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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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FERIA LIBRE

Le llamaban Bartolomé

Le llamaban Bartolomé
Le llamaban Bartolomé. En sueños lo veo silencioso y meditabundo con su pellejo sobre las rodillas, al igual que san Bartolomé, ese bendito varón que acompañó a Jesús de Nazaret en sus andanzas por tierras galileas. Así lo pintó Miguel Ángel en el techo de la capilla Sixtina. Al santo lo torturaron, desollándolo, y descendió a los infiernos con su piel a cuestas. El otro también salvó la suya, a pesar de que fue devorado por sus congéneres famélicos durante la resistencia tenaz que los indígenas opusieron al poderío hispánico. Un joven taxidermista mestizo rellenó su envoltura carnal; y allí está la “momia” de Bartolomé Leal en el vetusto museo de antropología, como orando para que el polvo y el tiempo seculares no lo deshagan y los depredadores no lo desmantelen.

Alonso de Ercilla, testigo de la épica, narró las cruentas batallas en su extenso y descriptivo poema “La Araucana”. Señala detalles en unos candentes versos del Canto XIX… Los españoles fueron sitiados por los aguerridos indios del sur, que no les dieron tregua y nunca se doblegaron (como los más civilizados incas y aztecas). No tenían de qué comer dentro del asediado cuartel. Todos los accesos a suministros se hallaban cortados y la ayuda desde el norte no llegaba. Se vieron obligados a merendarse unos a otros, tras sacrificar a los valiosos caballos. Los indios reían a causa de las armaduras hispánicas, ¿cómo iban a digerirlas?

Pronto los araucanos, en el fragor de la lucha, adoptaron la antropofagia ritual, y cuando don Pedro de Valdivia, el noble capitán general, sucumbió a un golpe de macana en la testuz, su corazón fue engullido por los caciques y la carne de sus brazos y piernas repartida entre los guerreros por el audaz Lautaro. Así lo cuenta Lope de Vega en un auto sacramental, “Arauco Domado”. El cráneo del conquistador sirvió por muchos años de recipiente para las libaciones que vigorizaron la gran concertación de tribus que, hasta hoy, resiste a los dominadores.

A Bartolomé lo carnearon sus compañeros de armas en lo peor de la hambruna, cuando el fuerte de Corral fue sitiado durante seis interminables y lluviosos meses. Relata el cronista Ercilla que los cadáveres de indios y españoles flotaban en la sangre derramada. Muchos caciques perecieron pero se renovaban para horror de los españoles, que no lograban detener las continuas oleadas de aquellos guerreros indomables.

Su sacrificio caníbal le aconteció por gordo y cristiano nuevo. Era un buen soldado y lo habían perdonado; sin embargo sus grasas enjundiosas se transformaron en un manjar demasiado visible, manifiestamente apetitoso y el hambre se había vuelto insoportable. Tampoco lo protegió su genealogía; era descendiente de aquel Diego Leal, grumete, que llegó en la Santa María al mando del gran almirante Cristóbal Colón. No lloró clamando por piedad, sólo pidió respeto a su estirpe, si bien poco noble, al menos tenaz.

Tal vez por eso salvó el pellejo, aunque sin nada adentro. Se agradece a ese amable mestizo, diz que su hijo secreto, por haber eximido la piel paterna de los dientes de sus compañeros soldados; aunque no sé si logrará superar los colmillos filudos de las ratas, las mandíbulas voraces de las larvas de polillas, la alegría destructora de los críos…

Escritor chileno - www.bartolomeleal.cl