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Enrique Vila-Matas: diferencia y repetición (II)

Enrique Vila-Matas: diferencia y repetición (II)



Segunda y última parte de un ensayo sobre la obra del destacado escritor español (1948) y su relación con las ideas del filósofo francés Giles Deleuze (1925). 

“He creado tantas máscaras de mí mismo a través de tantos libros, con tantos yoes figurados, ninguno respondiendo a mi verdadera personalidad, que en lugar de conocerme a mí mismo gracias a tantos libros y tanta literatura... no sé nada sobre mí, lo que me hace permanecer en un estado de felicidad enorme” (Enrique Vila-Matas).

La primera señal que une a Enrique Vila-Matas con Gilles Deleuze es la práctica de lo positivo; el escritor Sergio Pitol ha dicho que lo de Vila-Matas es un “estilo de la alegría”. Y es que no se encuentra en las obras de ambos algún rastro de negatividad, ningún tipo de resentimiento o de envidia, solo una pura inteligencia que se divierte, que ensaya todo el tiempo, una voluntad de abrir y conectar. Seguramente que en este criterio Vila-Matas no se emparenta únicamente con Deleuze, sino con muchos otros autores que de hecho son sus amigos, como lo fue Roberto Bolaño, o como lo siguen siendo Paul Aster o Fabián Casas, entre otros. Con el filósofo francés tiene como amigos comunes a Kafka, Beckett, Proust o Melville.

Volviendo al tema del trabajo con las citas que hace Vila-Matas, recordaremos aquí un libro de Alan Badiou, Deleuze, el clamor del ser, en el que observa: “hay algo que a menudo sorprendió a los lectores de Deleuze: el empleo constante del estilo indirecto libre, o sea la indecibilidad asumida del ¿quién habla?”. Al analizar una frase en el libro de Deleuze sobre Foucault, Badiou se pregunta: “¿Es realmente un enunciado de Foucault? ¿O ya de una interpretación? [...] En este sentido, dada la disolución de sus identidades respectivas, y considerando que pensar es siempre hacer hablar las singularidades impersonales, habría que decir: esta frase fue producida por la presión, sobre Deleuze, de lo que, a través de Foucault, hace caso de otra presión, de otra coacción”.

Este estilo indirecto libre es una especialidad de Vila-Matas, a fuerza de inventiva, y de crearse múltiples máscaras de sí mismo para buscar la desaparición perfecta. Nada le molestaría más al escritor español que instalarse en el reino de las certidumbres, de la realidad plana y lo entendible. “Lo que interesa es lo que podría pasar, lo posible”. ¿Quién habla?, es la pregunta que suele surgir en las conferencias y presentaciones de los libros de Vila-Matas. Él se limita a decir: “Al narrar utilizo un yo figurado. Sin embargo, no creo en esas teorías de que la tercera persona sería mejor, ni que el ‘yo’ es decadente o burgués. Cada uno debe ser libre de usar el ‘yo’ o el ‘él’ cuando le apetezca, según lo que tenga que contar. Un buen ejemplo es Nabokov, que juega con el yo falso”.

No saber bien quién habla. Hacer hablar la multiplicidad de las voces. Inventar lo que no se sabe. Centrarse en lo posible desde lo que pasa en el presente. Saber amar la incertidumbre, “no sé bien quién soy”, y escribir desde lo que no se sabe muy bien. Aquel criterio de creciente influencia en la industria del libro y de la cultura, acerca de que la literatura debe ser entendible, está muy desacertado, pues lo que se entiende es lo que ya se sabe perfectamente. ¿Para qué se escribiría? Sería terrible que la literatura tenga que ocuparse de confirmar lo mismo. Esa no es la repetición que interesa a los creadores como Vila-Matas.

El caso es que el escritor español ha logrado establecer un canon literario contracultural desde sus novelas, porque, al tener en su estilo la cita constante de sus autores cercanos, los ha convertido en puntos de interés del mundo vilamatiano. Leer a Vila-Matas es encontrarse otra vez con Benjamin, Proust, Melville, Duchamp, Bolaño, Auster, Cervantes, Borges, y otros más desconocidos, como Robert Walser. No es que haya sustituido al crítico, sin embargo, ha efectuado una tarea que se le atribuye a los críticos, pero él lo ha hecho desde la ficción, y es que ha sabido establecer su propio canon de autores, muchos de ellos considerados subterráneos. Cada escritor lleva consigo su propia tribu y escribe con ella.

Sus temas están siempre más emparentados con el fracaso, la desaparición, el paso del tiempo, lo involuntario, la improductividad, lo inútil y completamente sencillo. Un maestro taoísta se sentiría seguramente muy cómodo con una literatura de este tipo. Vila-Matas ha forjado su estilo en una cámara para escritores desocupados, o da lo mismo pensar que su inspiración proviene de los viajes imaginarios que realiza en un submarino inmóvil. Lo que ha dicho con más certeza de sí mismo es que se reconoce como el primer shandy. Recordemos, pues, según su novela Historia abreviada de la literatura portátil, algunas de las reglas para ser un shandy: sus obras completas tienen que ser portátiles, los miembros deben comportarse como perfectas máquinas solteras, ser insolentes, espíritus innovadores de nomadismo convencido.

En fin, hay mucho que decir, todo esto es casi lo primero que me asalta a la mente en estos momentos, después de escucharlo en una de sus conversaciones en espacios literarios, que se pueden descargar en video del portal YouTube. Si el lector busca inventiva, cierta insolencia, imaginación radical y una prosa desatada, hecha de recovecos y matices que recuerdan a muchas otras filiaciones dentro de la misma literatura, pues entonces no deje de leer una novela de Enrique Vila-Matas.

Filósofo e investigador - [email protected]

Acerca de una portada



Enrique Vila-Matas





Hay incluso tesis doctorales sobre el estilo de las cubiertas de mis libros. Y también un ensayo muy completo de Domingo Sánchez-Mesa (Universidad de Granada)  sobre la historia de esas cubiertas: “Cuando V-M cambia de editorial en 2010 se mantiene tanto ese estilo o marca inconfundible en el diseño de las portadas como el discurso de sus imágenes, especie de umbrales de la literatura a la que dan paso”.

Colaboro en la web de escritor (enriquevilamatas.com), que desde hace ya tiempo compone mi amiga Elena, buscando ilustraciones para los textos. Y éstas, que en general tienen siempre un aire de familia con el estilo de mis portadas, han acabado constituyendo un vivero de potenciales cubiertas futuras de mis libros. Me he convertido en un casi exhaustivo conocedor de la cultura fotográfica  y hoy en día poder descubrir todavía a un nuevo artista de las imágenes me produce la misma alegría que encontrarme con un buen escritor del que no tenía noticia. Hace unos meses, en un rastreo rutinario por internet, descubrí el trabajo del neoyorquino Geoffrey Johnson (1965, Greensboro, North Carolina): pinturas en las que un Manhattan blanco y negro y sus anónimos paseantes son los absolutos protagonistas: pinturas que parecen fotografías. Una de ellas me  gustó especialmente, tal vez creí ver ahí a Mac, de espaldas, caminando entre las siluetas del barrio del Coyote, de Barcelona.

La editorial conectó con el entorno de Johnson y, tras unos días de suspense, llegaron a un acuerdo justo el viernes de octubre de 2016 en que, hallándome en Nueva York, descubrí que los cuadros de este pintor –incluido el que iba a convertirse en la portada de mi libro– se exponían en una galería de arte en lo alto de Madison Avenue. Tomé un taxi hacia allí –había una luz extraordinaria en lo alto de la ciudad– y viví una experiencia nueva: le hice por primera vez en mi vida una visita a la futura portada de un libro mío. Una sensación para mí desconocida. Fue como si hubiera ido allí para averiguar donde vivía aquella pintura y saber si era feliz, o si por las noches lloraba, o lloraba sólo cuando llovía, y sobre todo saber si le apetecía a veces ser portada.

Escritor