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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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El noble oficio de ser maldito

Sobre el libro El periodista tonto, del periodista y escritor Antonio Rivera Mendoza y recientemente presentado en la Facultad de Humanidades de la UMSS. La obra puede se puede adquirir llamando a los teléfonos 65761693 y 60711212.
El noble oficio de ser maldito



Antonio Rivera escribe muy bien y esa ventaja, en nuestro medio, es siempre grata, pues, en un mundo hiperconectado y globalizado como el nuestro, la prosa periodística clásica, tan elemental, tan vacía, tan anquilosada, tan restringida por normas absurdas, hace que la lectura de los textos periodísticos sea una práctica propensa al sopor y al aburrimiento. Por eso, leer a Rivera no solo es un alivio, sino un deleite. Y es que Antonio Rivera escribe muy bien porque es un lector aventajado. Proviene de esa tradición humanística que sabe que el periodista no es periodista porque escribe notas de prensa solamente, sino porque fundamentalmente es un voraz lector, que se renueva, que explora, que se sumerge en los textos, que aprecia y goza con el inquietante reportaje, con el solemne texto académico, con la fantástica veta de la literatura. Y así, la prosa de Rivera está plagada de oraciones felices, de juegos de palabras ingeniosos, de divertimentos lingüísticos, de calidez y de estética. La obra de Rivera está en armonioso equilibrio entre el texto serio y reflexivo, el lúdico oficio del relato anecdótico y la irónica crítica.

Así, leer El periodista tonto provoca dos reacciones espontáneas. La primera es de fondo y es una mezcla entre el estupor y la risa por las cosas que aquí se denuncian, y la segunda es de forma, pues acabada la última página, un sagaz lector podría concluir el texto pensando para sus adentros alocuciones generosas, como decir: “Carajo, qué bien escribe este Antonio Rivera”.

Lo mejor de todo, sin embargo, es que Antonio Rivera es un maldito. Carece de piedad para con sus colegas. En efecto, El periodista tonto es un manual de cómo no hacer periodismo. Un antimanual, diría el susodicho malditi. Están en sus páginas una enorme constelación de vicios, de defectos, de inseguridades, de metidas de pata, de faltas éticas que en nuestro medio cotidianamente los periodistas repiten.

Aquí están expuestas al desnudo la vanidad, la mediocridad, la ignorancia, la complacencia con el poder, la angurria, la codicia, la bajeza humana. Abundante en ejemplos, El periodista tonto no es una mera sátira del oficio ni tampoco una simple denuncia, sino una profunda reflexión que, rebasando el plano meramente profesional, se constituye en un agridulce pretexto para la reflexión sobre la condición humana. Haríamos muy mal en creer que el libro de Rivera es de un interés sectario, que concierne solamente a los periodistas y a los estudiantes y docentes de Comunicación. No es así, al ser los medios de comunicación la proyección de la sociedad, el mal ejercicio periodístico es reflejo de una crisis cultural y social, por tanto un periodista corrupto es la metáfora de una sociedad con ciudadanos corruptos, o vanidosos, u oportunistas, o complacientes con el poder o angurrientos o tontos.

Como él mismo lo anota, sin falsas modestias, este libraco no es fruto de la imaginación del autor, sino que está documentado, es resultado de la observación, del análisis y la interpretación, no escatima en datos ni ejemplos, está seriamente argumentado y, en muchos casos, tiene hasta nombres y apellidos. Para una sociedad como la nuestra, que le teme a la crítica más que a Belcebú y el crítico termina siempre siendo el malo, el envidioso, el destructivo, este libro no solo es un espejo en el cual se refleja el profesional de la prensa, sino que es una notable muestra de la honestidad intelectual, del oficio de la autocrítica y de la valentía que en nuestro medio se necesita para escupir la verdad y para gritar la bronca.

Para quienes conocemos de alguna manera el mundillo del periodismo local, este texto es catártico, casi un bofetón plagado de dolor, pero, he ahí su enorme importancia, no se queda en el lamento y la victimización, ni siquiera los propone, sino que te interpela, te conmina, te desafía y te cuestiona. Virtud de pocos, el cinismo del texto (entendida la palabra cinismo como la actitud desafiante ante lo socialmente aceptado) convierte a su autor en un valeroso Quijote que sacrifica la comodidad de caerle bien a todos en aras de la incomodidad que provoca ser el malvado ogro que no se calla, el aguafiestas, el contreras que se niega a ser el silencioso cómplice.

El periodista tonto es el flojo, es el automático, es el que vive y se desvive por complacer a sus jefes, a las autoridades, a los anunciantes, es el que se cree juez, el ansioso de figurar, el que se mata por ir a las salteñadas de las conferencias de prensa. Es el que no lee, el que escribe mal, el que se dice analista y es un bobalicón, el que carece de responsabilidad y ética, el que se corrompe, en fin, el mediocre.

No es tarea fácil acumular ejemplos y sacarlos a la luz con tanta honestidad como lo hace Antonio, y precisamente es esta decisión la que —no tengo dudas— levantará el avispero y generará malestares y disfunciones estomacales entre no pocos de sus colegas. Pero, diría César, la suerte está echada y Antonio se las jugó y eligió ser lo que es, y por ello solo nos queda agradecerle, así que, sin mayor preámbulo, le digo: Antonio, gracias. Gracias por elegir ser un maldito.

Comunicador y escritor - [email protected]

El periodista tonto es el flojo, es el automático, es el que vive y se desvive por complacer a sus jefes, a las autoridades, a los anunciantes, es el que se cree juez, el ansioso de figurar, el que se mata por ir a las salteñadas de las conferencias de prensa. Es el que no lee, el que escribe mal, el que se dice analista y es un bobalicón.