Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Llevando la fe al otro lado del mundo

Llevando la fe al otro lado del mundo



Reseña de Silencio, la nueva película del prestigioso realizador Martin Scorsese, estrenada en Bolivia en las salas del cine Center.

La crónica de cómo, a mediados del milenio pasado, los portugueses lograron instalar en territorio japonés –junto con el uso de las armas de fuego– la doctrina de la fe cristiana figura en todos los libros de historia de manera detallada y precisa. La consecuente y férrea proscripción de la práctica de esa religión sería uno de los ejemplos más notorios del aislacionismo casi total que el Gobierno japonés pondría en marcha de allí en más y durante varios siglos. Ese trasfondo histórico es el punto de partida de la novela Chinmoku (literalmente: silencio), publicada en 1966, en la cual Shusaku Endo narra los pasos hacia la apostasía formal de un sacerdote europeo en territorio nipón. El éxito crítico del libro hizo que el propio autor escribiera, junto al realizador Masahiro Shinoda, una adaptación que sería llevada a la pantalla en 1971. Que el texto de Endo haya llegado a las manos de Martin Scorsese aproximadamente en la misma época en la que se interesaba por otra novela con la cual posee varios puntos de contacto –La última tentación de Cristo, del griego Nikos Kazantzakis– puede ser interpretada, dependiendo del punto de vista, como una feliz casualidad o como un posible ejemplo de intervención divina.

Fiel a la cronología del libro y también –excepto un par de detalles secundarios– al film de Shinoda, el Silencio de Scorsese adquiere características muy personales cuando es visto a la luz de la obra previa del director de Taxi Driver. En particular su famosa adaptación de La última tentación…, con la cual podría perfectamente integrar un díptico acerca de los alcances y límites de la fe (al cual se podría sumar como satélite Kundun). El protagonista, un padre jesuita de apellido Rodrigues (interpretado con larga barba de ocasión por Andrew Garfield), parte desde Macao acompañado por otro sacerdote, el Padre Garupe (Adam Driver), hacia las costas de Japón. Las misiones son dos, sin orden de relevancia: continuar con la diseminación del cristianismo en las islas y encontrar al Padre Ferreira, desaparecido en acción luego de años de actividad misionera y de quien se rumorea le habría dado la espalda a la Iglesia. Resguardados en una cabaña rural, protegidos por un grupo de cristianos devotos y clandestinos, los sacerdotes inician sus actividades religiosas atentos a la posible llegada de los soldados del señor feudal de la zona, encargado de recolectar los impuestos y de cazar a los seguidores de la fe prohibida.

Lejos del estilo adrenalítico de algunas de sus películas más reconocidas, Scorsese opta aquí por un tono reposado: tanto la longitud de algunos planos como el montaje siempre preciso de su colaboradora Thelma Schoonmaker evidencian la búsqueda y no la imposición de un estilo acorde a la historia. Dividido claramente en dos mitades, es precisamente luego de la brutal ejecución de tres campesinos (entre ellos Mokichi, interpretado por el actor y realizador Shinya Tsukamoto) y el apresamiento de Rodrigues por Inoue, un poderoso samurái de la zona, que los temas centrales del relato comienzan a tomar forma definitiva. Las conversaciones del religioso con Inoue y con el traductor interpretado por Tadanobu Asano despliegan cuestiones como el choque de culturas, la relatividad de aquello que suele entenderse como verdad y, eventualmente, los límites de la práctica de la fe en un contexto poco dispuesto al ecumenismo (…).

Crítico de cine