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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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[LA LENGUA POPULAR]

El vértigo del ritmo

El vértigo del ritmo
A veces jugar con el vértigo produce una sensación de miedo pero también de excitación. Todo lo que está vinculado a los límites y su transgresión genera esa sensación de extravío que a veces es tan necesaria de sentir; te permite humedecer a la vida con esa llovizna inmortal de otros tiempos.

Las mejores cosas son las que llegan cuando estás al límite, cuando el peso del miedo por las alturas radica en el deseo absoluto de lanzarse, a pesar de la imposibilidad de volar. Por un momento quisiéramos pensar que aunque sea una posibilidad remotísima podría suceder. A eso me refería cuando decía jugar con los límites, me refería a creer en ese; cero coma uno por ciento de posibilidad, más que en el otro resto contrario.

Esta Lengua me resulta inevitable no tocar el sábado 26 de agosto; por dos motivos enormes. El primero porque se celebraba el cumpleaños del gigantesco escritor argentino Julio Cortázar. El segundo porque fue la pelea de box más importante de los últimos tiempos, no sé si por el peso en la disciplina o por lo que implicaba en cuanto a la interpretación de los deportes de combate. Por la euforia de ambos motivos, me encontré acelerando el viejo motor de mi auto en una carretera que me permitió redescubrir la violenta belleza de la transgresión en la velocidad; acompasado de las canciones de una banda que a través de su nombre encierra lo que fuimos la mayoría el sábado pasado; me refiero a una Isla Común en la que el vértigo de la experiencia era imposible de evitar.

Pensar en Cortázar es traer a la mente la belleza de la escritura, es recorrer la genialidad de la narración rítmica, de las historias y mujeres que nunca se olvidan y de los iniciales buenos tiempos de leer literatura. Cortázar tiene algo que es imposible de negar; puede que muchos de sus atributos lleguen a sobrecargarse, pero lo que nunca se agota, es su ritmo. Cortázar el bailarín, el músico, el boxeador.

“Yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar. Es como en un ascensor, tú estás en el ascensor hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se quedó ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos”. (El perseguidor)

“Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris”. (Cartas a una señorita en Paris)

“Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él”. (Axolotl)

Cortázar es ritmo constante, es como si su escritura hubiese estado expuesta a un metrónomo y a partir de ese ejercicio la elección de su puntuación. Por eso parece que todo lo que escribe hipnotiza, más allá de lo que pueda estar diciendo. Pero el ritmo lleva siempre al vértigo. Basta con recordar el primer baile, beso, novia, pelea, cerveza, etc. Esas primeras veces que hacen parecer que todo en el mundo empareja con una misma velocidad de tiempo que permite un ritmo perfecto. Aunque sea inevitable la caída.

El boxeo es también un deporte de ritmos y de puntuaciones, de marcaje claro y preciso, de personalidades claras y de intenciones bien trabajadas. No se puede sobrevivir en un cuadrilátero sin el oído necesario, cada movimiento se sincroniza al juego de los pies y a la rotunda movilidad de la cadera, las manos simplemente acomodan las comas, los puntos seguidos y cuando es el momento de terminar la historia, el punto final.

Siempre he seguido a McGregor y este sábado no fue diferente. Pero a pesar de haberlo sostenido todo el tiempo, en el fondo todos sabíamos el resultado que se venía. Hay una magia en el saber de la derrota, en saber que es inevitable y aún así zambullirse en ella, porque te despierta la mínima posibilidad de lanzarte al vacío y salir volando. El irlandés lo hizo una vez; voló durante trece segundos cuando se consagró oficialmente campeón. El resto de las veces sobrevoló lo que quedaba de las nubes de aquel vuelo. Pero el sábado pasó lo que la mayoría presentía, aunque hubo un momento donde sus puños hicieron la puntuación al ritmo del mejor Cortázar, aunque escribía una historia sucia, sin claridad en lo que contaba, por un momento parecía que lo lograba (en los 4 primeros round) y en ese momento parecía que la posibilidad diminuta era validada de nuevo.

McGregor es un peleador que arma un espectáculo mediático en todas sus previas, pero cuando pelea produce el vértigo de la aceleración y el choque inminente. Hipnotiza. En ese sentido se vuelve tan cercano a Cortázar. Porque al final de cuentas la literatura y el boxeo son distintas forma de escupir. En ambas el ritmo marca la victoria, además que en ambas solamente puedes sobrevivir al fracaso con tu estilo. Aunque en algunos casos basta con lograrlo aunque sea un momento y después quedar sometido a la mirada del lector francotirador. Todos tenemos un Floyd Mayweather que nos permitirá hacer del vértigo una posibilidad de volar; también será cuestión de tiempo que nos haga entender la caída.

Lo que importa es aunque sea un momento haber tenido el ritmo. Porque, como decía mi abuela, después quién te quita lo bailado.

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