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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Los Underwood están en todas partes

Los Underwood están en todas partes



Acaba de ser lanzada la quinta temporada de House of Cards, la serie televisiva que se interna en las alcantarillas de la política estadounidense y que está dando mucho hablar, tanto a quienes lamentan el curso que ha tomado su trama como a los que encuentran resonancias de sus personajes en la vida real. La serie está disponible en Netflix y en el mercado pirata.

Una primicia –o no tanto- de último momento: la versión trucha de la sexta temporada de House of Cards ya está en curso. Y por televisión abierta.

Tenía que decirlo antes de entregarme a la cháchara sobre la quinta temporada de la serie original de Netflix, que una vez más ha puesto a hablar a “seriéfilos” de todo el mundo sobre los Underwood, Francis (“Frank” para los amigos y enemigos) y Claire, Presidente y Primera Dama de los EEUU (vamos a evitar los “spoilers”), en la saga televisiva que se desarrolla en Washington, pero sobre todo en las cloacas políticas de la capital estadounidense.

Y sí, no nos vamos a mentir: la más reciente temporada de la serie –creada originalmente por Beau Willimon y producida por David Fincher, actualmente alejados de su realización- nos ha dejado decepcionados, cuando no indignados. Ni siquiera su extraordinario reparto, encabezado por Kevin Spacey (Frank) y Robin Wright (Claire), ha podido salvar del desencanto a los nuevos 13 episodios que fueron lanzados de un tirón hace solo algunas semanas por la actual reina del espectro catódico (si acaso aún se le aplica ese adjetivo), la protagonista no invitada de esta era dorada de la televisión, la compañía todopoderosa del sistema bajo demanda en internet.

¿Por qué estamos indignados? ¿Cuándo se jodió el imperio Underwood? Sobran voces que lo viene diciendo mucho y mejor de lo que podríamos hacerlo nosotros. A saber. Que de haberlos teñido de tanta maldad, los guionistas de la serie han convertido a Frank y Claire en parodias de sí mismos. Que sus pensamientos y conductas se han oscurecido demasiado, sin dejar margen para ningún contraste que contribuya a complejizar sus personajes. Que las tramas secundarias (la investigación periodística sobre las fechorías de Frank y su lugarteniente, Doug Stamper; los avatares de sus rivales políticos, republicanos o demócratas; los líos amorosos de cada uno de los Underwood; la movida política exterior y, en especial, la conflictiva relación con Rusia) han perdido fuelle, al punto de estorbar la narración antes que refrescarla. Que las rupturas de la cuarta pared narrativa se han vuelto casi anecdóticas y menos contundentes para el distanciamiento crítico y humorístico ante la historia. En fin, que la fórmula de House of Cards parece haberse agotado. No es casual que más de uno ya haya elevado la voz para pedir eutanasia para los Underwood en lugar de prolongar su agonía.

Pareciera una sentencia muy lapidaria, pero hay razones para respaldarla siquiera por un momento. No podemos negar que la serie se ha encerrado demasiado en sí misma. Su ensimismamiento la ha llevado a escarbar hasta lo inverosímil y ridículo en las intrigas políticas que maquinan o se ciernen sobre el Presidente y su Primera Dama. Salidas argumentales ya demasiado trajinadas por el cine hollywoodense, como tentativas de magnicidio, terroristas por todas partes o intentonas de golpes de estado, menudean desde la anterior temporada, la cuarta, en un esfuerzo por agregarle más acción y tensión a una serie que, en sus mejores momentos (la primera y tercera temporada), salía airosa cuando equilibraba sus dosis de thriller político y de comedia (negra) de ideas. Probablemente en un acto reflejo ante la coyuntura electoral reinante en Estados Unidos durante los pasados dos años, House of Cards ha destinado demasiado tiempo y recursos en prolongar una narración central articulada en torno a las elecciones de enfrentaron a Frank Underwood, primero con sus correligionarios en las internas demócratas, y luego con su contrincante republicano en las elecciones a la Presidencia. Y esta apuesta, que rindió frutos aceptables, cuando no sorprendentes, en la cuarta temporada, en la más reciente ha desplomado la estructura dramática de la serie, que en varios de los últimos capítulos ha resultado imperdonablemente repetitiva, tediosa e insufrible. Sin saber muy bien cómo encaminar los artificios argumentales que estancaron los comicios, los primeros episodios de la quinta temporada merecen verse con el dedo sobre el botón para adelantar rápidamente las escenas, en vista de su incapacidad para hacer que la serie fluya. Han tenido que salvarla una vez más del naufragio unos providenciales salvavidas secundarios.

Si la tercera temporada de House of Cards resucitó de la mano de Doug Stamper (Michael Kelly), el principal operador político de Frank Underwood y uno de los villanos más fascinantes de la televisión, en la quinta se han debido cargar al moribundo Jane Davis (magnífica reaparición de Patricia Clarkson), Mark Usher (Campbel Scott) y Sean Jeffries (Corey Jackson), tres ambiciosos y misteriosos asesores, que salieron de la nada para colarse en la Casa Blanca y renovar el círculo de aduladores/conspiradores de los Underwood. Habrá que seguirle los pasos con especial atención a la Davis, una mujer que encarna, a veces incluso mejor que la Primera Dama, el cambio de timón que se asoma sobre la Casa Blanca y el creciente protagonismo femenino en las altas esferas políticas. Su papel se torna aún más interesante teniéndose en cuenta sus ambiguos intereses respecto a la guerra en Siria y las relaciones con China y Rusia, los otros dos jugadores clave en el tablero de la política mundial.

Es que si algo puede sacar a House of Cards de su perjudicial ensimismamiento, es justamente una apuesta más decidida por dialogar con el estado de las cosas afuera de Washington, interesarse genuinamente en el mundo que le rodea y tomar de él cuestiones reales (o casi) sobre las que le sería posible problematizar y abonar el terreno para el debate sobre los signos del nuevo orden mundial, tal como lo hace en sus mejores momentos Homeland, otra serie hija de estos tiempos post 11/9. Lo contrario sería adoptar una actitud similar a la que suelen adoptar los gobiernos –y gran parte de los ciudadanos- de EEUU en la vida real: una bochornosa indiferencia ante lo que ocurre más allá de sus narices.

Y ahora, otra vez, no nos vamos a mentir. Por más decepcionados que nos haya dejado la quinta temporada de House of Cards, sus seguidores ya estamos esperando secretamente a que se confirme el lanzamiento de la sexta. Puede que odiemos a los Underwood, pero aún no estamos listos para que nos abandonen. Los queremos de vuelta para la próxima temporada y los queremos en su mejor forma: menos caricaturas y más humanos. De no ser así, podemos seguir viendo y protestando contra esa versión trucha de la sexta temporada que ya ha comenzado, esa a la que aludía al principio de estas líneas. Porque tiene que ser trucho ese episodio de House of Cards en el que un excontratista de 66 años, demócrata y activista anti-Trump, salió con su fusil M4 a cazar congresistas republicanos que practicaban béisbol cerca del Capitolio. Tan trucho como ese capítulo en el que un exalcalde mexicano se copió parte del discurso y de los encuadres de un mensaje presidencial de Frank Underwood. Y no menos trucho que los varios episodios dedicados a la trama de espionaje y de conspiraciones entre todos los hombres de Trump y los camaradas de Putin. Y más trucho aún que la ola de artículos ociosos que se dedican a comparar la vida real con la serie, como uno reciente publicado por El País (“Siete políticos latinoamericanos para inspirar ‘House of Cards”), en el que trazan un inquietante paralelo entre los Kirchner y los Underwood (Que el Dios de la tele te proteja, Frankie)…

Ante semejante escalada de producción trucha, que nos lleva a pensar si House of cards se inspira en la realidad o si, más bien, está guionizando esta nueva era política, no podemos menos que redoblar nuestras esperanzas de que la sexta temporada vaya a resucitar una vez más la mejor versión de la serie. No podemos conformarnos con ese pastiche de la televisión que llamamos realidad. No podemos resignarnos a esos doppelgänger de la “Realpolitik” que nos gobiernan y se hacen llamar políticos. No podemos ceder a la fiebre que nos hace ver a los Underwood mal copiados por todas partes. No podemos dejar de creer que la política es solo una ficción repleta de payasos -más o menos diabólicos, más o menos fascinantes-, consagrados a entretenernos durante algunas horas de ocio.

Periodista – [email protected]