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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Obsolescencia programada

Obsolescencia programada



Intentando escuchar —el recién reeditado una vez más— Ok Computer 20 años más tarde, le dedicamos un sendo especial de tres páginas al disco de la banda inglesa Radiohead. Los hermanos Javier y Luis Rodríguez contextualizan y analizan la obra, a la vez que Luis Brun abunda en los videoclips de las canciones. 

Ahora es fácil ver dibujitos raros en la tele. El zapping más inocente puede terminar dando con un Clarence en Cartoon Network. Para los que aún éramos niños ese 21 de mayo de 1997, es probable que el punto de entrada a Radiohead lo marcase el vídeo animado con el que los de Oxford promocionaron “Paranoid Android”. Tal vez con un par de años de retraso, pero en tiempos de Ducktails y TaleSpin, mucho antes de Locomotion y sus bumpers que invocaban a Chris Cunningham y Aphex Twin, descubrir el clip representó una perturbadora revelación para muchos de nosotros. Más que la música, que ya nos recordaba a otra banda británica con un vídeo de dibujos animados en rotación, o unas letras demasiado abstrusas para nuestra condición infantil. Las sirenas semidesnudas, los atuendos S&M, el obeso que se corta las extremidades con un hacha... Todo eso tenía poco que ver con los vídeos estilo Enigma que grupos tan heady como Pink Floyd solían rodar por entonces. Apostaría que, por puro pavor, cambiamos el canal. No tardaríamos en volver.

En efecto, la seducción visual prosiguió. Ahora desde las pantallas de los pubs en los que el vídeo de “Karma police” formaba parte del hilo musical. Ahí pudimos ponerle rostro al vocalista de esa banda; para nada cómo imaginábamos debía verse una estrella de rock. Emparedado entre clips de Puff Daddy, Bjork, Oasis y Lenny Kravitz, el sujeto insinuaba un peculiar carisma, tendido en el asiento trasero de un auto sin conductor. El hombre aparecía menos de un minuto, balbuceando con desgano algo que ni siquiera coincidía con la letra del tema. Fue suficiente para que, la próxima vez que “No surprises” se coló en MTV, nos percatásemos que la de ese primer plano sostenido durante todo el clip era la misma persona. En las antípodas del vídeo de “Karma police”, aquí veíamos al vocalista cantando detrás de una escafandra que se iba llenando de agua poco a poco. La letra y unas luces que sugerían una nave espacial eran lo único que se reflejaba durante casi dos minutos sobre el rostro de ese hombre, sumergido y sonriente mientras se ahogaba.

Sabiendo ahora que Radiohead es una banda tan preocupada por la dimensión visual de su arte que su sexto miembro honorífico es el diseñador Stanley Donwood, no sorprende la fascinación que nos generaron sus videoclips. Una atracción que precedió a su música y que perdura. Ayuda tener a Jonathan Glazer imitando a Lost Highway detrás de cámara, pero incluso eliminando ese factor, se trata de obras audiovisuales que eluden la ortodoxia alt-rock de los vídeos de “Creep” (compárese con cualquier clónico de “Smells like teen spirit”), “High & Dry” (“Wonderwall” cruzada con “Soul to squeeze” para inventar a Coldplay antes de que exista Coldplay) o “Fake plastic trees” (casi un clip de Blur), sin por ello caer en el pastiche (“Pop is dead”), la autoparodia sin gracia (“Lotus flower”) o apostar por un concepto caduco antes de salir de fábrica (“Push pulk”, “Pyramid song”). El aterrador magnetismo de esos tres clips era capaz de trascender sus coordenadas temporales y creativas, convirtiéndose en el anzuelo perfecto para presentarle al mundo un álbum grabado cinco minutos en el futuro; el anverso de un proyecto artístico que en Ok Computer retrató los últimos instantes del siglo que se cerraba y, en Kid A (2000), los primeros del que se abría.

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Hace unas semanas un canal de televisión paga programó Being John Malkovich (1999). Con The Matrix (1999) y Fight Club (1999), uno de los clásicos arty de finales del siglo pasado; la clase de obras que hechizan tocando las fibras de la curiosidad adolescente, alimentan las primeras aproximaciones a ideas y obras de mayor enjundia (Braudillard, Resnais, el epocalismo), pero se abandonan por pudor a medida que uno va entrando en años. Todas virtuales contemporáneas de Ok Computer, con la que a priori podrían compartir el carácter de opus iniciáticas. Si a 20 años de sus estrenos la película de las Wachowski se reformuló como una sutil alegoría trans y la adaptación de Palahniuk puede verse como una sátira de los movimientos MRA que fermentan en las entrañas de 4chan, me intrigó descubrir qué le podría haber hecho el tiempo al debut en largo de Spike Jonze. Incluso vista en formato televisivo, me arriesgo a decir que sigue siendo una obra magistral. Un filme sobre el que uno puede forzar traslaciones cronológicas y juegos de significados sin por ello quebrar el armazón que proponen Kauffman y Jonze. ¿Se podrá ejecutar una operación similar con Ok Computer? Algunos trabajos de sus contemporáneos han pasado por similares trances, quedando reducidos a etiquetas que los contienen sin deformarlos: Be here now (1997) es la resaca de esa autohipnosis patriotera a la que se sometió Inglaterra en 1996, The fat of the land (1997) y Dig your own hole (1997) el disparo de largada en la carrera que llevó la música electrónica de las trincheras subterráneas de Chicago y Detroit, a los yates multimillonarios de los DJs EDM, etc. ¿Qué quedará del tercer LP de los de Oxford a 20 años vista? ¿Es siquiera posible aislar el álbum y tratar de escucharlo sin filtros personales o contextuales? ¿Sin el peso del mito y de la herencia?

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En días en los que ataques informáticos globales son cosa cotidiana y múltiples cambios en los vientos políticos han renovado el interés de los artistas por expresar posturas ideológicas a través de sus obras, es natural que el relanzamiento de Ok Computer parezca fomentar la interpretación de su concepto bajo esas luces. Podría tratarse de la lectura definitiva de un disco cuyo contenido originalmente generó más perplejidad que thinkpieces dedicados a discutir lo premonitorio de su visión, su habilidad para invocar la alienación del tecno-capitalismo tardío. O, a lo mejor, hacerlo cometería un error fundamental, procurando ponerle fecha de caducidad a una obra que por esencia la carece.

Quitando el ángulo de análisis “anticapitalista”, Ok Computer se abre como un álbum que fusiona dos arquetipos clásicos en la discografía de una banda de rock: el disco sobre el aturdimiento que genera una gira —particularmente en una banda británica cruzando el continente estadounidense— y el disco de un artista harto de la fama. En el primer caso tenemos los antecedentes de David Bowie, que plasmó esa experiencia con perverso y característico vampirismo, a Depeche Mode que lo hizo con una consagratoria voluntad de poder, y a unos U2 que apostaron por la reverencia embobada. Para el segundo tropo los ejemplos son tan numerosos que no hace falta citarlos. Arrancados del sopor autófago por la colisión del tedio y la pulsión evasora, la ambición y la autoconciencia, las ganas de no repetirse ni capitular ante las fuerzas de la industria, los Radiohead intentaron canalizar esos impulsos hacia usinas tan separadas del brit pop y del rock alternativo como les fue posible.

El resultado es más un prisma que un objeto unívoco. Tomemos el ejemplo de “Let down”, que entre el primer verso sobre el aburrimiento de la carretera infinita y el estribillo que explota con la adrenalina del que comanda multitudes desde el escenario, parece ajustarse a nuestra hipótesis. Sin embargo, también permite entender ese mismo par de versos como una meditación sobre las identidades que nos construimos en las redes sociales, con el neón que en una interpretación se ve desde la ventana de un autobús, reflejado desde la pantalla de un celular, el airbag metaforizando la mediación virtual que esteriliza las interacciones sociales. Es más, si vamos al sitio web de Genius, el consenso de fanáticos, críticos y artistas sugiere un accidente de coche que sobrevivió Thom Yorke como inspiración. Lo que omite este ejercicio es que en 1997, fuera de los contados foros de fans, la última opción era inviable. Uno estaba prácticamente solo en sus elucubraciones en torno al mensaje de los británicos. Y en el caso del anticapitalismo tecnófobo... digamos que era una perspectiva difícil de generar en un contexto dónde walkmans y teléfonos fijos aún eran moneda común.

Hay más evidencia para soportar la interpretación que proponemos, sin que para ello sea necesario ver Meeting people is easy (1998) o leer las entrevistas que dio el grupo. “Paranoid android” evoca los apuntes de un músico que, forzado a pasar por meet and greets, junkets y reuniones con ejecutivos discográficos, procesa sus experiencias en su diario. Ahí mismo registra sus ganas de escapar y la nostalgia por el hogar (“Subterranean homesick alien”, “Exit music (For a film)”). Sabiéndose protegido por lo privado, a veces se permite digresiones violentas (“Climbing up the walls”) o fantasías suicidas (“No surprises”). Más aún, “Karma police”, “Let down” y “The Tourist” se despliegan cual pesadillescas historias de los green rooms y backstages que cruzó la banda, quizás nutridos por la indiferencia con la que fueron recibidos durante su tour de 1995 como teloneros de Alanis Morisette.

Es por esto que los lados B que ofrece el reissue de Ok Computer resultan tan desconcertantes. Es evidente que el quinteto los desechó pues les habrían valido consolidarse como la banda masiva que temían convertirse; pero que llegasen a grabar esas relucientes, melódicas, tarareables, canciones es una señal de que al menos por un momento consideraron esa posibilidad. Sin duda un mundo en el que “I promise”, “Lift”, o “Lull” hubiesen rematado lo insinuado por “Fake plastic trees”, sería muy distinto. Quizás Radiohead no habría sobrevivido a la presión que dicha estatura conlleva, se habrían separado y reunido ya algunas veces en el circuito del revival noventero, habrían caído en el declive creativo de R.E.M. o U2, o aprendido a sentirse cómodos con ser equivalentes británicos de los Red Hot Chili Peppers. Lo que es seguro es que sin Ok Computer revitalizando las posibilidades de emergencia underground, vía webzines como Pitchfork —que durante mucho tiempo fue parodiado por su devoción a los británicos—, la confluencia que acabó con Arcade Fire ganando un Grammy al mejor disco del año y James Blake penetrando las listas Billboard, no se habría producido.

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Lo cierto es que Ok Computer existe y Radiohead siguen en plena actividad. Puede no parecer el mejor piropo, pero A moon shaped pool (2016), el más reciente disco de los ingleses, es un trabajo musicalmente más interesante que Ok Computer. Es fácil decir esto con el beneficio de dos décadas de perspectiva, pero la capacidad sintética de ese álbum descubre una banda en madurez creativa, en paz con su pasado, con sus fans, y hasta con las expectativas que proyecta la industria sobre una entidad del pedigrí y talla de los ingleses. ¿Se habría imaginado alguien en 1997 a Yorke y compañía ofreciendo largas entrevistas a la Rolling Stone, promocionando el relanzamiento y contando intimidades del proceso de grabación, o autorizando un box set con descartes y demos?

Es curioso que ese abrazo a su legado se haya dado al mismo tiempo que U2, quienes obstinados en no mirar atrás fueron de tropezón en tropezón hasta que, década y media demasiado tarde, aceptaron celebrar The Joshua Tree (1987) con una gira temática. El asunto de los box sets es incluso más raro. Ok Computer fue reeditado ya varias veces, la más reciente en 2015, siempre sin el beneplácito de la banda. El futuro dirá si se trata de un gesto aislado o si es que Radiohead por fin se ha entregado a la industria de la nostalgia que, entre otras cosas, es culpable de películas como Rogue One o los opinables reboots de series y sagas televisivas del pasado reciente. Por ahora, aunque han dicho que no tendrían problema en seguir activos tan mayores como los Stones, los músicos han descartado tocar Ok Computer al completo en un concierto. No sería la primera promesa que rompen.

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Es probable que no constituyamos el segmento más amplio entre los fanáticos de la banda, pero para los que nacimos demasiado tarde para que Ok Computer fuera parte de nuestra educación musical, el disco siempre sonó al presente. Llámennos millennials o Generación Z, pero en 1997 ya teníamos internet y la sobrecarga de información no era algo que nos abrumase o amenazará con convertir en androides. El primer disco de Radiohead cuyo lanzamiento vivimos fue Kid A, LP que descargamos sacándole chispas a nuestra conexión dial-up. Las ansiedades e incertidumbres que describe Ok Computer nos son ajenas porque las habitamos.

Por eso es que no termina de cuadrarnos la lectura casi canónica que se hace del disco como un manifiesto contra la inminencia de un futuro distópico. “Electioneering”, la canción más obviamente política del álbum, es pueril; inferior en su elaboración ideológica al agit-prop cabezadura de sus contemporáneos Rage Against The Machine. Si acaso, el Thom Yorke catatónico y bloqueado del mundo que escribió estas canciones pudo ser pionero del “activismo político desde la burbuja” tan común hoy en día. Hablamos de esos sujetos que se imaginan rebelándose contra mecanismos opresores desde sus identidades virtuales. Lo problemático de eso está en que la resistencia individual es contradictoria y la idea del disruptor clandestino apenas una fantasía. Ok Computer no induce al alzamiento y la acción directa como XTRMNTR (2000) de Primal Scream, si no que advoca la superioridad distante, la difidencia de la queja que se queda solo en eso. Son contradicciones todavía presentes en el corazón de Radiohead, o al menos de su líder visible, que por cada vez que presta su caché a Greenpeace, se rehúsa a boicotear un concierto en Israel.

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Por supuesto que sería injusto considerar a Radiohead una banda reaccionaria, aunque cierta ortodoxia marxista no dudaría en calificar así el rol que desempeñan en la industria. Eso sí, Radiohead es una banda revisionista en lo artístico, que recolecta influencias del pasado para reinventarse. Es una fórmula que les ha funcionado, pues cuando intentaron aproximarse al sonido de (los por entonces novísimos) James Blake, Four Tet o Jamie XX con The King of Limbs (2011), los resultados no fueron prometedores. En el caso de Ok Computer, Radiohead citaron a Can y Pet Sounds (1966) entre sus influencias. Lo mismo sucede en Kid A, donde reempaquetaron el sonido Warp y samplearon a Paul Lansky, entregando el que suele considerarse su disco de reinvención electrónica. En fin, son tácticas que podrían tener sentido para la coda finisecular que es Ok Computer, pero que rechinan en Kid A incluso si consideramos ambos discos como indisociables en su afán de retratar el cambio de siglo.

En términos sonoros, Ok Computer bebe del rock progresivo, siendo el ejemplo más obvio Pink Floyd. La influencia de Miles Davis que reclama Radiohead se siente por transitividad más que en línea directa. Es decir, los de Oxford intentaron llegar a Bitches Brew (1970) por el puente del krautrock y el post-punk. Así es que en su álbum de 1997 asoman como unos Magazine producidos por Brian Eno. Por su parte, “Let down” confirma la extensa y a menudo infravalorada influencia de R.E.M. sobre artistas alternativos que, por intermedio de los de Athens, conectaban con los intentos de The Dream Syndicate, Big Star y varios otros por enlazar el pop de los Byrds con la experimentación de la Velvet Underground. Una alquimia que fusionaba ambas vertientes en un producto que recién a finales de los 80 consiguió cruzar al mainstream, y que en esos noventa tardíos no era ajena ni antagónica al discurso dominante del rock.

No por ello Radiohead dejaban de ser una banda profundamente británica. Al contrario, seguían el ejemplo de amalgamar toques underground y pop masivo de U2, sus precursores más inmediatos pero no los más importantes. “Karma police” es la canción que habría resultado si los ingenieros de Abbey Road hubiesen mezclado por accidente algunas cintas de The piper at the gates of dawn (1967) con las de “A day in the life”. Es en esa suerte de vanguardismo autóctono que Radiohead merece encomio, honrando mejor el legado del rock inglés que las guitarras con la Union Jack que caracterizaron la música de la llamada “Cool Britannia”. Claro que esa no es una ecuación simple de resolver, contraponiendo las ambiciones artísticas de Radiohead y su origen de clase media alta, con la popularidad y arraigo working class del grueso del brit pop.

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¿Qué nos queda de Ok Computer en 2017? Entre otras cosas, un portal para meternos por unos minutos en la cabeza de Thom Yorke circa 1997. El sonido de una banda masiva alzada contra el mainstream. El rumor del colapso de la posmodernidad como heurística. El momento en que los fans de la banda de rock más importante de su generación aprendieron a disfrutar que les negasen escuchar “Creep”. En tiempos de comercialización absoluta del rock (indie/alternativo, si quieren), cuando cada nuevo album cycle sigue una planificación de lanzamiento más compleja que la de un producto Apple, grupos focales deciden la estrategia promocional de una banda, se contrata gente pare generar memes y contenido viral para el artista, nadie hace ascos a distribuir un disco en alianza con multinacionales, y es casi imposible venderse porque colocar una canción en una serie de tv o en un comercial es el sueño de toda banda... podrá no ser exactamente lo que Radiohead pretendían, pero no es poca cosa.

Crítico - [email protected]