Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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[DESDE LA BUTACA]

La ruta de la goma

La ruta de la goma



Sobre una ruta turística en el norte boliviano y el libro Dos suizos en la selva, editado por Lorena Córdoba en 2015.

Hace un siglo, dos suizos retornaban a sus tierras después de largos años de trabajo y esfuerzo en áreas gomeras al norte boliviano, sobre todo en las que eran parte del circuito cuya cabecera era Riberalta. Su experiencia está relatada en diarios de viaje. Lo que describen es similar a lo que personalmente pudimos conocer en diversas travesías por los ríos amazónicos, desde julio de 1979 hasta este último invierno.

Al mismo tiempo que salía la edición de Dos suizos en la selva (Santa Cruz de la Sierra, 2015), residentes benianos en La Paz lanzaron una iniciativa turística para transitar la Ruta de la Goma en un sentido inverso, no desde Manaos hacia Cachuela Esperanza, como hicieron decenas de europeos desde fines del Siglo XIX, sino desde poblaciones internas hacia la desembocadura del Beni, del Madre de Dios, del Orthon. Y quizá también por el Tahuamanu hasta Puerto Rico y hasta la antigua Bahía.

Teresa Algire, nacida en San Joaquín, descendiente de italianos, dedicó meses y probó diferentes versiones antes de concretar una reunión interinstitucional con la participación del municipio de Santa Ana del Yacuma, los empresarios y ganaderos, maestros y académicos, religiosos y aficionados, para que la zona se convierta en una encrucijada de ingreso a la Ruta de la Goma.

Algunas de las ciudades intermedias benianas eran antiguas misiones religiosas, y quieren sacar más provecho al actual turismo que ofrece aventuras en Rurrenabaque y Santa Rosa, el cual podrían ampliarse a otros recorridos más novedosos.

La iniciativa cuenta con el respaldo del Dr. Sergio Iriarte, Gaby de Eduardo y la directiva del Centro Cultural Moxos, que desde hace décadas promueve entre los citadinos paceños las ganas de visitar aquel edén y conocer su historia, sus fiestas y sus expresiones artísticas, también sus necesidades y esfuerzos.

La Ruta de la Goma podría empezar desde el norte paceño para los más aventureros (Madidi, Puerto Cavinas); desde Trinidad para los que no tienen mucho tiempo; desde Santa Cruz de la Sierra o desde San Ignacio de Velasco, siguiendo el curso del río Iténez. La meta puede ser Cachuela Esperanza, como principal símbolo del emporio cauchero, o Riberalta, donde se concentraba la organización de las expediciones. Sin embargo, hay muchos otros lugares donde se establecieron barracas y habilitos en las orillas de las caudalosas aguas.

Hay poblaciones poco cuidadas, al punto de que, a poco de la travesía que recorrimos con el infatigable viajero Mariano Baptista, se incendió la propiedad más simbólica de Nicolás Suárez y del apogeo de la goma, en Cachuela Esperanza.

La goma y sus recuerdos

Los recuerdos de los dos suizos que llegaron al Beni a inicios del siglo XX nos ayudan a imaginar cómo era la Ruta de la Goma en la etapa más intensa de ese comercio, entre 1904 hasta la Primera Guerra Mundial, y la decadencia de las exportaciones porque los ingleses plantaron semillas robadas en sus colonias asiáticas.

La antropóloga argentina Lorena Córdova, especialista en la etnohistoria de las tierras bajas bolivianas, dedicó sus esfuerzos a conseguir la traducción y publicación de los diarios de quienes llegaron al noreste nacional motivados por la fiebre del “oro negro”. Lo hizo con el apoyo de la cooperación suiza y la traducción de Gudrun Birk y Ángel García.

Franz Ritz (s/d), joven y entusiasta, relata sobre todo su asombro ante la imponente selva, los ríos bravíos, la flora y fauna insospechadas. Ernst Leutenegger (1886-1942) tiene una mirada más profunda, una interrogante permanente sobre el sentido de la vida. Entre las carencias básicas en las barracas, describe cómo era una pastilla, hasta las formas del amor y del chamanismo en un territorio sin Estado y sin ley escrita, infestado de malaria y disenterías. Primero se desconcierta ante la ley del más fuerte, pero, al volver a Suiza, criticará a su sociedad regida por el reloj y los banqueros, su orden y confort rutinarios.

Ambos estarán en la misma zona del misterioso río Geneshuaya, con meses de diferencia y con historias diversas, pero ese campamento los introdujo a la selva más desconocida y feroz. Un espacio tan virgen que Riberalta asomaba como una urbe moderna y socorrida.

Los dos ilustran la forma de vivir en las barracas y muestran el sistema complejo y casi siempre injusto del “habilito” con las deudas eternas de los empleados; la falta de medicinas y de vestidos; la comida monótona, casi salvaje; el ansia de aguardiente y hasta los castigos corporales que alcanzaban tanto a los indígenas como a los europeos contratados.

Ritz nos habla de una expedición para reprimir la rebelión de un grupo de guarayos, cuyas mujeres y niños fueron encadenados, aunque al final pudieron huir a nado. Ellos defendían su hábitat. Una rama de esa etnia, los llamados “chunchos” (de los que más se hablaba en La Paz hasta los años 70), eran menos belicosos, pero, dice el suizo, “más flojos”. Visitaban a veces el campamento de Nueva Berna y también los europeos dormían en sus casitas a orillas del río.

Córdova aclara que las fuentes históricas suelen distinguir entre los indígenas “civilizados”, integrados de alguna forma a la órbita cauchera (a veces con el enganche forzoso ante la escasez de mano de obra) y los “salvajes” a los cuales se tolera, pero, si es necesario, se extermina. En ese imaginario se cambian los nombres, los cavineños se transforman en tacanas, los lecos en apoleños, los pacaguaras en chacovos.

Leutenegger da muchos más detalles de la vida de los indígenas en la profundidad de la selva, sus reuniones sociales, sus conflictos internos, el rol de las mujeres, la crianza de los niños, sus habilidades con el uso de sus sentidos y de sus cuerpos.

Habla mucho de los garipunas y de los pacaguaras, numerosos y organizados. Un siglo después, tal como informó El Deber el 12 de febrero de 2017, solo quedan cuatro de ellos y son hermanos entre sí. La explotación del caucho comenzó su aniquilamiento, más tarde la miseria urbana y otras codicias. Actualmente, la parca se llevará pronto a los últimos Pistia que aún viven entre Alto Ivon y Tujuré.

En la travesía por la Ruta de la Goma que se quiere implementar como paseo turístico, quedan pocas tribus originarias y casi ningún rancherío como los descritos por los suizos. La pretendida carretera por medio del Parque Nacional y Territorio Indígena Isiboro Securé y la expansión cocalera seguramente aniquilarán a los últimos sobrevivientes.

Por los ríos

La industria de la goma se apoyaba en las casas comerciales, la infraestructura, la mano de obra y los sistemas de comunicación fluviales que había utilizado antes la otra gran empresa de la zona, la exportación de quinina o cascarilla. En 1860, relata Córdova en la introducción al texto, empezaron las primeras rayaduras (forma para extraer la siringa, látex, goma, caucho) a los gomales y las primeras barracas en las orillas de los ríos en el norte boliviano.

San Buenaventura era una misión desde donde se bajaba hacia el Madeira-Mamoré, y desde el Estado se miró al Territorio de Colonias y sus potenciales recursos. Sobre todo desde La Paz, partieron exploradores, cuyos recorridos también podrían reproducirse como rutas turísticas.

En 1871, el joven Nicolás Suárez (1851-1940) ya tenía un almacén en Reyes. Poco tiempo después aparecieron otros nombres claves en este historia como Antonio Vaca Diez, José María Velasco y su hijo Lucio Pérez Velasco. Edwin Heath descubrió la conexión entre los ríos Beni y Mamoré, y esa facilidad aceleró la llegada de otros comerciantes.

Dos áreas primero no conectadas eran las más importantes, el bajo Mamoré-Iténez y Reyes-Cavinas. Reyes será un enclave vital y la explotación se expandirá a las orillas del Madera, del Mamoré, del Beni, del Acre, del Madre de Dios. Poco más tarde será Riberalta la cabecera de la industria cauchera y tendrá la dinámica que ello atrajo. Aparecieron los nombres de famosas casas comerciales y empezó la llegada de trabajadores europeos, turcos, árabes. Algunos se quedaron y formaron ahí sus familias.

Por las características climáticas y geográficas de la zona, muchas barracas y campamentos, las “entradas”, las sedes de los gerentes fueron engullidos por la floresta. Sin embargo, los rastros históricos, económicos y antropológicos nos informan de los muchos circuitos que puede realizar el viajero audaz en la búsqueda de esta Ruta de la Goma.

Además, el municipio de Santa Ana de Yacuma, donde se encuentran paisajes de hermosura inigualable, quiere promover otras visitas como a las estancias ganaderas, paseos en barcos, desde el Yacuma al Mamoré, a la fiesta patronal del cabildo indigenal en julio. Atrás quedó el estigma de pueblo ligado al narcotráfico.

Como un comentario final, está la idea de Ritz que cuenta que “no en vano en esos tiempos se decía popularmente: Bolivia es el país de los inconvenientes”. Seguramente sigue siéndolo. Sin embargo, al final de su diario el joven comerciante reconoce que los años más intensos de su vida los pasó en el Beni. “En Suiza me moría de frío a pesar del tiempo cálido. Había tomado cariño por el país y la gente de Bolivia y allá me sentía en casa. Mis pensamientos y sentidos anhelaban Bolivia”. “Aún hoy sigo exclamando con la mayor convicción: Viva Bolivia”.

Siguen las dificultades para viajar por Bolivia, pero su naturaleza y su gente, la comida sana, el espacio ancho y el silencio de sus muchos pájaros bien valen la pena. Como rememoró Leutenegger hasta el final de sus días: “Es imposible describir la voz de la selva. Uno mismo tiene que haberla escuchado y vivido. Las palabras no pueden reproducir la música. El concierto de la selva es una sinfonía grandiosa y colosal de la creación, la voz poderosa de un mundo desconocido”.

Periodista y escritora - [email protected]