Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 14:22

[EL NIDO DEL CUERVO]

Los artistas y la imitación

Los artistas y la imitación



En su breve ensayo “Sobre la esencia de la poesía”, el boliviano Roberto Prudencio Romecín trabaja temas artísticos, sobre todo poéticos, abordados desde conceptos aristotélicos y platónicos. Para este filósofo paceño, toda creación estética implica una “mímesis”, es decir, una imitación que tiene como referente lo real. Pero esta duplicación no es idéntica a su referencia, no implica una ecuación total sino parcial, con ella; algo así como un remedar a medias, un esbozo del original. La fortaleza imitativa del arte reside en la inmediatez: lo más patente que percibimos dentro del ámbito de lo cotidiano, lo llamativo a nuestras percepciones, lo sensorial. En términos platónicos Prudencio nombrará a esta cualidad artística el fenómeno. Lo que se contraponga a él será lo que vaya más allá de él. Este lado inasible y misterioso es lo que el arte aminora en su representación estética. El quehacer artístico depura esta cara de la realidad y del mundo mediante un acto catártico. Este procedimiento se explica en base a un concepto aristotélico hallado en la Poética: la “catarsis”, que implica el alivio de algo a través de métodos liberadores que lo canalizan y absuelven.

El arte purifica la realidad en cuanto abstrae la forma (lo más patente esencial) del objeto en cuestión y relega aquella parte oscura de la realidad, que Prudencio denomina como la cúspide del horror, la temida sospecha de una inexistencia tras lo perceptible, el miedo a hurgar entre posibilidades no tan bonitas, que ofrecen como premisa principal la inutilidad de lo cotidiano, la ausencia de alguna causa unívoca y armonizadora que interrelacione y dote de sentido a todo lo que nos circunda. Despojados de este temor, nos acercamos al arte confiados y con osadía, ligeros y entusiastas, con la férrea seguridad que el mundo se niega a darnos. Acurrucados en los brazos de la ficción, soñamos la idealidad de un mundo sin dudas, previamente depurado de aquellos molestos pensamientos e intuiciones.

Se entiende así que la labor de la abstracción mencionada es tarea del artesano o artista del caso. El procedimiento se explica en base al entendimiento no sólo de una extracción sino también de un traslado. En efecto, una vez que la forma del fenómeno ha sido abstraída, el paso siguiente es la mudanza de la misma hacia una nueva materialidad. El original cuerpo que albergaba lo más certero perceptible del objeto pronto se ve desalojado, abandonado por la llama de la vida; el cadáver de aquello que antes estuviera animado subyace, la pálida evidencia del ser que antes fuera. Esa exhalación vital evidenciada en la forma es recogida con cuidado por el artista y trasladada hacia un nuevo lugar donde morar. La violencia de este acto estético es clara: la desnaturalización de lo real. Pronto veremos a la mujer en el lienzo, al árbol en la piedra, a los amantes en las letras, a los cabellos en la madera… Y una cuenta infinita de sucesos retratada en la plataforma de variadísimos materiales se despliega ante nosotros. Esta mudanza es descrita por Prudencio como la metáfora. Evidentemente, el arte sería una metáfora en cuanto comunica una cosa a través de otra. Su rama más fidedigna la determinaría la poesía debido a su inmaterialidad básica, pues trabaja con el lenguaje, y esto la exime de los obstáculos que pudiese presentar en algún caso la materia al momento de la plasmación de la forma.

El dedicado artista se convierte en un traficante de intensas percepciones afectivas, aniquilando simbólicamente los elementos mediante la extracción y posterior mudanza de sus formas hacia terrenos opuestos a su naturaleza y hábitat. Forzadas éstas, las formas afecciones, prevalecen en aquel espacio al que han sido confinadas sin que la voz de su voluntad pudiese hacerse inteligible. La belleza de un producto artístico se valorará quizá entonces cuando la afección prevalezca espontánea, aunque no siempre contenta, tras las paredes de su nuevo hogar material, ya entre las palabras de una poesía o entre los tonos marrones de una madera recién barnizada; dependiendo esta cualidad de la habilidad de su hacedor. Y entonces estaremos invitados a observar un espectáculo ya terrible ya feliz, pero siempre adecuado y en órbita dentro de lo que es perceptible en un cauce fluido de situaciones.

Filósofa

[email protected]