Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 14:17

[NIDO DEL CUERVO]

Las nueve cantoras

Las nueve cantoras
Los pasos de las Musas, que según se dice son delicados y ligeros, se desplazan con gracia y parsimonia a través del divino monte del Helicón, su hogar. Expulsadas de él por propia voluntad, surcan sus inmediaciones, y en torno a una fuente de tonos violáceos y luminosos danzan sin parar. Son ellas las diosas del canto y la poesía; compartida e idéntica es su consanguinidad, el tronco amplio y vigoroso de la ascendencia se pinta común: el padre es el poderoso Zeus, tutor de dioses y hombres, el legendario personaje que habita el Olimpo; la madre es la melancólica Memoria, cuya prometedora esperanza de felicidad retumba entre los ecos finales de un amor más productivo que ruidoso, más callado que alevoso: la maternidad, la concepción. Las nueve hijas emancipan del cálido vientre de la Memoria y albergan en sus pechos el vestigio de aquel destino activo y deseoso que aún perdura en ellas, esto es, las demandas del amor subyacentes en sus corazones: por un lado, los gratos augurios de su madre respecto a la proyección del natalicio, por otro, la desinteresada naturalidad con que el padre se recuesta en el lecho, fresco y despreocupado. Así, ellas, cantoras comprometidas con cierto buen ánimo, reproducen sin más esas cualidades, la energía de aquel erotismo consumado y patentizado en una evidencia palpable y perceptible que son ellas mismas, su propia musicalidad.

Cae la noche y tras la densa neblina se manejan los piececillos de las nueve hermanas, los cuales se prestan a la imaginación tersos y fríos, resistentes a las inclemencias nocturnas del camino. La fuente de tonos violetas ha refrescado sus pasos, y la soltura de sus pies es semejante a las alas de algún animal ágil y aéreo. Al peregrinaje acompaña la acústica, y todo dios que las escuche se regocija entonces, y en su pecho parece no habitar ningún mal o preocupación, por más nimia que esta sea. Las Musas cantan las proezas divinas y todo lo que de ello se desprendió a lo largo del tiempo; son capaces tanto de aparentar la verdad como de decirla sin tapujos ni trampas. Su atenta audiencia se prende de inmediato tras estas temáticas melódicas, y, extasiada por esas historias áureas e idílicas, distantes de algún modo a su realidad diaria, se olvida al punto de cualquier desdicha o intruso sentir alojado dentro del corazón.

Este aislamiento del pesar al cual reemplaza la vacancia de la bienaventuranza representa un contagio: las nueve hermanas cantoras, con el pecho libre de toda perturbación, han replegado en sus oyentes su misma condición. Parece que el deseo de dicha de la madre Memoria y la soltura del padre Zeus al concebirlas ha mermado insoslayablemente en el corazón de las hijas. Las impresiones del amor han dejado su impronta en la personalidad de cada una de las Musas, y, si bien no son todas idénticas, al menos sí bastante semejante y compartida es su esencia. Son nueve nombres para nueve cualidades también: Clío, la que da fama, Euterpe, la muy encantadora, Talía, la festiva, Melpómene, la que canta, Terpsícore, la que ama el baile, Érato, la deliciosa, Polimnia, la de variados himnos, Urania, la celestial, y Calíope, la de bella voz.

Las nueve deben la propagación de lo feliz a la madre y la espontaneidad de este esparcimiento al padre. No en vano se dice que su voz es arrastrada con facilidad por el viento; natural su melodía con el entorno. El privilegio de su audiencia es enorme y bello, la posibilidad de habitar un tiempo extrahistórico, extraño pero no ajeno, el relato de la conformación del Olimpo y los dioses, confrontando esto con cierta memoria personal patentizada en los males del corazón.

Del mismo modo que las nueve deidades lavan su suave piel en las aguas del Permeso o en las del divino Olmeo, las heridas del alma se embalsaman cuidadosamente en el canto de estas divinas mujeres. Los poco gratos recuerdos que atormentan el pecho se suavizan, se entusiasman; las Musas acarician el corazón de cada escucha, y, con la potencia genética de su madre, deseosa de cierta dicha olvidadiza de pesares, y la fortaleza natural y desprendida de su padre, logran cauterizar y acompasar la congoja nostálgica de una memoria frágil y dolida ante los avatares de la suerte.

Filósofa – [email protected]