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Ciudad en llamas

Ciudad en llamas


Sam (Samantha le decía su papá o Sami, con cariño, cuando era niña) está recostada en la nieve. Recibió dos disparos: una en la cabeza y otra en el pecho, cerca del corazón. La sangre tiñe la nieve y Sam aún respira. Es año nuevo: 1976 termina y da paso a 1977. ¿Qué piensa? Tal vez que la muerte es sólo oscuridad y vacío (¿y miedo?), pero aún mira los edificios de Nueva York y no está muerta.

Garth Risk Hallberg publicó Ciudad en llamas en 2015 (tiene más de mil páginas). Jamás creyó que sería escritor; quería ser poeta, pero solo hacía melodramas; quería ser escritor, pero solo escribía relatos cortos y edulcorados. Y dos aviones se estrellaron en la Torres Gemelas. Y supo que debía dejar su trabajo de oficinista y dedicarse a escribir.

Mercer es negro y es casi un delito en 1976. Puedes fumar marihuana (como lo hacen los ex Beatles), pero no puede ser negro. Menos ser negro y gay. Pero Mercer lo es y está enamorado. Su novio se llama William y es ex integrante de una banda punk: Ex Post Facto. Mercer es el menos indicado para encontrar a Sam (guarda en el abrigo prestado de su “compañero de habitación” una bolsa de marihuana), pero lo hace.

Das clases a niños de primaria y en la noches escribes (tal vez en las tardes) y no sabes si lo que haces está bien. Tienes esposa (al menos eso; no estás solo aunque debes pagar las cuentas de una vida doméstica, ¿en qué momento lo hombres dejaron de cazar para sentarse en sofás?) y agarras el lápiz, que tal vez es tu única seguridad.

Escribes con miedo y angustia. Con dolor en la espalda. Con los treinta y tantos años que tienes que no son bastantes ni suficientes (¿para qué?, para nada). Luego enciendes la radio y escuchas a Patti Smith y Lou Reed. “Quiero escribirlo todo”, piensas. “Mil páginas son impublicables”. “Soy un fracaso”. “Pero soy: EL FRACASO”.

Charlie vive en el sótano de su casa judía. Su padre es judío (ahora muerto). Su madre es judía (ahora casada con otro judío). Sus hermanos gemelos son judíos. Él es católico y tiene una Biblia guardada debajo de su colchón. Y está enamorado de Sam, pero Sam no está enamorada de él (o tal vez sí y la aventura que guarda con ese oficinista es sólo eso: una aventura). Cuando Charlie busca a Sam la ve recostada en la nieve y llora. Y escapa.

Ciudad en llamas es una búsqueda de la Gran Novela Americana que empezó el poeta Walt Whitman. Pero también es Dickens y Tolstoi. Es una apuesta al vacío, sin esperanza: como Dante hizo cuando visitó el infierno. Es una canción de amor (en tono de punk o de Los Ramones) a Nueva York: otro personaje que respira y muere cada día.

Charlie deja sus pantalones cerca de la escena del crimen, están manchados de orín (y de lágrimas). Hace poco se convirtió en punk porque Sam era punk. Porque se sentía vivo con los de la banda. Porque era la única forma de dejar ese judaísmo y esas reglas (¡Mamá por Dios!). Pero ahora ya no está Sam (o está en coma y respira por un aparato) y él está solo.

Garth Risk Hallberg terminó de escribir en invierno (en Nueva York el invierno es húmedo y frío) y sintió paz. Una noche mientras asistía a un coctel conoció a Chris Parris-Lamb: un agente literario del momento. Y le contó sobre su novela. Chris, casi por indulgencia (como un cardenal o un obispo), le dijo que le enviara su escrito a su despacho. Dos semanas después, Garth estaba firmando un contrato récord: 2 millones de dólares y un millón por los derechos para cine.

El policía que interroga a Mercer es tullido y quiere jubilarse, pero no puede (¡maldito año nuevo!, ¡maldita Nueva York!). Le hace las preguntas de rigor. ¿Cómo encontraste a Sam? (Piensa: ¿Por qué eres negro?). ¿Qué hacías caminando en la plaza a esas horas? (Piensa: ¿eres gay?, ¿es el abrigo de tu compañero de habitación?). ¿Disparaste a Sam? (Piensa: se complicó todo y aún no me jubilaré; Nueva York lo consume todo y esta ciudad arderá en llamas).

Periodista y escritor – [email protected]