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La constante (de la) muerte

La constante (de la) muerte



Homenaje al filósofo y escritor rumano Emil Cioran, a 106 años de su nacimiento

Advertencia al lector: este es un artículo sobre Emil Cioran, recordándolo a 106 años de su nacimiento. Por lo tanto, al igual que el pensamiento del rumano, esta opinión abarcará realidades y condiciones humanas como la muerte y el suicidio, y no tratará de reconciliarlas ni hacer sentido de ellas, pues no se quedará en el “dogma nihilista”, aquel que afirma el sinsentido de la vida, sino se aferrará de su insignificancia. Leer bajo propio riesgo.

“Experimento una extraña sensación al pensar que soy, a mi edad, un especialista de la muerte”. El 8 de abril del 1933, cuando Emil Cioran cumplía apenas 22 años, escribió esa línea. Un año más tarde se publicaría esta línea en uno de sus muchos libros de aforismos, Pe culmile disper’rii, que se traduce, literalmente, como En las alturas de la desesperación, o En las cumbres de la desesperación. Estos aforismos, escritos a muy temprana edad, son esenciales para entender el resto de libros y la filosofía del rumano. Los temas que aborda en este libro son los mismos sobre los que profundizaría años más tarde. El título de este libro, de igual manera, es de suma importancia. Él comentó sobre el título que “es pomposo y trivial a la vez”, quizás por la manera que decidió llamarlo así. Relató: “Tenía varios títulos, pero no acababa de decidirme… Un día, en el café al que acudía todas las tardes, pregunté al camarero: ‘De estos títulos, ¿cuál prefiere?’. Me quedé con el que más le gustaba a él”. Sin embargo, el título también cumple una función muy específica, uno de advertencia. En el prefacio del libro, el mismo Cioran admite que, “de no haberlo escrito, hubiera, sin duda, puesto un término a mis noches”. Sumado a ello, está el hecho de que, durante la época en que estos aforismos fueron escritos, “cimas de la desesperación” se evocaba en referencia al suicidio en las necrológicas de los periódicos. El título abandona su carácter trivial y se vuelve un aforismo más. Un aforismo sobre el suicidio.

El suicido es una temática que Cioran aborda en muchos de sus textos. A fin de cuentas, ¿no es el suicidio uno de los grandes problemas filosóficos, una de las cuestionantes más importantes? Si seguimos la línea que Camus plantea en El mito de Sísifo, el suicidio no es simplemente uno de los muchos problemas filosóficos. Es el único y del cual derivan los demás. “Juzgar que la vida vale o no la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Sin embargo, ¿no hay un problema gigantesco en aquella afirmación? ¿El suicidio no es, acaso, una acción, y no una pregunta? Según Daniel Dennett, los filósofos son mejores para hacerse preguntas que para responderlas. Quizás por ese motivo, Camus rechazó el título de filósofo. El pensar debería siempre derivar en la acción, y no mantenerse en el puro hecho del razonamiento. Camus encontró la respuesta a la gran pregunta filosófica del suicidio a través del concepto que él desarrolla y llama el Absurdo.

¿Y Cioran? ¿Por qué no se suicidó Cioran, siendo, probablemente, el pensador más pesimista que hubo? Él dio varias respuestas a esta pregunta que vale la pena realzar. La primera es una respuesta directa, incluso se podría considerar una respuesta simple. Se encuentra en el libro En las cimas de la desesperación, y la pregunta se la hace él mismo: “¿Por qué yo no me suicido? Porque la muerte me repugna tanto como la vida”. La siguiente respuesta que dio fue durante una entrevista realizada cuando ya era mucho mayor que cuando escribió el texto en cuestión. Dijo que la idea del suicidio fue lo que impidió que él lo hiciera, el saber que existía la opción. La última respuesta, aún más sugerente, se la encuentra en otro de sus libros, titulado Ese maldito Yo. En uno de los aforismos asegura que el suicidio es un acto perpetuado únicamente por los optimistas, aquellos optimistas “que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué la tendrían para morir?”. A fin de cuentas, la vida es simplemente un caminar hacia la muerte, o, como lo pone Cioran con su impecable escritura, “todo ser humano lleva en su interior no solo su propia vida, sino asimismo su propia muerte”. El Daseien de Heidegger, el “ser-ahí”, el ser que reflexiona sobre el Ser, ¿no es, acaso, la realización de este hecho? El “ser-ahí” no es simplemente aquel ser para la muerte, no es solo aquel que muere, si no el ser que sabe que, en su relación con el mundo, una vez haya sido arrojado al mundo, la posibilidad de morir está siempre presente. Quizás ese sea uno de los motivos que hacen a Cioran proclamar que “mi naturaleza de ser humano me hastía profundamente”.

Cioran detestaba específicamente la condición humana primordial, que es la que se explicó previamente, la condición de la conciencia de la muerte. Aquella detestable conciencia de vida, y por lo tanto de muerte, hace que permanentemente estemos definiendo nuestra relación con el mundo, en el cual la posibilidad de muerte está siempre presente. Cioran afirma contundentemente que “el saber es una plaga y la conciencia una llaga abierta en el corazón de la vida”, por eso es que sostiene que aquellos sin “derecho a la inconciencia” son “los seres más desgraciados”. La solución, entonces, ¿cuál sería? El autor propone una suerte de supraconciencia. Unas cuantas paginas previas, sugiere convertirse en un vegetal para perder conciencia, ahora, propone lo opuesto. En lugar de acercarnos más a la “animalidad” que sería perder la conciencia de muerte, sugiere ir más allá de ella, vivir más allá de la conciencia. De cualquier manera, la meta es la misma, dejar de ser humano. Llegar al “éxtasis” que sería un ser inmaterial y puro como es el “no-ser”. ¿A cuántos de los desgraciados, sin derecho a inconciencia, no nos gustaría aquello? Sin embargo, la pregunta del “¿por qué?” nos ataca. ¿Por qué querer tener derecho a la inconciencia? ¿Para ser feliz, en el sentido de Thomas Gray (felicidad encontrada en la ignorancia)? O quizás sea simplemente para perder los miedos, los cuales nacen a partir del miedo a la muerte. No debemos ignorar el hecho de que “todo individuo que se plantea seriamente el problema de la muerte no puede evitar el miedo”.

Es curioso encontrarse con un ser como Cioran, quien admite el miedo a la muerte, pero al mismo tiempo se aferra a ella. Se dice vulgarmente que el coraje no es igual a no tener miedos, más bien es el enfrentarse a ellos. Christopher Hinchen responde a esto con maravillosa ironía en uno de sus últimos escritos, mientras moría a causa de un cáncer de esófago, cito en el idioma original por la contundencia, “Brave? Hah! Save it for a fight you can’t run away from”. Cioran, sobre el mismo tema, sostiene que toda enfermedad (y, ¿qué es la vida si no una enfermedad que, sin duda, conduce hacia la muerte?) implica una suerte de heroísmo, “un heroísmo de la resistencia, y no de la conquista”. Es claro, la muerte, y por lo tanto la vida, no se conquista, se resiste.

Desde muy temprana edad, Emil M. Cioran abrió puertas nuevas. Puertas que no da gusto abrir, pero que son necesarias de abrir. Habrá que aferrarse a la muerte y a la vida, a la vida que lleva a la muerte, al ser aquel ser para la muerte. Se debe aceptar el miedo a la muerte, y entender que no hay razonamiento abstracto posible que nos libere de él, que de la conciencia de la muerte no se puede escapar, “la única actitud pertinente sería el silencio o un grito de desesperación”, o, como escribe el gran poeta Dylan Thomas, “Do not go gentle into that good night. / Rage, rage against the dying of the light”.

Periodista y escritor - [email protected]