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16 crónicas de muertes (anunciadas o no)

16 crónicas de muertes (anunciadas o no)


1) Plante un árbol, construya un ataúd y muera tranquilo

Un domingo templado, nueve años atrás, Raúl Mercado Salvatierra no logró terminar el hígado de su almuerzo porque le sorprendió un mareo. Eran las doce del mediodía y no se había atragantado con un trozo de carne, como muchos en Suri, el poblado boliviano en el que vivía, pensaron luego. Su cuerpo simplemente colapsó, como lo hace la tierra cuando hay un cataclismo. Y Raúl se fue a cámara lenta. Sangró un poco por la nariz. Caminó desde la puerta de la cocina hasta la del comedor balanceándose para los lados como un tentetieso y, minutos después, murió de pie, con los brazos caídos de los muñecos de trapo y la cabeza apoyada sobre el pecho de Marcelino Mendizábal, un campesino de ojos vivarachos, manos tostadas y voz aflautada que a veces lo cuidaba.



2) Ni se canta ni se baila

En 1967, diecinueve años después de la desaparición del cuerpo boliviano de caballería, se grabó un LP a treinta y tres revoluciones por minuto con los boleros que suenan una y otra vez en las laderas de algunas ciudades bolivianas cada vez que alguien fallece: Terremoto de Sipe Sipe y Despedida de Tarija. Seguramente, si no hubiera cuajado esta iniciativa, la banda sonora de más de una generación se habría desvanecido. Entre otros factores, por la creencia entre los músicos de que el bolero llama a la muerte.



3) Historia (por partes) de la Almita Desconocida

Algunos dicen que tenía doce años; otros, que trece, catorce, quince o dieciséis. Se cree que era una “mula”, una “tragona” que había atiborrado su estómago de cápsulas rellenas con cocaína. Algunos sostienen que fue víctima de un ajuste de cuentas, que la cortaron, por venganza, con una motosierra. Otros, que la interceptaron los sicarios de un grupo rival para hacerse con la droga que llevaba en los intestinos. Y no faltan los que aseguran que su cuerpo fue cercenado por un psicópata transfronterizo.



4) Toque de difuntos

En Portachuelo, durante años, la encargada de subir hasta el campanario para anunciar los fallecimientos fue Catalina Ortiz, una mujer de sesenta años que hasta hace unos minutos barría el patio del colegio en el que trabaja. Catalina lleva hoy unas zapatillas deportivas rojas, una chaquetilla blanca con un solo botón amarrado y un pantalón azul marino, y dice que una vez le mandó al anterior párroco (a José María Ruiz) al infierno.



5) Isla de viejos

Leandro, que cree fervientemente en el poder de estos vaticinios, camina ahora por uno de los cerros de la isla mientras recuerda a un par de vecinos que fallecieron tras atascarse en aquella brecha profética, mientras sugiere que en Pariti se comienza a vivir —o a morir— tras atravesar este peñasco de color arcilla con vistas a un horizonte increíble de contornos azulados y nubes que se desplazan a merced del viento.



6) Vía crucis

Según los miembros del sindicato de transporte Volantes Yungas, el primer camión que se internó por los caminos de herradura de los valles yungueños en 1924 tenía la misión de transportar maquinaria hidroeléctrica hasta la población de Chulumani; y los dos héroes que protagonizaron la odisea fueron agasajados durante varios días.



7) Ecos de un terremoto

Entrar a Aiquile es como darse un baño de modernidad y de progreso, si entendemos por progreso el hecho de ser engullidos por una avenida llena de locales que ofrecen pollos a la broaster y de construcciones de hormigón, ladrillo y calamina.



8) Foto finish

En la fotografía —de 1920— hay una niña de unos seis o siete años tumbada, con un vestido como de primera comunión, una güincha a la altura de la sien y las medias casi hasta las rodillas. La pequeña sujeta un ramo minúsculo de flores con algunos de sus dedos y luce una pulsera a juego amarrada en el antebrazo. Su cabeza reposa sobre un almohadón con algunos bordados y parece dormida. Pero en realidad está muerta.



9) Los muertos y los vivos

Miguel Guerra, su compañero, un tipo de cuarenta y dos años con unos kilos de más y veinte años de experiencia en el rubro, a veces recuerda que nunca ha formolizado a un niño; y lo hace como si creyera que los niños no mueren: “Jamás se me ocurriría meterle a uno formol. Lo podría lastimar. Pobre angelito”, dirá otro día. Y también dirá que a veces le habla al difunto: “Le pregunto su nombre, le digo ‘pórtate bien’ y le pido que no se hinche durante la noche”.



10) La mujer que ama las despedidas

Dicen que en Oruro todos la respetan. Todos: sus vecinos, las vendedoras de los mercados, los anfitriones de las casas funerarias, los jubilados, las viejas chismosas y los desahuciados. Dicen que no hay día que no tenga un muerto en la boca. Que ya ha perdido la cuenta de los cadáveres que ha despedido. Que ha estado en velorios de gente muy joven y de personas mayores, de amistades que no lograron superar un cáncer y de accidentados, de conocidos y desconocidos. Que es muy empática y muy solidaria. Que siempre tiene una palabra amable para los deudos. Que es como una enciclopedia de la pena ajena y del ritual del duelo. Que la muerte es menos muerte si ella no está presente.



11) Cómo aniquilar a tu vecino antes de mudarte de casa

Ayer todo concluyó con una mudanza, aunque podía haber terminado perfectamente con un primer plano de mi pareja, la señorita Q, haciendo cortes precisos de carnicería sobre el cadáver de nuestro exvecino, el señor García, un cincuentón robusto, con pinta de matón de barrio, que se introdujo como un cáncer mal curado en nuestras rutinas.



12) Una viuda del futuro se desconecta de su pasado

Hay viudas que recuperan los rastros olvidados de sus difuntos maridos para sentirlos más cerca: la de Neil Armstrong presentó a la prensa el año pasado algunos de los objetos que utilizó su esposo en la misión Apolo 11 que pisó la luna. Hay viudas que se desprenden de todo para pasar de página: la de Sandro hizo una subasta y los objetos del cantante terminaron en manos de ilustres desconocidos. Y también hay híbridos, como Lastenia.



13) Perra muerte

En Cochabamba, una ciudad de clima templado donde hay alrededor de diez mil canes abandonados, Hachiko, un perro mestizo de color café, pasaba la mayor parte del tiempo al lado de unas jardineras, en la esquina donde su dueño se mató en motocicleta.



14) El ciempiés humano y otras historias

Pampa Grande es una aldea dispersa, conformada por llanuras con abundante pasto en las que las construcciones se levantan distantes entre sí, como si fueran plantas que buscan dónde echar raíces. Una especie de paraíso bíblico perdido en una esquina del mapa. Pero como todos los edenes terrenales tiene su trampa.



15) Vidas pendientes de un hilo

Cada familia se las ingenia como puede para cruzar a través del cable día tras día, semana tras semana, incluso cuando llueve mucho. Algunas usan dos tablitas viejas como base y un par de roldanas (unas ruedas de metal acanaladas que giran y giran sobre la maroma para que la plataforma avance). Otras se sirven de un saco para sostenerse. Muchos de los que se lanzan hacia sus lotes lo hacen con miedo. Y de vez en cuando algo se rompe y alguien se mata.



16) Los linchados de El Alto

Ticona, como otros investigadores, maneja todavía decenas de casos sin resolver —él calcula que, al menos, ciento setenta—, decenas de historias que no tienen aún un punto final, asesinatos sin asesino, ajustes de cuentas sin sicario conocido, una oda al renglón vacío.

Periodista - [email protected]