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Por nuestra Perestroika

Por nuestra Perestroika
Hay libros que llegan a las manos de un lector por casualidad. Son esos pequeños tesoros que descubres sin tener ni la menor idea de lo que estás llevando a casa. Solamente asumes el encanto del descubrimiento en el proceso inmediato de la exploración temprana. Sin darte cuenta, estás sumergido en un tiempo y espacio, que dice tantas cosas de ti mismo, que en el fondo sientes que el objeto encontrado no es más que una extensión íntima tuya. En ese instante entiendes o por lo menos intuyes con mayor seguridad; que la buena literatura, la que contiene piel y huesos, corazón y vísceras, está tejida para hacer de este mundo un lugar mejor, por lo menos durante el tiempo en el que todos los fantasmas reposan en la historia que no es nuestra; pero que podría habernos pertenecido. O tal vez, y lo más probable, es que si nos corresponde y lo sabemos a medida que vamos descubriendo en la mirada de ese otro; de lo escrito, una convocada versión de nosotros en la eterna gratitud de la ficción.

“A eso de las diez de la noche volvió la luz y Aarón descubrió que algún gracioso había aprovechado el apagón para poner una rana muerta en su almohada. (Inicio del primer capítulo” (Pág. 9).

“Seremos punkers, hablaremos de nosotros, de sexo y de política, seremos rebeldes y, de paso, conquistaremos toneladas de mujeres; fue lo último que recordé antes de quedarme dormido” (Final del primer capítulo; Página 24).

Alejandro Suárez nos introduce con las líneas anteriores a su hermosa novela Por nuestra Perestroika, presentada gracias a lúcida decisión de la editorial 3600 en la pasada feria del libro de Santa Cruz. Suárez, desde el primer momento, nos conduce de la mano a la adrenalina del recuerdo de haber disfrutado aquellos días pasados, que sucedieron con la más potente fuerza del calor de eso que llamamos libertad.

Esta novela se conjuga en la sobrevivencia caótica del convivir con nuestros iguales, en aquellos estados, donde la potencia del sueño es superior a la susceptibilidad del mantenerse despierto. Soñar es solamente para valientes, es enfrentar al enorme aparato del mismo cuento rutinario de crecer. Leer Por nuestra perestroika, es recordar el haber amado con rabia la poderosa adicción por crear una experiencia mejor que la rutina, que de a poco, a medida que vamos creciendo, termina a veces amansándonos, desdibujándonos.

Suárez nos cuenta la historia de un colegio de alto nivel en Cuba, en el que estudian los hijos de diplomáticos y políticos activos de un rango de medio para alto del aparato de estado de la revolución. Pero contrasta todo el posible discurso político-sociológico, con la aventura y la vitalidad de un grupo de estudiantes que quieren hacer una banda punk, entre ellos el fascinante gestor de la idea, un chico llamado Seriosha; un pequeño genio inocente y rebelde que sueña con el descarnado sonido de bandas de rock argentino como Flema, Los Violadores, o Luca Prodan.

En el proceso de la historia los personajes se enamoran, se decepcionan, confirman y reafirman una y otra vez su papel en el mundo. Estructuran un nuevo planeta a partir de la posibilidad de un sueño, de la reconstrucción de los seres que habitan el mundo y se debaten entre el deber y el deseo, entre la ética y la obligación. Muchos profesores han desertado y se vuelven rebeldes. El sistema, que a la vez se muestra como podrido, como falso, también es una especie de reconstituyente para todos, también apasiona, propone, obliga a la voluntad de recordarnos que siempre se puede elegir y equivocarse, que jugar al límite del abismo es parte de sobrevivir, el vértigo es necesario.

Todos los personajes te llevan a la sospecha de la realidad, del paso continuo entre una decisión y otra, entre el esfuerzo por crecer y no quedarse detenido. Por nuestra perestroika nos hace pensar en el abismo, en el vértigo, en la asfixia que resulta superar el miedo de decirlo todo sin remordimientos. Viene a mi mente una canción de Bumbury, que en la voz hablada en español tiene tanto impacto que congela todos los pasajes a pasados confusos, que la mayor parte del tiempo se debaten entre un porcentaje igualitario de cómo realmente pasaron las cosas y cuánto se ha inventado: “Porque siempre conviene alegrar a la gente / también de vez en cuando está bien asustar un poco”.

Suárez consigue retratar con tanta belleza la sensación de aquellos viejos tiempos en los que toda posibilidad era una certeza, a pesar de su lejanía. Donde repito nuevamente; soñar es un acto heroico. Y donde los héroes se presentan a partir de la libertad que la música consagra. Cuando el recorrido en el tiempo ya ha sido lo suficientemente largo, desde la distancia vemos al prójimo que un día fue y que hoy ya no está, de a poco nos recordamos por esas vivencias que casi logran ser totales; pero también parte de su belleza es el fracaso, el no lograrlas por completo, porque el soñar es más importante que el sueño mismo.

Por nuestra perestroika es una novela de la fraternidad; porque en cada expansión de lo que se va narrando es irremediable no pensar en nuestra posición ante el otro. El otro cómplice, amante, amigo, opositor, enemigo, apenas conocido, secuaz, socio, etc. La mayor virtud del libro está en la posibilidad de explorar la relación fraternal; es una demanda de la historia y a la vez nos obliga a recordar, a aquellos cómplices que las becas del mundo han terminado parasitando y matando.

“Esta edad es dura, pero la podremos sobrellevar con música; lo tuvimos hoy, lo volveremos a tener mañana; buenas noches a todos, váyanse a la mierda” (Página 59).

Seriosha se despide de esa manera del primer ensayo que tienen como banda; cuando en medio del completo caos y ruido, comienza a surgir algo de sintonía entre los músicos; por un momento sienten que lo habían logrado, por un momento sienten que en verdad eran posibles. Como la vida por un momento el eterno infinito del cielo a veces es reducidamente microscópico.

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