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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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Ser ligeros como el pájaro y no como la pluma

Ser ligeros como el pájaro y no como la pluma



Recientemente se efectuó el conversatorio “Libertad de expresión y responsabilidad en las redes”, organizado por el Instituto de Investigación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UMSS y la Coordinación Regional de Investigación de la UCB. Publicamos la ponencia de Mireya Sánchez.

Gilles Lipovetsky —el fascinante filósofo y sociólogo francés de la hipermodernidad— señala en su libro La pantalla global que el nuevo siglo es el de la pantalla omnipresente y multiforme, planetaria y multimediática. Videopantalla, pantalla miniaturizada, pantalla gráfica, pantalla nómada, pantalla táctil. ¿Qué efectos tiene esta proliferación de pantallas en nuestra relación con el mundo y con los demás, con nuestro cuerpo y nuestras sensaciones? ¿Qué clase de vida cultural y democrática anuncia el triunfo de las imágenes digitalizadas? ¿Qué porvenir aguarda al pensamiento y a la expresión artística? ¿Hasta qué punto reorganiza este despliegue de pantallas la vida del ciudadano y de las personas en la actualidad? Son preguntas cuyas respuestas se atropellan ante la desbocada mutación cultural que afecta a crecientes aspectos de la creación y de la propia existencia humana.

En esas múltiples pantallas, los millones de usuarios surcan las aguas de las redes sociales en sus naves de locos. En ellas se consolida una corriente hedonista que emana inagotable de los mass media, de la cultura del espectáculo, del goce, del placer inmediato, de la frivolidad, del consumismo, de la ansiosa búsqueda por la novedad permanente. De forma curiosa, y a contra ruta de lo que podemos percibir los cincuentones como yo, formados en un antiguo humanismo ya caduco, la pantalla global también democratiza y masifica explosivamente la cultura, a tal punto que en estos tiempos posmodernos cualquiera puede hacer arte, cualquiera es capaz de tomar fotografías, de producir videos y viralizarlos, ser periodista y hacer noticia, y todos pueden escribir y mandar al infinito y más allá sus textos, sus imágenes, sus ideas sean estas brillantes, triviales o estúpidas.

Por supuesto que esta masificación trastoca los otrora parámetros tradicionales de la calidad de la producción y del productor de cultura. Ahora es el tiempo del “prosumidor”, mezcla de productor y consumidor, quien utiliza las redes sociales Twitter y Facebook, los blogs, los site como espacios privilegiados para pregonar su opinión. Desde ahí que los nuevos divos de la opinión pública, entre ellos los blogueros, los articulistas de moda, los memeros, ocupan sitiales preferenciales, gracias a la multitud de seguidores capturados a guisa de explotar emociones, creencias, prejuicios, afán de diversión y novedad. Con razón Umberto Eco decía que el drama del internet fue promocionar al tonto del pueblo (o al bufón, añadiría yo) a nivel de portador de la verdad. Y claro, frente a ellos el especialista que se nutre de datos engorrosos, que argumenta con fundamentos sopesados, pierde terreno a zancadas

Es el turno de la posverdad. En las redes, donde vale más lo instintivo y visceral, ella campea alegremente. Nunca más confrontada la doxa frente a la episteme, la opinión sustentada en las medias verdades de los muchos versus el pensamiento riguroso y honesto de los pocos. Como dice Rodrigo Fresán, es el turno del más gracioso, del ocurrente, del loco, del imprevisible. En momentos en que la antigua moral cae a pedazos, toma la posta la política de la incorrección. Ahora vomitar a bocajarro el rumor, el insulto y la descalificación es más “cool”, y por supuesto tiene gran aceptación. Por tanto, quien quiera tener éxito en las redes sociales conoce ya la fórmula infalible: entretenimiento ligero, chistoso y vulgar, garantía incuestionable de avalanchas de “likes”, caritas felices, rientes, enojadas, de sinfín de comentarios banales, productos de emociones básicas en estado puro.

¿Qué hacer frente a esta realidad? ¿Qué hacer frente a la posverdad, frente a la masificación apocalíptica de la estupidez? ¿Qué hacer frente al consumismo barbárico, la banalidad infinita, el deseo de goce incesante, el eterno espectáculo? ¿Frente a la deshumanización de las relaciones, ante el matonaje, el bulliyng cibernético que atropella y arrasa con la dignidad humana? Respiro y vuelvo a Gilles Lipovetsky, ni con certeza absoluta ni con confianza plena, pero sí con cierta esperanza. Vuelvo porque Lipovetsky navega en las aguas inciertas de la complejidad, lejos de los puertos seguros del maniqueísmo y, como todo buen filósofo, portando más dudas que certezas, más preguntas que respuestas. Y acaricio algunas de sus ideas más preciadas. Vuelvo también porque es capaz de bajarme inusitadamente de las nietzscheanas alturas del desprecio, del desprecio a las masas.

El autor atribuye a la pantalla global el gusto por el espectáculo y el hedonismo, causa de la pérdida del gusto por la intelectualidad tradicional. Sin embargo, no hay en él una posición condenatoria, más bien hay un declarado optimismo cuando otea en el mundo de la ligereza capitalista posibilidades democráticamente creativas para la gente, especialmente para los más jóvenes. Piensa que, si solo existiese una cultura de la ligereza, la humanidad podría encaminarse al desastre, pero Lipovetsky distingue dos; ambas necesarias. Una, lúdica, alegre, tal vez la de las grandes mayorías, la del zapping, de los placeres fáciles, del humor basto. Es la ligereza del hiperconsumista, del individuo irresponsable. Otra, una difícil, fruto del esfuerzo. Es la ligereza del artista que logra su obra con trabajo, con gran dominio de su técnica, la del individuo responsable, aquel que piensa sobre la corrupción, el que desaprueba y actúa contra todo lo que atenta a la dignidad humana.

Ahora —nos dice— el concepto de felicidad está ligado a la ligereza. Sentirse feliz es sentirse ligero. ¿De qué? De las preocupaciones cotidianas, de los problemas. Buscar la felicidad es buscar la ligereza. Ella permite a la gente desacelerar, quitar la presión, aligerar la carga, saborear las cosas. Pero Lipovetsky, citando a Paul Valery, afirma: “Hay que ser ligeros como el pájaro y no como la pluma”. Es decir, plantea lo ligero entendido como precisión, determinación, y no como casualidad. La tendencia general es ser ligeros como una pluma, porque es más fácil dejarse llevar. El filósofo considera que ese tipo de ligereza no es suficiente para una sociedad que debiera tener otros ideales, además del entretenimiento fugitivo. La ligereza del pájaro en cambio es la del trabajo sistemático y esforzado, que se compromete y crea. Es la ligereza dispuesta a potenciar la educación y el arte, aprovechando las oportunidades de la democracia ampliada por los medios, por las redes sociales, para incentivar y profundizar el debate, y para levantar la mirada hacia la promesa de una civilización de la educación que forme a las personas dentro de los ideales humanistas.

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Lipovetsky, Gilles y Serroy, (2007) La Pantalla Global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna. Editorial Anagrama (2009). Barcelona.

Lipovetsky, Gilles (1992) El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. Editorial Anagrama (1994). Barcelona.

Lipovetsky, Gilles. Entrevista en “La mirada indiscreta”.

https://www.youtube.com/watch?v=bESfve62o6s

Sánchez, Mireya “Memes, opinión pública y democracia” en Periódico Opinión.http://www.opinion.com.bo/opinion/articulos/2017/0429/noticias.php?id=217854.

Sánchez, Mireya “Sobre la posverdad” en Periódico Opinión.http://www.opinion.com.bo/opinion/articulos/2017/0107/noticias.php?id=208726.

Filósofa, docente e investigadora - [email protected]