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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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Escritores ingenieros

Escritores ingenieros
Contaba en un coloquio que los estudios de ingeniería fueron difíciles para mí porque me aburría. No influyeron en mi afición literaria. Empecé a escribir mucho después. Puedo señalar en todo caso a un profesor, Arturo Aldunate Phillips, benemérito ingeniero y olvidado Premio Nacional de Literatura, que dictaba una cátedra miscelánea de primer año llamada “Introducción a la ingeniería”. Pues él se dedicó impunemente a hablar de los temas que le interesaban: la astronomía, la ciencia-ficción, la robótica, la naciente cibernética y los viajes espaciales. Era un alivio entremedio de ramos jodidos y áridos como cálculo infinitesimal, química inorgánica, mecánica racional o geometría descriptiva… Fue don Arturo quien me recomendó una obra fundamental del género de anticipación o fantaciencia, como se llamaba entonces: La nube negra de Fred Hoyle.

Ahora bien, ser ingeniero influye en todo, incluida la literatura, pero afortunadamente no mata el gusto por la escritura; aunque no aporta mucho en temáticas. Salvo en personajes, claro. En mis tiempos hubo alumnos brillantes que nunca terminaron la carrera, otros vagos que se lo pasaban jugando fulbito o ajedrez y que hoy en día son millonarios, otros siguieron carreras académicas y nunca dejaron el edificio de la facultad. Algunos naufragaron en la política o el esoterismo, o predaron en la colusión empresarial. También destacaban algunos docentes, carcamales gagás que enseñaban mecánicamente, empresarios exitosos campeones de la superficialidad, genios locos que transmitían cualquier cosa, tránsfugas ideológicos, celebridades internacionales que balbuceaban incoherencias; amén de compañeras dignas de un harén y otras de película de miedo. En fin, me acuerdo de sus dichos, de sus caras, y me salen personajes…

Los ingenieros, cuando los apartan de sus cálculos o faenas hablan “puras huevadas”, decía un colega, Jaime Baraqui, compañero en duras tareas de evaluación de desastres. Trabajamos juntos en La Paz, asolamos las cantinas de El Prado y alrededores. Claro que para él las mujeres también hablaban “puras huevadas”, era un misógino sin redención, como otros ingenieros. Eso ha cambiado, hay damas ingenieras brillantes.

¿Un gran escritor ingeniero? El francés Boris Vian. Escribió novelas policiales con el seudónimo Vernon Sullivan a imitación de las novelas gringas que traducía para una editorial. ¿Títulos suyos? Escupiré sobre vuestras tumbas, Todos los muertos tienen la misma piel y ¡Que se mueran los feos!, publicadas en los años 40. Pero Boris Vian fue también cantante, trompetista de jazz, compositor, dramaturgo, pintor y dibujante, periodista, amante de los gatos, inventor y miembro del Colegio de Patafísica con el grado de “Sátrapa Trascendente”. Nació en 1920 y murió en 1959. Corta vida de genio.

Tengo claro que en literatura no existen vivos ni muertos. Todos vamos a deshacernos tarde o temprano. Duramos en nuestros libros. Es de esperar que en manos de lectores y no de recicladores. Los ingenieros irán inventando cada día nuevas formas de aprovechamiento de los materiales, a medida que la llamada civilización siga avanzando hacia su destrucción final a manos de los locos y cretinos que, no me explico bien cómo, se están adueñando del poder en país tras país. Me consuela pensar que en la debacle desaparecerán los computadores y algunos libros de papel seguirán existiendo.

Escritor chileno - www.bartolomeleal.cl