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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Sobre el Papirri, la pintura mural y los corazones rotos

Sobre el Papirri, la pintura mural y los corazones rotos



Crónica íntima de una fanática del cantautor Manuel Monroy Chazarreta, tras el concierto de retorno del artista en La Paz. La gira llega a la Llajta los días 31 de marzo y 1 de abril, en el Achá.

Cuando me enteré de que el “cuentautor” paceño Manuel Monroy Chazarreta iba a regresar a Bolivia, tras un largo silencio diplomático de ocho años, inmediatamente en mi memoria se empezó a proyectar aquel momento, cuando por vez primera le presté atentamente mi oído.

Recuerdo que era enero del 2014, yo era becaria de la Escuela Taller La Paz. El profesor que nos enseñaba todos los secretos y los tratamientos para restaurar pinturas de caballete era un hombre fiero, de mucha maña y saber. No por nada, D’ León era uno de sus apellidos. Era de los mejores restauradores de Bolivia, dirían algunos. Ese día él estaba sentado en un escritorio y trabajaba en su laptop, con un playlist variado y en aleatorio. Decoraba el taller en la calle Colón, donde mis siete compañeros y yo aprendíamos a restaurar, a conservar y a detener el tiempo.

Con ventipocos años, y como todas las mujeres alguna vez, me había enamorado de un mal hombre, de esos que plata ni miedo nunca han tenido. Intentaba olvidarlo enfocándome en mi trabajo. Con un pincel 00, reintegraba color en un cuadro de “San José y el Niño”. Hacía puntillismo sobre el manto rojo de José en las partes donde faltaba el color, punto a punto, como si tratara de llenar las lagunas de mi propio corazón. Mientras aspiraba los vapores de la trementina y del barniz damar, contenía el llanto para que mis lágrimas no cayeran sobre el lienzo, e hicieran nuevas patologías. Fue entonces que escuché un pedacito del coro en una de las canciones más antiguas que tiene el Manuel, una del 80: “Hasta ahora no entiendo,/ hasta ahorita no engrano/ por qué agujero de tu alma/ se fue chorreando mi amor”. Listo, esito sería, ya no me sentía tan sola, alguien más se había sentido tan cuestionado e infeliz como yo.

Desperté de mi letargo y le pregunté a mi profesor quién cantaba eso, y él me contó sobre el Papirri, un cantante stronguista, más poeta que cantante. Después me pasó los discos en una tarjeta de memoria para mi celular, y así fue como mi amor por su música y por mi profesión empezaron a crecer, paralelamente.

Unas semanas antes de eso, había salido una licitación para realizar el rescate de los bienes patrimoniales que contenía la casa Alencastre. El Estado promulgó la Ley 313 que demandaba su demolición, para que en ese lugar se empezara con la construcción de la “Casa del Evo”, perdón, “La casa del pueblo”. Se obedeció a la ley y, en septiembre de 2014, la casa fue tirada abajo. Sí, yo sé, esta se suponía que iba a ser una nota alegre, y yo vengo con tan triste recuerdo; pero esto es como en el amor, muchas veces se necesitan de los días grises para valorar los soleados. Aquí, el medio sol es que todavía existen piezas de esa casona, y están afuera de los libros y de nuestra memoria. ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a entregar un consuelo: hay algunas cosas que se han salvado, muchas cosas, pero no tantas como se quisiera, pero ya es bastante...

Para concluir con el trabajo, nos invitaron a mí y a otros muchachos de mi taller a participar del proyecto, y así colaborar como auxiliares después de nuestro tiempo de estudio. Prometían una paga mínima por hora y el privilegio de ver, aprender y asistir con la ciencia, detrás de la extracción de pintura mural. Sí, como lo leen, se puede extraer pintura mural de un muro, y casi completa. Es exactamente igual como cuando te sacas un mal amor del pecho: son prácticamente los mismos procesos, aunque no tienen los mismos valores. Y eso el Papirri lo sabe.

En la mencionada casona ubicada en la excalle Chirinos, actual Potosí y Ayacucho, se encontraron, mediante calas de exploración, 71.3 metros cuadrados de pintura mural que estaba cubierta. Eso equivale a 36 muros de diferentes dimensiones, pero ninguno más alto de 1.60 metros, lo que en esfuerzo y trabajo equivaldría a lo que cuesta terminar con tu pareja y tratar de superarla, si es que en tu caso tenías “serias intensiones/ de una vida compartida”. ¡Es harto trabajo!

Para empezar, primero se delimita el área de la pintura mural que va a ser extraída. La técnica que se usó en este caso se llama “stacco a massello”. Consiste en un arranque completo de la pintura mural, incluyendo el enlucido y el repellado, y parte del muro, lo que semejaría a arrancar de tu alma al amor de tu vida: sí o sí se va un pedazo del soporte, se va un trozo de tu corazón.

Después se realiza una limpieza, se saca todo el polvo u otros cuerpos extraños que se han asentado en el muro, y después se procede con la liberación de la pintura mural. Se eliminan las capas de cal que están encima, las capas de penas y abandonos, los diferentes niveles de empapelados, estratos de mentiras y de cemento, y alguno que otro revoque, o perdón improvisado. Se descarta todo aquello que es ajeno a la obra original y que le quita una lectura histórica y estética... todo aquello que le resta belleza y le suma daños. O como lo dice del Papirri: “Sacudite las penas,/ como arvejas de la falda. /Si se fue tu amor,/ no interrumpas la batalla./ Convócalo de nuevo al sol/ escondido en tu mirada./ Sacudite las penas,/ barro seco en las pestañas (…)./ Si se fue tu amor,/ es para amarte en la distancia”.

Una vez que se han eliminado las capas de materiales ajenos y de remordimientos, se procede con la restitución del soporte y el reintegro de faltantes. Es decir que hay que curar, consolidar y rellenar todas las heridas que pueda tener el muro y nuestro corazón. Dos de cal, una de arena, y un aglutinante para que enlace todos los elementos del resane. Dos de reflexión, una de llanto, y un buen disco que amase todo “para no darle un seco a los abismos”.

Se continúa con la protección de la pintura liberada. Este es un momento decisivo. Si existiese una mala praxis en este ítem, se tiene como consecuencia la fractura casi irremediable de la pintura, y de la fe en el amor. Lo mismo recomendó el Papirri en ritmo de bailecito: “El amor es cristal fino vibrando en su regazo./ Cuando más luce su brillo le damos justo un k’alazo,/ y su porte cristalino se arruga en mil pedazos./ Luego paciencia de chino,/ zurcir ternura y abrazos./ Por eso digo,/ cuida tus colmos./ ¿Quién se sufre?, no se puede colarlo cuando ya es polvo”.

Ahora viene el trabajo más complicado: la extracción, el desapego, la liberación total. Por el costado donde termina el muro, se empieza a desgastar hasta conseguir una abertura. Luego, con una sierra de mano, se empieza a cortar los adobes y los rencores, se separa lo bueno de lo malo, lo valioso de lo repetible, y lo salvable de lo desechable. Se recomienda escuchar un “Bye, bye Goni” durante este proceso.

Ahí es donde se levantan todos los “Polvos del olvido”; “olvido del pasado,/ olvido de la historia,/ olvido de los besos,/ de las promesas (de gestión),/ polvos del olvido,/ para que ni yo ni tú,/ te acuerdes de mí”.

Luego se reintegra el color donde falta, se acomodan las sonrisas que se han perdido, y se barniza para proteger de la humedad, de la luz, de los miedos y otras patologías. Pero ese ya es otro “Chenk’o total” que dejaré para otro texto.

Ahora que el Papirri iba a regresar, yo tenía miedo de que él no reconociese La Paz, pues ya no es aquella ciudad con sus “poros de caseras”, ni “el montículo es su ombligo”. Ya no tiene “lunares de heladeros”, y estoy segura de que la casona en el centro paceño, donde se filmó el video de Señora gorda (1988), hoy se está cayendo teja a teja, recuerdo a recuerdo.

Compré una entrada para su primer concierto, el 9 de marzo de 2017. A las 20:00 horas, estaba sentada en la octava fila del Cine Teatro 16 de Julio, con el oído y el pecho abierto para escuchar al Papirri.

Como la historia es cíclica, unas semanas antes otro “Sordo del alma” dejó a mi corazón “más solo/ que k’usillo en Nottingham”. Así que, cuando empezaron a sonar los vientos del dueño y señor de la zampoña, Carlos Ponce, el Papirri empezó a cantar: “He tenido que llamarlo/ al viento más certero./ Ha venido con su alforja,/ trayendo polvos del olvido”. Un aguacero salado comenzó a mojar mi rostro, y entonces entendí que la restauración existe porque el amor no es para todos.

Como se puede ver, es posible rescatar y restaurar pintura mural y corazones rotos. Y, aunque nunca van a regresar a su estado original, eso no les resta belleza, sino todo lo contrario: la incrementa, pues solo somos el resultado de los momentos difíciles que nos han hecho crecer y resistir.

La resistencia es lo valioso, eso es lo que se conserva. Si bien el Papirri que se fue no es el mismo que volvió, eso no lo hace menos importante, porque lo apreciable es la historia que ha adquirido. Lo hermoso es su permanencia.

Le escucharemos al Papirri, cuando dice que “hay que tomar partido,/ con valor,/ es nuestra historia,/ (los bienes y) el pueblo primero”. Yo tomé partido por nuestra historia. ¿Qué haces tú para defender lo que crees? Ven, canta conmigo: “Hay que tomar partido…”.

Conservadora de bienes culturales y Papirri lover - [email protected]