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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Luis Ospina: Estamos viviendo una de las tantas muertes del cine

Luis Ospina: Estamos viviendo una de las tantas muertes del cine



Entrevista al cineasta colombiano, cuyo más reciente documental, Todo comenzó por el fin, se exhibe en la Cinemateca Boliviana (La Paz), gracias a la distribuidora Yaneramai Films.

Todo comenzó por el fin (2015) debía ser la última película del cineasta colombiano Luis Ospina (Cali, 1949). “Cuando la estaba empezando, yo me enfermé de un cáncer muy severo que casi me cuesta la vida”, relataba a finales de 2015, en Rio Branco (Brasil), adonde había sido invitado por el Festival Pachamama-Cinema de Fronteira para recibir un homenaje y acompañar una retrospectiva de su obra, la primera que se hizo en suelo brasileño. Por un tiempo, el director pensó que con ese proyecto se despediría del cine y de la vida. Que ese documental pondría fin a 45 años de carrera y más de una treintena de trabajos. Pero, por fortuna, no fue así. Pese a que el cáncer lo invadió todo, incluyendo su cine, su cuerpo lo sobrevivió. Y una vez montado el documental, de 203 minutos nada menos, debió acostumbrarse a presentarlo ya no como su última película, sino como la más reciente.

Esta nueva vida lo recibió con una ola de homenajes, en su país y fuera de él, en los que se le ha reconocido como lo que fue y es: uno de los renovadores del cine latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX; un realizador que puso en figurillas al cine más revolucionario de la región (Agarrando pueblo, 1978); un autor que, desde la trinchera de la no ficción, se atrevió a hacer una obra muy personal, ajena a los dictámenes políticos y para nada reacia a los escarceos con la modernidad y la posmodernidad cinematográfica, ahí donde los registros radicales, como el cine de género (Pura sangre, 1982) o el falso documental (Un tigre de papel, 2007), campean a sus anchas. “Se me hacen muy bienvenidos los homenajes en vida y no póstumos. De hecho, a veces digo que no me están haciendo retrospectivas, sino ‘necrospectivas”, se reía Ospina, entre divertido y complacido de que su obra esté mereciendo tantos tributos. Y no era para menos. No estaba en sus planes sobrevivir a la que debió ser su última película: un documental que alterna la historia del Grupo de Cali –el legendario movimiento cultural que incendió la escena caleña, de la mano de artistas como Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y el mismo Ospina- con su propia pelea contra el cáncer que casi lo mata. Tampoco estaba en sus planes sobrevivir para ser testigo de la consagración internacional de su obra. Pero lo hizo. Y eso, el haber vencido a su muerte y a una de las tantas muertes del cine, era razón suficiente para abordarlo, pedirle unos minutos de su nueva vida y, con la excusa de entrevistarlo, dejarlo hablar y destilar su sabiduría: la sabiduría de uno de esos sobrevivientes fundamentales del cine latinoamericano de los últimos 50 años.

Todo comenzó por el fin ofrece una suerte de evaluación de su obra vinculada al célebre Grupo de Cali, del que hizo parte y del que sería uno de sus últimos sobrevivientes, si no el último, no estando ya con vida Carlos Mayolo ni Andrés Caicedo…

De las figuras fundacionales del Grupo de Cali yo soy el único sobreviviente, y por eso quería contar su historia, cuando ya ha cumplido más de 45 años de su creación. Comenzó siendo una película sobre el Grupo de Cali, pero cambió. Apenas me enfermé, a ese eje Caicedo-Mayolo se le agregó otro, que era lo que me estaba pasando a mí en el presente. Entonces, es como la película de un sobreviviente. Y, al haber cambiado, creo que mejoró, en el sentido de que en ella se nota la presencia de la muerte, de la autodestrucción, del deterioro y de la imposibilidad de regresar al pasado, de la imposibilidad de regresar a casa, que para mí es uno de los grandes temas de la literatura. La película se volvió otra cosa, así como el título, que venía de la frase de un guion antiguo que yo había escrito con Sandro Romero. Esa frase se me quedó en la cabeza y, de pronto, me dije que mi próxima película se llamaría “Todo comenzó por el fin”, porque yo a veces comienzo por un título. Y ese título fue adquiriendo cada vez más significado. ¿El fin de qué? Del Grupo de Cali, el fin mío, el fin del cine, porque también estamos viviendo una suerte de muerte del cine, de las tantas muertes que nos ha tocado vivir. De hecho, en la película digo que el año 63, cuando Rossellini declaró que el cine había muerto, fue el año que yo comencé a ver cine.



Y una vez declarada su muerte, Rossellini se mudó a la televisión…

Él creía mucho en el proyecto de la televisión, que pudo ser el gran invento, pero que desafortunadamente no lo fue. A mí me ha tocado vivir varias muertes del cine. Ahora, la muerte del fílmico. El cine es como el Ave Fénix, que nace y muere, nace y muere.



¿Cree usted que Todo comenzó por el fin obedece, al igual que en Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos (1986), a una voluntad por guardar la memoria de Caicedo, de Mayolo y del Grupo de Cali?

Creo que todos los documentalistas trabajamos la memoria, siempre estamos filmando cosas que están desapareciendo. Todo lo que ponemos frente a una cámara va a desaparecer de alguna forma, se va a transformar. Siempre he estado interesado en esa relación que hay entre la memoria y la muerte. Siempre he dicho que la muerte es la ausencia de memoria. De ahí mi afán de registrar la muerte de una ciudad como Cali, la muerte de mis amigos, la muerte del cine. Y pues siempre tengo en mente esa famosa frase de Jean Cocteau, cuando dijo que la cámara filmaba a la muerte trabajar.



Hablaba de la muerte de Cali, su ciudad. Al igual que el cine, ¿la suya es una ciudad que ha muerto varias veces? ¿Cómo ha filmado su cine las muertes de Cali?

Justamente en el año 1971, Carlos Mayolo y yo hicimos Oiga, vea, porque ese año se realizaron en Cali los sextos Juegos Panamericanos. Nosotros y muchos artistas de la ciudad nos dimos cuenta de que la ciudad iba a cambiar, iba a dejar de ser una pequeña ciudad con cierto perfil arquitectónico y, de hecho, fue así. El propósito de las fuerzas vivas de Cali era arrasar con la ciudad vieja y construir una ciudad nueva, y en ese proceso, se destruyó gran parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad. Desde ese primer documental yo comencé a registrar los cambios de la ciudad. Mientras viví en Cali, que fue hasta hace 22 años, casi todo mi trabajo se hizo sobre la ciudad: su cultura popular, personajes importantes de la ciudad; al punto que hice una serie de diez documentales que se llama Cali: Ayer, hoy y mañana (1995), que fue como mi despedida de la ciudad. Ese cambio geográfico cambió mi cine, que se volvió más interior: no mirar tanto hacia afuera, sino más hacia adentro. Pienso que mis películas son siempre autobiográficas en mayor o menor grado. La última (Todo comenzó por el fin) es muy autobiográfica. A veces tengo la sensación de que todo lo que filmé antes, durante 45 años, era como material en bruto para hacer esta película que acabo de hacer, que es como un compendio de mi obra, de mi vida, de la vida de mis amigos, de una generación y una meditación sobre la muerte.



En todo caso, el que Todo comenzó por el fin sea un compendio de su vida y de su obra no supone que sea su despedida del cine…

En un momento pensé que era mi despedida del cine y mi despedida de la vida (risas). Siempre me refería a ella como mi última película y ahora digo que es mi película más reciente (risas).



Andrés Caicedo es un figura muy presente en Todo comenzó por el fin, y fue el protagonista absoluto, aun en ausencia, del documental que le dedicó en 1986. ¿Cómo cree que su cine ha contribuido a (re)descubrir la obra de este escritor convertido en autor de culto y que fue tan amigo suyo?

Desde que conocí a Andrés Caicedo me di cuenta de que era un genio. Lo conocí en 1971, cuando tenía 20 años, y fuimos amigos hasta el 77, cuando tenía 25 años. Cuando murió era prácticamente un escritor inédito. Solo había publicado un relato largo, “El atravesado”, con plata de su madre. El día que se suicidó fue el día que le entregaron su primera novela, ¡Qué viva la música! Sabía que había muchos escritos que él había dejado y, con mi amigo Sandro Romero Rey, me aproximé a la familia, que, con todo el dolor, no se podía ocupar de su obra, y nos dio acceso a un baúl que tenía una gran cantidad de escritos. Comenzamos a leerlos y clasificarlos. Publicamos Destinitos fatales, un compendio de todos los relatos de Andrés Caicedo, y también nos pusimos a trabajar en Ojo al cine (que reúne sus escritos sobre películas), que tardó 13 años en publicarse, porque nadie se interesaba en publicar. Hubo mucha miopía de las editoriales que manejaron su obra, que creían que era un fenómeno local. Por eso, en la película que hice nueve años después de su muerte, Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos, comienzo con unas entrevistas a gente joven que no sabe quién es Andrés Caicedo. Eso me produjo mucha preocupación. Hice esa película no solo para recuperar su memoria, sino como una suerte de exorcismo, de terapia colectiva de los amigos de él, alrededor de su muerte y de su obra.



El tiempo parece haberle dado la razón, ahora que la literatura de Caicedo ocupa un sitial privilegiado…

Casi 30 años después, su obra comienza a circular y a traducirse a otros idiomas. En parte creo que contribuí a crear el mito de Andrés Caicedo. Al principio nos criticaron mucho eso, que estábamos mitificando a alguien solo porque murió joven y bello, como si fuera una especie de Kurt Cobain o James Dean de la literatura y de la crítica cinematográfica. Pero creo que su obra ya ha pasado la prueba del tiempo, porque generación tras generación sus libros y, sobre todo, su novela Qué viva la música es leída. En términos comparativos, es una obra que se la puede equiparar con El cazador entre el centeno, de Salinger. Los jóvenes se identifican mucho con el tipo de escritura de esos libros. Son libros que a los jóvenes les hubiera gustado escribir, por eso no pasan de moda.

Periodista – [email protected]