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Wilstermann – Santos

Crónica del partido que, por la Copa Libertadores de América de 2004, el equipo rojo perdió 2-3 ante el cuadro brasileño, en el estadio Félix Capriles. Tulio y Vladimir Marín marcaron los dos golazos de Wilster
Wilstermann – Santos



Era el 5 de febrero del 2004 y Cochabamba tenía futbol internacional después de un largo tramo de sequía. Uno salía del colegio pasado el mediodía y se apresuraba a un almuerzo improvisado para después precipitarse al estadio. El cotejo estaba marcado para como las 17:00, pero la atmosfera local prometía una concurrencia masiva al principal escenario futbolístico del valle. La cola se hizo, se ganó un espacio en la gradería y entonces empezó la tensa calma que precede a lo anhelado.

Wilstermann, el equipo compacto y dinámico de “Tulio Maravilha” (ex seleccionado brasilero), Vladimir Marín (después seleccionado colombiano) y Thiago Leitao (uno de los mejores “10” que el país haya visto), recibía al Santos de Brasil, que descollaba como uno de los equipos más poderosos del continente. La ausencia de Robinho entonces permitió una mejor percepción del excelente juego colectivo y del papel fundamental de Diego Ribas, quien después pasaría a filas del Atlético de Madrid.

Al ingreso de los equipos el frenesí ritual compuso un telón maravilloso de cánticos y expectaciones. Se pitó el inicio en medio de un temblor fundamental de voces conjugadas. El Santos comenzó demostrando una simpleza y efectividad desconocida por estos lados. Una alineación de toques perfectamente desarrollada dejó a Basilio ante una definición abierta y no desperdiciada. Diez minutos después se repetía la misma iniciativa y se consumaba el mismo resultado. La afición parecía haber topado un muro y el silencio reinó por unos momentos. Sin embargo, antes del cierre del primer tiempo, una jugada de otra naturaleza irrumpe en lo predecible; Thiago Leitao lanza un balón aéreo hacia la banda derecha, el zaguero argentino Adrián Cuadrado la toma de primera dirigiendo un globo hacia el punto penal y Tulio la peina venciendo con un “globito” la posición del arquero brasilero. Concluía así la primera mitad del encuentro.

Entrando en los segundos 45, el clima de oleada colectiva comenzó a renacer: el juego fluía y la razón de la esperanza no se veía distante. Y entonces llega, un tiro libre de 30 metros, una patada al estilo “Roberto Carlos” de Marín y la explosión de voces sincronizaba con el festejo de los jugadores. Por unos breves minutos las distancias insalvables del mundo, aquellas que tienen que ver con el dinero, con la tradición, con todo el peso del pasado irrebatible que obscurece nuestra posibilidad presente, todo se perdía para dar paso a una claridad humana, a la de los hombres de acto cuya inicialidad es siempre un milagro.

Ese instante fue posible entonces, pero ha sido llevado a su expresión máxima en los últimos tiempos, cuando el milagro ha sido la nota dominante de una gesta que ya va alcanzando lo legendario. Que sepa el mundo que sus mejores equipos no se pudieron llevar ni un punto de este humilde recinto.

Filósofo - [email protected]