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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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No es que los Oscar se “rallen” así

No es que los Oscar se “rallen” así



Una mirada a la fallida entrega de los premios de la Academia, que acabó con Moonlight como la gran ganadora de la ceremonia celebrada el domingo 26 de febrero y con un torpe contable adicto al Twitter como el villano más odiado de Hollywood. 

Y llegó la hora de rectificar e intentar dar explicaciones. Lo hicieron los productores de La La Land en plena efervescencia triunfal por el Oscar a la mejor película que no era para ellos. Lo hizo un Warren Beatty aún atolondrado por haberle puesto cara a la pifia más escandalosa en 89 años de historia de entregas de los eunucos dorados. Lo hizo la presidenta de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, Cheryl Boone Isaacs, que ha debido repartirse entre las disculpas públicas y la búsqueda de culpables. Lo hizo la PricewaterhouseCoopers (PwC), la consultora que se ocupa de tabular los votos de los “académicos”, y de preparar y entregar los sobres con los ganadores de las estatuillas. Sí, lo hicieron todos ellos, así que nos toca. Rectificamos: el Oscar no es para La La Land. Tampoco para Emma Stone. Menos para Moonlight. Ni siquiera para Maná, que se montó una gran comedia musical que bien podría permitirle sustituir a Carlos Mesa en la vocería internacional de nuestra demanda marítima. No, señores, el Oscar es para el hombre del momento, y no, no estoy hablando del cumpa de El Alto que ya no se quiere “rallar” desde que sus concejales y los internautas se rayan peor que él y sin alcohol de por medio. El Oscar es para el tipo que le ha robado por unos días a Donald Trump el trono al estadounidense más impopular del mundo mundial: Brian Cullinan. No es broma.

Que quién es el tal Cullinan… Pues hasta la pregunta ofende. Si no saben, pregúntenle al Ronald Ramos, que sí sabe. Que quién es el tal Ramos… Bueno, no sigamos perdiendo tiempo. Mr. Cullinan (hasta el apellido ya lo condena, para qué) es un veterano –que no venerable- contable de la PwC, que lleva trabajando 32 años en esa firma, en la que era el jefe del área de California Sur y del equipo de colaboración con la Academia. Este último cargo lo cumplió en los últimos cuatro años. Y al parecer lo venía cumpliendo bien nomás hasta la noche del domingo pasado, cuando se le olvidó que si estaba a un lado del escenario del Dolby Theatre de Los Ángeles no era para tuitear –como si recién estrenara su “carguita feliz” de Entel- mensajes y fotos de las estrellas que desfilaban a su lado, sino para: entregar-el-sobre-correcto-de-la-cinta-ganadora-al-Oscar-a-la-mejor-película-para-que-el-anciano-que-se-parecía-al-de-Bonnie-and-Clyde-no-pasase-calores-peores-a-los-que-solía-pasar-en-la-cama-ante-su-otrora-coprotagonista-en-aquella-película-de-1967. Es que dicen que el bueno de Brian estaba más entretenido en compartir en las redes sus babas por la Emma Stone que en hacerle la vida más fácil a Warren. O para no pecar de groseros y, en plan más romántico, imaginemos que el tierno contable de la PwC estaba tan embelesado por la protagonista de La La Land, que no le bastó con que ganara el Oscar una vez, sino que quiso que se lo dieran por segunda ocasión y por eso entregó el sobre con su nombre a “No-era-por-hacerme-el-gracioso” Beatty. Como fuere, por tuitero baboso o por galán de backstage, lo cierto es que Cullinan la “tarreó” y ya no trabajará más para la Academia. (Ni él ni su par que estaba con el segundo juego de sobres de los ganadores al otro costado del escenario del Dolby, la inocente Martha Ruiz).

Ahora que ya sabemos quién es, conviene actuar con justicia y darle las gracias a Brian Cullinan por haber deslucido con su despiste la única sorpresa que se guardó la 89ª gala de los Oscar, que, por lo demás, repartió sus premios entre los respectivos favoritos de las 23 categorías restantes. Hasta el momento culminante de la ceremonia, lo único que había sorprendido gratamente era el buen hacer de su maestro ceremonias, Jimmy Kimmel, y la tibieza con que la realeza de Hollywood trató a su anfitrión por defecto, Donald Trump. Así que gracias, “Culli”, por haber sepultado la sorpresa antes de que naciera. Gracias por habernos privado de protestar por la decisión de la Academia (y no porque quisiéramos precisamente que ganase La La Land). Gracias por habernos confirmado que, a la larga, el sentimiento de culpa de los “académicos” ante la comunidad negra por los #OscarSoWhite de los años pasados pesó más que la autocelebración hollywoodense que prometía el musical romántico de Damien Chazelle. Gracias por haber impedido que los Oscar limpiaran su imagen no solo ante la comunidad afroamericana, sino ante las minorías sexuales, al haber entregado por vez primera su estatuilla mayor a una cinta de temática abiertamente homosexual. Gracias por habernos evitado la molestia de ver cómo Moonlight se coronaba con un Oscar que, solo por mencionar una obra reciente de temática similar y también candidata al galardón a mejor película, debió llevarse hace poco más de una década, y con muchísimos más méritos, Brokeback Mountain. Gracias por habernos evitado otra molestia al saber que la Academia consagraba el filme dirigido por Barry Jenkins, un cineasta negro –siendo generosos- prometedor, cuando un realizador también negro de la talla de Spike Lee sigue siendo ninguneado por los principales premios de la industria. Gracias por habernos ahorrado aún más malestar al caer en cuenta de que el Oscar a Moonlight podía pasar como un reconocimiento al cine indie de Estados Unidos, habiendo solo en 2016 obras procedentes de esa parcela de la industria por mucho superiores, como Patterson, Certain Women o, sin salirnos de los Oscar, Manchester by the Sea. Gracias por haberle restado brillo al premio para una película –parafraseando a Donaldo- sobrevalorada, que no pocos han encumbrado solo por citar a Wong Kar-wai y Almodóvar, cuando apenas tiene para ofrecer una foto y un montaje correctos, un tratamiento sobrio de la temática gay y poco más. Gracias por haberle aguado la fiesta a los organizadores de ese cuidado montaje para disfrazar de diversos y tolerantes a los miembros de una institución que está mayoritariamente integrada por hombres blancos de más de 50 años, que de cine ven poco y saben menos. Gracias porque tu “error humano” al menos nos divirtió por unos minutos eternos y nos arregló una noche que, de otra manera, se habría cerrado con “un error académico” que solo nos habría traído disgustos. Gracias, en fin, por recordarnos por enésima vez que los Oscar, al igual que otros tantos premios y concursos “artísticos”, no suelen reconocer los méritos creativos de las obras y de sus autores, sino prestarse a intereses -económicos, políticos, simbólicos, etc.-, cuando no estupideces, de quienes los organizan.

Estupideces, así es. Porque, aunque tengas ahora que andar con guardaespaldas por las amenazas que sobrevinieron a tu torpeza tuitera por la Stone, al menos debe reconfortarte que no fueras vos el estúpido que organizó la mascarada de la Academia y votó por su ganadora a mejor película. Que no te hagan creer que arruinaste la fiesta. Vos la salvaste de un descalabro mayor, mi estimado “Culliao”. Y no te preocupes si ya no te dejan volver a los Oscar, que acá en Bolivia ya tenemos trabajito para vos. De entrada, queremos postularte para que te hagas cargo del manejo de los certificados de reconocimiento cívicos que da el Concejo Municipal de El Alto. A ver si así salvas del ridículo a quienes eligen a sus destinatarios. A ver si así consigues salvar de la injusta ignominia virtual a tu carnal alteño, Ronald. A ver si así nos convences de tomarnos menos en serio los premios y sus “ralles”.

Periodista – [email protected]

El Oscar es para el hombre del momento, y no, no estoy hablando del cumpa de El Alto que ya no se quiere “rallar” desde que sus concejales y los internautas se rayan peor que él y sin alcohol de por medio. El Oscar es para el tipo que le ha robado por unos días a Donald Trump el trono al estadounidense más impopular del mundo mundial: Brian Cullinan. No es broma.