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Formas simples

Formas simples
El historiador alemán André Jolles publicó en 1930 un ensayo vuelto clásico acerca de lo que llamó “formas simples”, expresiones de escritura que, sin ser obras propiamente literarias, no pueden dejar en ocasiones de considerarse artísticas, ya sea en forma indirecta porque son insumos para desarrollos posteriores, en la mayoría de los casos con cambios fundamentales; y en otros, cuando han llegado a adquirir cierta autonomía que las ha convertido en piezas literarias de algún valor, sobre todo alimentando géneros (o subgéneros) como pueden ser el microcuento, el antipoema o el cómic.

Jolles ha destacado en su repertorio de “formas simples” las siguientes: la hagiografía (vida y milagros de los santos), el mito (decantación de tradiciones orales), la leyenda (narración de hechos entre históricos e imaginarios, que cuando se refiere a hechos guerreros se suela llamar epopeya), el enigma (que incluye la adivinación, el proverbio y la profecía, que muchas veces se asocian al mito), la sentencia (en el sentido del hablar con sensatez, que en ciertos casos desemboca en el popular refrán); más otras “formas simples” que nos saltaremos por ahora.

Un capítulo interesante es el de la hagiografía sagrada, mostrando la complejidad de sus códigos, establecidos desde hace siglos por las jerarquías eclesiásticas. En otras palabras, son formatos rígidos para escribir las historias de los “santos”: qué se puede incluir y qué no. Nada superfluo debe contaminar el objetivo principal: la propagación de la fe para asegurar la primacía de la verdadera religión. Cabe señalar que nada de esto es privativo del catolicismo, otras iglesias cristianas y no cristianas también lo practican. Tienen sus propios santos y sus milagros pueblan las hagiografías.

Un caso curioso es el de San Jorge, un santo medieval pródigo en hazañas (mata a un dragón, por ejemplo) que es un paradigma de la “transferencia de significados”, pasando de una época a otra, cambiando de figura y carácter, trastornando la iconografía aunque manteniendo un conjunto de valores, guerreros sobre todo, que entusiasmaron a las multitudes en varios períodos de la historia de la humanidad, expandiendo el alcance del patronímico generación tras generación. Los hagiógrafos se confunden con el personaje.

Hay que tener en cuenta que la historia reciente ha mostrado que la práctica de la hagiografía no es privativo de las religiones. Esta “forma simple” se extendió primero, por obvio deslizamiento dialéctico, a su contrario. Así ocurre con las vidas de personajes perversos como el Demonio, y en el caso del catolicismo a herejes y protestantes tales como Lutero, Calvino, los caballeros templarios, Hus o Nostradamus, a quienes sus seguidores han hecho acreedores de biografías idealizadas que corresponden más bien a una hagiografía. Más bien a una antihagiografía. Aunque los “ademanes lingüísticos”, en palabras de Jolles, son los mismos.

Ciertos héroes políticos, a la izquierda y a la derecha y, sobre todo, en los extremos del espectro, son a menudo materia de hagiografías calcadas de las católicas. No faltan las biografías piadosas de personajes como Che Guevara, Ho Chi Minh, Mao y Chávez, personajes que se impulsa a imitar y que rezuman perfección revolucionaria.

Escritor chileno - www.bartolomeleal.cl