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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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[LA LENGUA POPULAR] On Melville

[LA LENGUA POPULAR] On Melville



Herman Melville es, junto con Walt Withman, la referencia literaria más importante de Estados Unidos. En una charla introductoria a Moby-Dick, Harold Bloom resalta la trascendental importancia que estas dos figuras tienen a la hora de prever el horizonte de las letras estadounidenses. Hablar del modo en que Estados Unidos ha afirmado su morada en la expresión del arte escrito supone, necesariamente, referirse al modo en que una mentalidad absolutamente nueva ha sido cultivada en el trabajo de estos hombres. Este artículo está dedicado al primero de ellos, autor de Billy Bud Marinero y Bartleby.

Sin lugar a dudas, el intento de abarcar cualquier porción de la obra de Melville en la exigua inspección que permite un artículo periodístico sería insolente. Podemos, sin embargo, circunscribirnos a una idea concreta que, consideramos, permite un acercamiento gentil al aura mellvilleana.

El profesor norteamericano Hubert Dreyfus se ha referido en una conferencia a propósito de la obra de Mellville a algunos de los puntos centrales que fluyen y vitalizan el carisma de sus textos. Existencialismo, nihilismo heroico y politeísmo serían, en este sentido, las coordenadas fundamentales de la disposición artística de nuestro autor.

Considero que el último de estos tres temas señalados es medular y que engloba en sus repercusiones a los otros dos.

El politeísmo en Melville no es, sin embargo, una expresión que pueda ser empleada sin aclaraciones previas. El autor de Moby-Dick está muy lejos de asimilarse a cualquier tradición religiosa preexistente. El politeísmo griego, por ejemplo, pensado desde el paradigma homérico, supone no solo una jerarquía, sino un “lugar” olímpico común que establece las influencias entre los diversos dioses. A este espacio –no solo físico, sino espiritual y esencial- de comunidad entre los dioses de un panteón tradicional lo denominaremos, para facilitar las ideas de nuestro texto, “topos”.

Un “topos” común a divinidades que expresan energías diversas pero confluyentes es la característica fundamental del politeísmo clásico. Ahora bien, esta confluencia de “sentido” de las divinidades supone una similar trama de conexiones en la vida humana. Al “topos” divino como espacio de juego de fuerzas corresponde el “topos” cultural como espacio de sentido.

En estos términos, la única descripción que se ajustaría medianamente a la vocación literaria expresa de Melville sería la de un politeísmo dia-tópico, esto es, un politeísmo que expande sus fronteras a la experiencia de “topoi” culturales –y teológicos- diversos.

Esta idea está expresada magistralmente por Melville en la más famosa de las cartas a Hawthorne:

“En mí, las magnanimidades divinas son espontáneas e instantáneas –se trata de atraparlas mientras se pueda. El mundo gira y otro de sus lados salta a la vista […]. Un sentido de indecible seguridad está en mí en este momento, por haber tú entendido el libro [...]. Socialidades inefables me habitan. Me sentaría a cenar contigo y con todos los dioses en el viejo panteón Romano. Es un sentimiento extraño, sin esperanza ni desesperación”.

La disposición de Mellville trasciende, sin embargo, lo que se pensaría simplemente como diálogo cultural. Es reconocible, por ejemplo, aquella actitud de Ismael respecto de las creencias de Queequeg en los primeros capítulos de Moby-Dick: él participa no respetuosa sino sincera y genuinamente de la vitalidad que nace de los ritos de su amigo. Se trata de una vocación por tomar la posición de un “ahí” distinto del propio para ingresar así en lo sacro y esencial de unos latidos que están allá y que son míos. Esto es, sí, un paso fundamental en el sentido inter-religioso, pero no alcanza todavía el zenit de la vocación mellvilleana.

Pensemos, entonces, de nuevo la esencia de Ismael, pero esta vez en contraposición con la de Ahab, el oscuro y singular capitán del “Pequod”.

Ahab es un hombre afianzado en su ser únicamente por la obsesión de la ballena. Sus noches, sueños, comidas y soledades se hallan todas definidas a partir de una imagen soñada, la de su arpón forzando la sangre del monstruo blanco. La circunstancia de Ahab es extrema y Melville dedicará un capítulo entero a descifrar para nosotros la forma en que el mundo retoma su brillo a los ojos del capitán una vez que este tiene seguridad de enfrentarse a la ballena; solo entonces el hombre notará lo abierto del cielo, lo tranquilo del mar.

Se puede ver en la figura de este personaje la extensión de la crítica de Melville. No es únicamente la hegemonía de una creencia religiosa o cultural lo que impide la experiencia vital de los otros “topoi” humanos. De hecho, la dominación obsesiva de cualquier elemento (llamémosle hoy felicidad) obscurece nuestra capacidad para transitar los propios “topoi”, los lugares que nos constituyen. Mellville nos quiere libres para morar en compañía de nuestros hechos más íntimos e irrelevantes, de nuestras horas intransferibles, sin ninguna luz brillante que sea capaz de opacar el brillo singular de lo nuestro.

Decir politeísmo nos invita a pensar que los “topoi” por los que discurre el hombre religioso, el hombre cultural o el hombre… son ámbitos rígidos que vienen delimitados desde arriba. Creer esto es descreer de la elemental verdad de Melville, del reconocimiento de que, como Ismael, cada paso que damos nos bautiza en un nuevo “topos”, en un nuevo lugar y su horizonte. Mellville nos invita a una hermenéutica recurrente, alegre y sufrida entre la religión que fuimos ayer y que seremos mañana. He ahí la cruz del hombre.

Filósofo - [email protected]