Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 15:36

De noche todos los gatos son pardos

De noche todos los gatos son pardos



Apenas unos días después de haber concluido su visita a Cochabamba, donde participó del 8vo Foro de Escritores Bolivianos, el escritor paceño Rodrigo Urquiola recibió la noticia de que era el nuevo ganador del Concurso de Literatura Franz Tamayo, en la categoría de cuento. A propósito de ese galardón, compartimos un fragmento de la intervención del narrador en el reciente encuentro literario.

Cuando me anunciaron el tema de este Foro, me detuve mucho en la palabra “configuración”. Y, de las maneras en las que se podría interpretarla, más allá de su definición, he preferido quedarme con la sensación de orden que deja tras su paso: la disposición de las partes que le dan forma a un todo. Pienso que la literatura boliviana ha ido un poco configurándose al azar, ha habido una lluvia en las montañas, la lluvia le ha dado vida al río y el río, en su estrépito, ha arrastrado un montón de objetos y los ha dejado en la arena para el que quiera aproximarse los vaya encontrando sin un orden preciso. Si bien se puede reconocer momentos de la literatura nacional –por ejemplo, el indigenismo o la guerra del Chaco o el grotesco–, creo que el lector contemporáneo llega a la literatura boliviana como el que baja al río y empieza a alzar tesoros que ya sabrá si llevarse a casa o no. Y el escritor boliviano contemporáneo no es otra cosa que un lector de la misma especie, por tanto, me parece que una reconfiguración de nuestra narrativa apunta a un atractivo caos, a una danza casi, de colores y aires distintos.

Y también pienso que nuestra literatura está hecha de grandes silencios. Y que ellos son como la noche espesa. El hubiera es una permanente inexistencia, sí, pero ¿qué son tantos de nuestros sueños si no un sencillo hubiera?

De noche todos los gatos son pardos. Es el título de una gran canción de los Caifanes. La escuchaba en el momento exacto en el que me hacían la invitación al Foro y me detenía en la palabra “reconfiguración”. ¿No les ha pasado alguna vez que una canción se conecta casi mágicamente con un instante? ¿Que lo uno parece estar conectado con lo otro como si se tratara de una suerte de juego cósmico? A mí me pasó y acabó trágicamente. Aunque quizás lo trágico es no saber si en realidad acabó. Tal vez todas las historias sean finales que se concatenan, nada más, porque dormir es como morir cada día. Pero no vamos a entrar en detalles porque si lo hacemos puede que la tragedia ocurra en el texto mismo de esta ponencia o en algún bar de Quillacollo conmigo mismo leyéndole esta ponencia a un público distinto que, quizás, tenga que arrojarme objetos efímeros para que deje de leerla. Magia. El título de la ponencia lo elegí, en primera instancia, como un homenaje a ese momento mágico del que no les voy a contar detalles. Y, por otra parte, me pareció que iba con el tema del que ahora estamos hablando. De noche todos los gatos son pardos. Oscuridad. Sombras que se mueven en lo negro. Viento entre los árboles. Quizás miedo.

Si es que he podido escribir un libro en mi vida, yo debo agradecérselo a mi abuela. No sólo porque haya decidido escapar del campo a sus trece años para trabajar en la ciudad y no volver jamás, que si no lo hubiera hecho es bastante probable que yo, en este momento, estuviera pasteando vacas y jamás nos hubiéramos conocido, ya hemos aprendido que no siempre las casualidades son benignas y que, volviendo a lo que nunca ocurrirá en el bar quillacolleño y a la historia que no les contaré hoy, tal vez me hubiera convenido permanecer con esos amables animales. También le agradezco que se empeñara en contarme un montón de historias de todo tipo, lo que veía, lo que conversaba, lo que vivía. Y ahora que hablamos de literatura boliviana y reconfiguraciones y he metido a unos gatos en la noche antes de hablar del hubiera y de un gran silencio, creo que es bueno decir que todo escritor –quizás, en el fondo, todo ser humano– está construido por sus abuelos aunque no haya tenido la fortuna de haberlos conocido y no sólo porque los padres sean el inicio de esa construcción; un escritor, decía, está hecho de abuelos: todos aquellos cadáveres que ha leído para algún día llegar a convertirse en uno similar. Y, claro, para no olvidarme del título de mi ponencia, recuerdo que mi abuela me habló de gatos en la noche y que quizás por eso la canción de los Caifanes se me hizo tan familiar con el tema del que venimos hablando.

Historia de su infancia

Ella estaba en el campo una noche cualquiera. Su madre la envió a pastear vacas temprano en la mañana. Siempre que me cuenta esta experiencia me cuesta creer que una niña haya podido ejercer dominio sobre semejantes bestias, pero ella me explica, en sus palabras, que la ficción no es asunto suyo, “en el campo así nomás es”, dice. Transcurrió el día como tantos otros. Pero, cuando volvían, sin darse ella cuenta, desvió su ruta. Y se hizo la noche. Y con la noche vino la niebla. Y, entre ese velo, ella vio a lo que parecía un señor sentado en una piedra. “¡Tío!, ¡tío!”, cuenta ella que llamó, así como se acostumbra a decir en el campo a las personas mayores. Y relata mi abuela que cuando se estaba acercando a ese “tío”, él lo recibió con un gruñido. Era un puma. Me cuenta que el miedo era quedarse inmóvil temblando ante el animal, los ojos bien abiertos, la piel erizada y la sensación de que la niebla blanca se espesaba más, al punto de empezar a meterse en el centro mismo del color de la tez. Me recalca que el miedo debe durar poco porque si no el muerto eres tú. Empezó a hacer ruido. A gritar, a alzar piedras, a tomar una rama y barrer el piso. Y que el puma, ese gato pardo en la noche, perezoso, le dio la espalda y se fue. Ella se abrazó a alguno de sus animales y se puso a llorar y me dijo que los animales también lloraban, pero que sólo quien estaba con ellos todo el tiempo podía saber cuándo y cómo lo hacían. Más tarde, su abuelo llegó a buscarla y la rescató. De haberse quedado atrapada en la noche quizás nadie estaría escuchando esta historia. Y así como no hubiera sucedido la lectura de esta ponencia no hubiera sucedido aquello que no les contaré y mucho menos la todavía abierta posibilidad de terminar en un bar de Quillacollo. Nada ni nadie. Vacío. Silencio. Pero no, el abuelo llegó al rescate y todo terminó sucediendo hasta donde lo conocemos.

Nadie

Hace poco dije que hay un gran silencio en Bolivia. Un silencio que, cuando uno camina por las calles de las ciudades o viaja al interior, me parece que grita más fuerte. Ahora vamos a usar el hubiera. ¿Qué hubiera pasado si uno de los niños hijos de los mendigos que vemos cada día hubiera llegado a escribir un libro? No un libro testimonial, que de esos hay tantos y, al final, toda buena narrativa lo es de alguna manera, pero con una lectura dirigida dentro suyo. ¿Qué nos hubiera dicho este niño al que de vez en cuando le compramos un dulce o le decimos “pobrecito” para luego olvidarlo para siempre y seguir con nuestras vidas? Yo he tenido la suerte –¿o la mala suerte?– de que mi abuela siempre sintiera una atracción hacia la palabra escrita, hacia la voz impresa. Siempre, en la noche, se pone a ojear periódicos o leer sus libros de cocina una y otra vez, con lentitud, porque las palabras le cuestan y la vista está cansada y la admiro más y me digo, qué tamaño de escritora hubiera sido si le hubieran llegado otros libros y hubiera tenido tiempo de tener inquietudes y hubiera tenido lo que sea que se tenga que tener para escribir que, quizás, ella posee y, como no lo usó, lo aletargó y terminó heredándolo de alguna manera. Pienso que ella posee una mayor autoridad para hablar de Bolivia. Que nosotros, escritores y lectores, observadores todos, no tenemos la misma autoridad para comprender Bolivia que el niño que está vendiendo dulces en la calle.

Y es quizás por eso, por el ambiente, que gran parte de nuestra narrativa esté impregnada de cierto aire rural, incluso la contemporánea. Quizás apartarse, fingir que te alejas, la doble negación es afirmación, quizás eso también sea una manera de decir, de unirse al silencio. Entonces, ¿hacia dónde se configura o reconfigura la literatura nacional? ¿Cuál será el paso acertado? Todos y ninguno, es lo único que sé.

Escritor