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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Ayala: “Nuestra relación con la muerte es demasiado solemne”

Ayala: “Nuestra relación con la muerte es demasiado solemne”

“Dos cositas” sugiere Álex Ayala Ugarte (1979) al final de esta entrevista que ha respondido por escrito: que en lo posible se lo identifique con sus dos apellidos y que su nombre se escriba con tilde en la “a”. Lejos de interpretarse como meras manías pedestres, estas “dos cositas” dejan entrever el rigor y el escrúpulo con que este periodista boliviano-español asume su relación con la palabra. La palabra que, dentro los márgenes del periodismo escrito, no debería admitir imprecisiones informativas ni incorrecciones formales. La palabra, que en manos de un cronista curtido en el periodismo narrativo, se traduce en historias -de no ficción- extraordinarias sobre seres y cosas ordinarios. La palabra que, en alguien de “culo inquieto” como Ayala Ugarte, se persigue en parajes alejados y recala en periódicos, revistas y, en el mejor de los casos, libros. Libros como Los mercaderes del Che (2012), La vida de las cosas (2015) o Rigor Mortis. La normalidad de la muerte (2016).

Este último libro, el tercero de su autoría, fue presentado por Álex Ayala Ugarte el miércoles pasado en la Cinemateca Boliviana, en La Paz. Ese acto puso fin a un proceso de casi dos años, a lo largo de los cuales el periodista recorrió ciudades, pueblos y comunidades de Bolivia separados por cientos de kilómetros de distancia, hasta completar 16 relatos que testimonian algunas de las formas cotidianas en las que los bolivianos mueren y/o se relacionan con la muerte. No fue un camino expedito. Al rigor y escrúpulo propios de su método de trabajo, el autor debió adicionar altas dosis de paciencia, de autocrítica, de sufrimiento y de “puteadas”. También hubo satisfacciones, una de ellas la Beca Michael Jacobs que le otorgó un financiamiento de 5 mil dólares para realizar el libro. Y aunque dice el cronista que Rigor Mortis ya no le pertenece a él, sino a sus lectores, va a ser muy difícil que deje de pensar, de hablar y de escribir sobre él, como también va a ser muy difícil que deje de pensar, de hablar y de escribir sobre su protagonista: la muerte.



Rigor Mortis es tu tercer libro de periodismo narrativo. ¿Qué continuidades y rupturas encuentras respecto a los dos primeros?

Como profesional, uno siempre quiere crecer cada vez que inicia una nueva aventura. Este libro lo veo más consistente que los anteriores. Ahora reflexiono mucho más antes de armar párrafos, de decidir una estructura, de seleccionar qué escribir y qué obviar. Y eso me parece que es bueno: un síntoma de madurez.

En cuanto a las continuidades, creo que me siguen interesando más los personajes que tienen más en común con nuestros vecinos o nuestros familiares que con los famosos o poderosos de turno. En cuanto a las rupturas, no sé bien qué podría decirte. Quizás no sea el más indicado para identificarlas.



Lo has dicho más de una vez: concluir este libro te ha costado más de lo que esperabas. Ahora que finalmente está impreso, ¿a qué atribuyes que te haya costado tanto cerrar este proyecto?

Soy de los que pienso que cuando no sufres mientras escribes es que hay algo que falla. Yo sudo, puteo y a veces hasta me insulto en voz alta. La autocrítica es muy sana y yo la practico con cierta frecuencia. Por eso quizás a ratos paso malos momentos.



¿Cómo fue el proceso de selección y definición de las historias y personajes que componen Rigor Mortis? ¿Cómo encontraste las historias y qué te decidió a narrarlas?

Todo ha sido bastante casual. Al viejito que vivía con su ataúd en casa lo conocí de repente en un pueblo de Yungas y su historia me persiguió durante años. A otros personajes me los he topado primero en recortes de prensa, en reportes televisivos, en charlas informales de cafetería. A otros me he acercado por mera curiosidad. Desde el principio aspiraba a que el libro se convirtiera en un retrato de nuestro país. Quería que sus historias nos explicaran cómo se muere en Bolivia, pero también cómo se vive.



Al margen de la investigación de campo, ¿ha habido libros, películas u otros materiales que hayan inspirado y/o acompañado el proceso de realización de este volumen de crónicas?

Películas no tanto. Pero me tragué todas las temporadas de la serie Six Feet Under (a dos metros bajo tierra), que cuenta la vida de los empleados de una funeraria. Leí muchos reportajes y libros. Me marcaron La hora violeta, de Sergio del Molino, El enterrador, de Thomas Lynch, y Hermana muerte, de Thomas Wolfe.



Se dice que la forma en que se muere y “se vive” la muerte puede explicar la forma de vida de una colectividad, un pueblo, un país. Tras tu experiencia en Rigor Mortis, ¿crees haber encontrado algunas señas idiosincráticas que revelen cómo morimos y vivimos en Bolivia?

Creo que los bolivianos somos muy serios, que nos encanta ser políticamente correctos. Como bien dijo Wilmer Urrelo el día de la presentación del libro, deberíamos tomarnos las cosas con un poquito más de humor negro. Nuestra relación con la muerte es demasiado solemne. Y a veces también nuestra relación con la vida.



¿Qué significa la muerte para Álex Ayala Ugarte?

Ausencia. Memoria. Nostalgia. Olvido.



¿Qué importancia ha tenido para este proyecto el haber ganado la Beca Michael Jacobs?

La beca ha sido una gran motivación, y no solo por el apoyo económico que me dieron. Desde que comencé a escribir el libro sobre la muerte, Michael Jacobs, el escritor fallecido que dio nombre a la beca, fue una gran fuente de inspiración. Jacobs tiene libros increíbles. En uno de ellos —La fábrica de la luz— relató la vida de un pueblo español llamado Frailes y logró que nos enamoráramos de sus personajes gracias a una narración impecable. Y en otro, El ladrón de recuerdos, compartió uno de sus viajes por Colombia para tratar de comprender mejor el mal que acechaba a su padre: el alzhéimer. Si hay alguien que nos enseñó cómo viajar fue Michael Jacobs. Sus textos nos señalan siempre hacia dónde ir. Son una especie de faro.



Es tu tercer libro y el tercero que edita El Cuervo. ¿Qué es lo que te une a esta editorial boliviana?

Para mí El Cuervo es una editorial muy seria, que cuida mucho el contenido de sus libros y a sus autores. Me siento orgulloso de estar en el catálogo de una editorial con voz propia y una gran proyección en América Latina. Trabajar codo a codo con Fernando Barrientos, Paola Bacherer y Leandro Escóbar es un lujo. No sabes todas las manías que tienen que aguantar de parte de los que escribimos.



Siendo uno de los cultores más reconocidos de la crónica en Bolivia, ¿cuál es tu percepción sobre el estado actual de este género periodístico en el país?

Es algo que me preguntan siempre y cada vez me resisto más a dar una respuesta. Te diré que siento que cada vez hay más gente interesada en leer y escribir crónica, que hay más espacios donde aprender y que premios como el auspiciado por El Deber han ayudado a que se conozca más el género. Pero para mí nunca es suficiente. En mi mundo ideal, todos los periodistas deberían salir más a la calle y desear contar más y mejores historias todos los días. A pesar de los medios que a veces se guían demasiado por la dictadura del clic y del like y por palabras tan feas como “tráfico”. A pesar de las dificultades. A pesar de tanto negativismo.



En el contexto actual se viene imponiendo un modelo de periodista que ya no solo debe reportear y escribir, sino tener habilidad para producir otro tipo de contenidos (fotos, videos, audios). Alguien como vos, que sigue practicando un periodismo –por llamarlo de alguna manera- más convencional, aún comprometido con el reporteo y la narración de largo aliento, ¿cómo ve las transformaciones que enfrenta el periodismo y la progresiva consolidación de conceptos y paradigmas como el periodismo multimedia y transmedia?

Soy de los que piensan que no hay que tener miedo a los cambios. Creo que hay lugar para todos: para los periodistas de largo aliento y para los que se guían sobre todo por la inmediatez. Las herramientas digitales facilitan mucho la vida de los que cuentan historias y dan noticias. Pero no deberían convertirse en la única alternativa para seguir vigentes en el oficio. Las historias que yo escribo funcionan muy bien en un soporte que tiene todavía muchísimos adeptos: el libro. Las publicaciones de no ficción en castellano se han multiplicado en los últimos años. Y hoy podemos decir que los cronistas no tienen nada que envidiar de los novelistas o los cuentistas. No es casualidad que una periodista ganara el premio Nobel de Literatura en 2015. Eso quiere decir algo. Estoy seguro.



¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto de libro?

De momento, no. Pero todo se andará. Siempre he sido un culo inquieto.



Periodista – [email protected]

Álex Ayala Ugarte (1979)



Español de nacimiento y boliviano de corazón. Fue director del suplemento dominical del diario La Razón de Bolivia, editor del semanario Pulso y fundador de Pie Izquierdo, primera revista boliviana de periodismo narrativo. Colabora con El País, Etiqueta Negra, El Malpensante, Emeequis, Internazionale, Gatopardo, Esquire y otros medios de Europa y América Latina. Ha sido alumno de Jon Lee Anderson, Francisco Goldman, Julio Villanueva Chang, Alma Guillermoprieto y Alberto Salcedo. Fue Premio Nacional de Periodismo de Bolivia en 2008. En 2012, terminó su primer libro: Los mercaderes del Che. En 2015, publicó La vida de las cosas y ganó la beca Michael Jacobs para periodistas de viajes. Cuando era joven, un hipnólogo le enseñó a partir tablas con la mano y a doblar fierros con la garganta, pero no le pudo ayudar ni a acabar con su tartamudez ni a trabajar en el circo. Desde entonces, trata de matar su frustración escribiendo.