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La utopía progresista de Julio Aquiles Munguía

La utopía progresista de Julio Aquiles Munguía



Sobre el político e ideólogo paceño (1907-1983), quien propuso ideas “progresistas” que después serían apropiadas por la Revolución del 52.

En la década de los 30, Julio Aquiles Munguía Escalante (1907-1983) retornó a Bolivia después de cuatro años de peregrinaje por Estados Unidos y Europa. Sus experiencias fueron plasmadas y enviadas a la imprenta para su publicación a fines de 1931. Pero, según el relato del propio autor, “los originales del manuscrito llegaron a extraviarse en la imprenta”. Volvió a esbozar sus ideas y dictó una conferencia el 24 de febrero de 1932, en la Universidad Mayor de San Andrés. Posteriormente, Munguía amplió varios de sus postulados, y publicó El Progresismo: La nueva ideología que debe seguir Bolivia (Editorial América, La Paz, 1933). Esta propuesta política merece cierta atención en el campo de la filosofía política, por representar un testimonio de las inquietudes imperantes de la época.

El contexto sociopolítico descrito por Munguía se halla “deprimido, lacerado y humillado en su grado sumo”. Ante este nebuloso panorama, el autor propone una “política quirúrgica” que cure con éxito las “enfermedades de Bolivia”. La doctrina El Progresismo pretendió forjar una nueva corriente dentro del pensamiento político, para marcar un nuevo itinerario de los pueblos. En especial, resaltó la necesidad de que Bolivia tenga una propia ideología adaptada a su ambiente y costumbres, y resuelva sus problemas más intrínsecos para su progreso. Al igual que el poeta Franz Tamayo, Julio Aquiles Munguía rechaza enfáticamente todos los modelos políticos “extraños” a Bolivia. Pero Munguía va más allá que Tamayo, al proponer una nueva filosofía cargada de idealismo, una “especie de crisol” que regenere a Bolivia, limpie todos sus vicios políticos, solucione sus problemas más vitales y encauce a sus ciudadanos por la senda del progreso.

Para llevar adelante su soñado ideal político, Munguía propuso fundar el gran Partido Progresista. Una vez en el poder, el partido “milagroso” echaría por los suelos los muros podridos de la vieja casona que no resistiría la fuerza espiritual del progresismo. De esos escombros se levantarían los nuevos cimientos que forjarían el “fantástico palacio”, regido por los siguientes principios: (1) “Trabajar por el progreso y el prestigio de Bolivia y la felicidad de su pueblo en general, para cooperar de esta manera al progreso y al bienestar de América y el mundo entero”; (2) “Nadie puede poseer ni ocupar lo que no puede hacer progresar”; (3) “Dar a cada cual lo que le corresponde según sus aptitudes progresistas”; (4) “Combatir el analfabetismo difundiendo el libro lo más que se pueda”; (5) “Renovación completa y eficiente de la actual estructura social y fomento poderoso de las industrias para convertir Bolivia en una gran República industrial”; (6) “Trabajar tesoneramente por la conversión del indio en un elemento completamente civilizado para que pueda cooperar en toda forma al progreso y bienestar del país”; (7) “Todo progresista contribuirá según su estado físico y económico al progresar en común”; (8) “Todo progresista tiene derecho a una vida feliz y cómoda, pero también tiene el deber de trabajar y pensar honradamente”, entre otros principios. Todos estos postulados políticos se resumen en tres palabras: “Progreso, Prestigio y Felicidad”.

El intelectual Julio Aquiles Munguía –en su programa de Gobierno– enfatizó solucionar el problema del indio: “Bolivia para su progreso necesita que al indio se le eleve de su nivel social, que se le encauce a la vida civilizada (…), actualmente el indio es un verdadero paria que no coopera en ninguna forma el desenvolvimiento y a la organización correcta de nuestro país (…). Podemos decir que el indio en la actualidad no come, pues alimenta en su totalidad con coca y alcohol; no viste, siempre anda harapiento; no lee, en este sentido es un elemento completamente nulo”. Siendo ambivalente en sus apreciaciones, por otro lado Munguía reconoce al indio como “un gran elemento de producción”, pero su atraso se debe al estado social del pongueaje, en el que es tratado como bestia, “haciendo que esa raza se vuelva tan melancólica y lánguida”. Desgraciadamente –resalta Munguía– la visión que se tiene del indio se debe a la mala educación de nuestra gente.

Ante este espinoso panorama, Munguía planteó las siguientes medidas políticas: (1) Abolir el pongueaje; (2) Fundar escuelas indigenales por cuenta del Gobierno y de los propietarios de fincas; (3) Obligar a cada propietario de finca a que mantenga en sus dominios escuelas equipadas, higiénicas y con profesores capacitados, responsabilizándose por cada indio analfabeto que se encuentre en su propiedad; (4) Las escuelas estarían instaladas de acuerdo con la extensión de las fincas o parcelas y la cantidad de colonos; (5) Propone fundar residencias para estudiantes indígenas. Todas estas medidas educacionales tienen la finalidad de “levantar el espíritu del indio” y “honrar la memoria de los incas, enalteciendo los méritos de sus descendientes”.

Después de dar estos primeros pasos con la educación del indio, Munguía propuso solucionar el tema de la tierra a través de la Reforma Agraria y la Parcelación Relativa: “Este problema no solo incumbe a la agricultura propiamente dicha, sino al indio que se halla tan íntimamente ligado con ella”. Para cumplir con este propósito planteó el Plan Agrario Progresista, contemplado bajo los siguientes puntos: (1) Levantar una estadística y empadronamiento de todas las tierras particulares, comunales y estatales para fijar el valor, la extensión, la naturaleza y la renta de cada propiedad; (2) Declaración estricta del área de las tierras cultivadas y no cultivadas de cada propiedad; (3) Censo de los indígenas propietarios y colonos; (4) Creación de la Comisión de Control Rural del Estado; y (5) Creación del Ministerio Agro-Indigenal. Estos lineamientos estarían bajo el principio fundamental: “Nadie puede poseer ni ocupar lo que no puede hacer progresar”.

Bajo los lineamientos de la Reforma Agraria, Munguía pone en debate el hecho de que un solo individuo “acapare miles de hectáreas, sin cumplir la ley del Progreso, por el único hecho de dar rienda suelta a su vanidad y egoísmo, habiendo tanta gente que pueda cultivarlas y que al no tener donde ganar su pan se va muriendo de inanición y hambre”. Para frenar la tenencia de la tierra en manos de pocos, propone dividir las propiedades en progresistas y no-progresistas; las primeras estarían exentas de expropiación y las segundas quedarían sujetas a las siguientes medidas: (1) Expropiación de las tierras no-progresistas; (2) Impuesto progresivo sobre las mismas tierras para indemnizar las expropiaciones; y (3) Confiscación de las propiedades eclesiásticas sin indemnización alguna. Con estas medidas, la división de la tierra se compondría por parcelas simples (tierras concedidas al campesino), colectivas (varias familias campesinas) y estatales (creación de haciendas y granjas para generar empleo). Para impulsar todo este Plan Agrario, Munguía propone la creación del Banco Agrícola Progresista en cada capital de departamento. Para afianzar la doctrina progresista, sugiere la edificación de canales y pozos en el sector agrícola; la inmediata construcción de carreteras asfaltadas; y la prohibición del consumo de alcohol y coca por considerarlo un aspecto “degenerativo” y “venenoso” para el sector campesino. En este último punto, la hoja de coca no era percibida como “sagrada” ni “milenaria”, sino era simplemente nociva. En la actualidad, la hoja de coca representa identidad y poder político.

Dentro del programa de Gobierno del Partido Progresista, se hace latente el problema de la educación: “En Bolivia es tan mala y tan mal planteada la educación, que su escaso pueblo letrado es un pueblo muy mal educado, debiéndose a esto la desastrosa organización, la política rastrera y el progreso lento”. A todos estos males, Munguía concibe una “instrucción científica de la infancia y la formación de verdaderos maestros”. Según la propuesta, cada profesor debe ser el elemento mejor seleccionado, el más virtuoso, el más culto, en otras palabras, los profesores “deben ser verdaderos maestros que guíen a sus discípulos por la senda limpia, sabia y recta de la vida”. Para este ambicioso proyecto, el autor plantea designar el 50 por ciento del presupuesto nacional a la instrucción pública, disminuyendo en gran medida los fondos destinados al sector castrense.

Un interesante punto dentro del programa de Gobierno es el referido al problema marítimo. Al respecto, Munguía propone la transacción territorial, que en la ideología progresista significaría una permuta igualitaria de posesiones: “El sentimentalismo nuestro, al recordar algo que nos perteneció, a veces nos exasperamos tanto creyendo ingenuamente que esas antiguas posesiones volverán otra vez a nuestras manos (…). Para resolver nuestros litigios pacíficamente, admitir la permuta igualitaria de posesiones, equiparando la integridad de los territorios en cuestión (…). En este sentido, nosotros escogeríamos el puerto de Arica, el más asequible a nuestro territorio mediterráneo. En cambio, les daríamos cualquier porción de nuestro territorio fronterizo”.

La doctrina El Progresismo de Julio Aquiles Munguía representa el ímpetu de una generación. Pero la propuesta política fue desestimada por la contienda bélica con el Paraguay (1932-1935). Décadas más tarde, toda la prédica idealista de Munguía fue acaparada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), cuyo proceso político culminó con la Reforma Agraria, el voto universal, la nacionalización de las minas y la Reforma Educativa. Todas estas medidas políticas fueron dogmatizadas y amplificadas por los ideólogos del partido rosado, atribuyendo la “autoría” revolucionaria al jefe del partido: Víctor Paz Estenssoro. Un destino trágico para el autor de ideas progresistas que terminó arrinconado y silenciado por el poder político. Solo le quedó ver desde el balcón la apropiación de algunos de sus postulados políticos sin el menor reparo.

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