Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 18 de abril de 2024
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Sofía Viola: “Bolivia es mágica, me cautiva”

Sofía Viola: “Bolivia es mágica, me cautiva”



La cantautora argentina regresa al país para ofrecer un par de recitales, entre Sucre y Cochabamba. Fiel a su estilo, lo hará con muy bajo perfil y acompañada tan solo por su guitarra y su infaltable roncoco. En un breve paso por la capital valluna, conversó con la RAMONA. Se presentará en el Molino del Pihusi el próximo sábado

Sofía Viola apenas lanzó sus primeros álbumes, grabados artesanalmente, fue considerada una revelación de la música argentina. Tanto así, que en algún momento el mismísimo Gustavo Santaolalla la tenía como su “consentida”. Pero ella, siempre manteniéndose fiel a su sencillez, siempre se tomó la fama y las hipérboles con calma. Parmi (2010), Munanakunanchej (2011) y Júbilo (2015), son sus tres primeros álbumes. Luego vino el silencio.

Tras dos años dedicándose, como ella misma cuenta, a las labores del hogar, su espíritu, siempre rebelde e inquieto, la condujo de nuevo a la música y la carretera. Así es que llegó a nuestro país. Una vez más. Y lo hace tal vez igual que entonces, con una sonrisa amplia, una carcajada sonora, unos ojos curiosos y una profunda sensación de apego por la bolivianidad.

Viola visitó Bolivia hace siete años, muy joven, y con ese vozarrón potente y acogedor que la caracteriza dice: “fue una revelación”. Quizás tras los rastros de aquel develamiento, la argentina regresa a las montañas, a los sonidos y voces que tanto se impregnaron en sus canciones. La relación de la cantautora con este territorio, se nota cada vez que se refiere a él, es muy honda. Tanto, que reivindica el valor de las culturas indígenas (casi ausentes en su país) y dice sentirse muy tocada por la demanda marítima (tiene una canción titulada “Me han robado el mar”), por esa fragmentación territorial e identitaria todavía irresuelta.

Dedicada a la música y las artes prácticamente desde el vientre, Viola es hija de un reconocido trompetista y una bailarina “melómana”. Además, un tío suyo fue fundador del Paracultural, uno de los boliches más under de la escena musical porteña. El mismo que luego se dedicó a la organización de milongas. Esa es Sofía, esas son sus influencias y su música. Del tango a la cumbia, pasando por los vallenatos, los huayños y ahora, especialmente ahora, el bolero.

De todas estas influencias y su vínculo con nuestro país habló en una conversación íntima con la RAMONA.

Antes de ir a segundo grado de primaria ya tocabas la trompeta y cantas desde los 16. ¿Dónde nace esa “necesidad” musical”



Nací en un ámbito muy libre y artístico. Mi padre es trompetista y mi madre melómana, entonces, siempre hubo música en nuestra casa. Centroamericana, brasilera, salsa, cumbia, merengue, todo ese costado musical tropical. Pero también tengo una influencia muy jazzera.

Por otro lado, tengo un tío que fue fundador del antro cultural más loco y bizarro de Buenos Aires, que se llamaba El Paracultural. De ahí salieron figuras muy conocidas, que hasta ahora siguen trabajando en el ambiente. Ahí tocaron Sumo, Los Redonditos, que en ese momento no eran peso pesados, eran locos que no tenían donde ir a tocar, porque todos los desencajados iban ahí. De algún modo compartí también mucho con ese tío.

Luego él se retiró de ese lugar y se dedicó a las milongas, a su organización. Entonces, desde muy chica comencé a ir a las milongas y cuando comencé a componer llegué a tener una empatía muy fuerte con el tango, que para alguien tan joven y niñita era raro. Mis inicios… sí, están en casa.

Más allá de todas esas influencias, también se oyen muchos sonidos andinos en tu música. ¿Cómo llegas a ellos?



No lo sé. Cuando empecé a tocar guitarra me salía como que tocar carnavalito, huayño. No sé de dónde, no tengo en mi casa nadie que me haya hecho escuchar eso. Pero cuando vine a Bolivia, por curiosidad también, hace siete años atrás, se fue metiendo todavía más.

Después comencé a explorar e investigar y encontré (la banda) Norte Potosí y es un grupo que me encanta, al que sigo escuchando y me parece que quiero más de eso. Es música muy alegre que puede contar cosas muy tristes. Eso es lo que me gusta de nuestro folclore. Desde la parte de abajo de la cordillera hasta bien arriba, las penas se cuentan con un ritmo alegre. Eso es muy lindo y lo comencé a adoptar con mi música, antes no hacía esta relación de música alegra y letra triste, no encontraba la conexión. Después lo comencé a ver en la cumbia, el vallenato, en todos lados y lo adopté.

Entonces, Bolivia es en alguna medida origen de esta influencia.



De los ritmos andinos, mucho. No sé porqué me agarré de un ronroco, un instrumento que tiene origen andino. Cuando la toqué la primera vez, me la prestó un amigo, sentí como la vibración del instrumento en mi pecho y me pasó algo con el timbre del instrumento y mi voz y ahora voy a todos lados con ese instrumento. A veces no llevo la guitarra, pero ese siempre está. Tampoco estudié ritmos andinos, nunca, pero poco a poco se me fueron incorporando.

Ahora estoy muy tentada de hacer un tinku, empezar a jugar un poco más con eso. Además, son ritmos que tienen relación con la música oriental y eso es muy lindo. Hay un puente transparente que va de un lado al otro, donde todo se mezcla y cuando uno toca el instrumento, seguro tiene destellos del origen del instrumento., Me gusta el folclore de toda América. No me quedo con uno. Pero creo que acá es distinto, la cordillera es tan imponente, que se genera otro tipo de vínculo con la tierra, que es imposible no sentirse influenciado por la situación geográfica.

¿Cómo fue tu primer viaje a Bolivia?



Fuerte. Fue el primer viaje que hice sola y se me reveló todo. A los 20 años me tome un bus hasta Villazón y ya estando ahí quedé maravillada por los colores. Acá por suerte tienen una cultura indígena muy presente. En Argentina a los indios los mataron, a todos, por eso andamos buscando la raíz en algún lado. Cuando llegué a Bolivia fue eso: qué fuerte que esté tan viva la cultura indígena. La música, las máscaras, los carnavales, el mercado, todo me maravilla, me parece increíble. Aunque no creo haber viajado tanto, pero pude ir hasta la isla del sol en Copacabana.

También me llamó la atención la cuestión del mar. Eso de que ustedes en algún momento lo hayan tenido y luego no. La lucha por ese mar que todavía no les dan. Eso me inspira mucho.

Cuando fui a Potosí fue un tanto distinto. Es una tierra escalofriante y maravillosa. Me enojaban mucho los circuitos turísticos que ofrecían un recorrido por las minas, ¡qué alma puede pagar por ver como trabaja esa gente todavía! Horrible.

Pero, más allá de eso, creo que Bolivia es una tierra mágica, me cautiva.



Periodista – [email protected]