Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
  • Actualizado 00:00

Todo empezó en la oscuridad

Todo empezó en la oscuridad


Podríamos decir que Viejo Calavera tiene a la oscuridad como lienzo. En las profundas sombras, se van trazando las pinceladas de luz del primer largometraje del colectivo Socavón Cine, el lugar elegido es la mina de Huanuni en Oruro, ya casi un lugar mítico porque confluyen en sus pampas un sinfín de historias, y porque ha sido, como lo mencionan los mismos mineros en la película, uno de los pilares de la economía del país. Pero la locación va más allá de ser una simple región de importancia productiva. También ha sido uno de los pilares culturales de nuestro imaginario. Para bien o para mal, es la mina parte de la identidad de nuestro pueblo.

Para retratar esta realidad, el colectivo Socavón Cine (que, acaso, le debe su nombre, en partes, a este simbólico espacio minero) es completamente osado, en todo sentido. No parte de una premisa de reivindicación social, un panfleto, de la idealización de un pueblo sobre otro, del personaje colectivo o del personaje representante de clase (es más, el protagonista va a contracorriente de su entorno y no es el propósito de la historia que tenga siquiera una epifanía que nos deje moralmente satisfechos). Menos intenta conmovernos con el ya trillado camino de la abnegación y sacrificio que supuestamente nos caracteriza a los bolivianos. Solo toma a un individuo descolocado en un laberinto de sombras. Al romper con todo lo que esperamos ver sobre los mineros, nos dice más que muchas películas que se han hecho hasta ahora sobre el tema.

La imagen que genera el ojo de la cámara funciona de la misma manera que nosotros percibimos la realidad: nunca vemos la misma imagen, siempre será una distinta, dependiendo de nuestro estado de ánimo, de la idea que tengamos del lugar donde estamos, de las personas, de lo que esté sucediendo en ese momento. Esto en el cine se siente a través de los colores, texturas e iluminación. Cada plano tiene su propia intensidad lumínica, dependiendo de la historia que cuenta, y este no es un detalle menor, pues es la luz la principal herramienta del fotógrafo. Las pulsaciones de la luz confluirán en las intensidades y ritmos de los actores, de los movimientos de cámara, de la música, de todo el espacio. De esto, Pablo Paniagua, como director de fotografía y camarógrafo, y Kiro Russo, como director de Viejo Calavera, tienen total conciencia y control: en la mina, todo empieza en la oscuridad, y son las texturas de la luz las que van revelando poco a poco los paisajes, rocosos y agobiantes, del socavón, y los rostros de los personajes, otros paisajes rocosos, en un principio, de árida sensación.

Como en muy pocas películas en la historia del cine boliviano, la lógica de producción que eligió el equipo de cineastas que lograron Viejo Calavera comulga armónicamente con la historia que se quiere contar, pues existe una profunda reflexión sobre la imagen cinematográfica que se necesita, en este caso, para contar un momento en la vida de Elder Mamani, joven que es obligado a trabajar en la mina tras la muerte de su padre. Es tan fuerte la presencia de la imagen, por cómo se planteó la puesta en escena, que en muchos casos no se necesita explicaciones literales, diálogos o voces subjetivas que expliquen el sentir de los personajes. Esto Kiro Russo lo sabe muy bien, y opta por el silencio, por el sonido ambiente (a veces tedioso de la mina) o por el fluctuar de las miradas de sus personajes a la luz de una vela, de las linternas en la mina o de la luna. Kiro Russo y Pablo Paniagua hablaron de esto en el Festival de Cine de Cochabamba: en una época en la que muchos productores audiovisuales se obsesionan con los nuevos modelos de cámara o los avances en la maquinaria que usan, es necesario volver a la oscuridad. Volver a la oscuridad significa reencontrarse con la necesidad primaria de registrar una imagen, la inquietud de mostrar una realidad.

La oscuridad, como punto cero para ir descubriendo, parece ser también el inicio de una nueva etapa en el cine boliviano, que ha vivido un periodo irregular en las últimas décadas. Hubo irregularidad en el abordaje de la imagen y la propuesta estética. Socavón Cine, ya desde sus trabajos en cortometrajes, ha encontrado formas y lugares claves para esta renovación. Se puede distinguir en las escenas de Viejo Calavera huellas de los cortos realizados: “Enterprise”, “La Bestia” o “Juku”, este último una de las semillas que dio origen a esta ópera prima, corto que Pablo Paniagua recuerda como un “ensayo sobre la luz”.

Como a muchas grandes óperas primas, a esta puede sobrarle secuencias (algunas muy bellas, pero reiterativas) o puede faltarle otras (como una tímida revelación entre el protagonista y su padrino que deja con ganas de ver más), pero esto es un dato menor frente a los grandes aciertos del rodaje. Uno de los más destacados (junto con el manejo de la luz) es el uso de actores naturales. La fuerza que imprimen a los personajes es vital para la atmósfera de la historia, que ha momentos debe su honestidad a las técnicas documentales con las que se trabajó.

En medio de las luces que bañan tenuemente el lienzo oscuro de Viejo Calavera, asoma un discurso, una postura política fuerte, el mirarnos y luego asumir la ruptura. Somos un país que empieza una y otra vez, aunque está en nuestra sangre la nostalgia de un pasado que, poco a poco, se va imaginando. Los mineros cantan ya entrada la noche y el alcohol “los mineros volveremos”. Alguien grita “¡como la marcha por la vida!”. Pero el pasado no es más que polvo del socavón. El futuro es solo noche en la pampa, oscura e infranqueable, así como el devenir de los personajes. Solo existe el presente, pues “ya veremos”, “nada es seguro”. Tal vez por esa energía es que Viejo Calavera despierta más preguntas que certezas. Siempre se empieza una frase diciendo “por el momento”. No sabemos lo que pasará mañana, Elder solo sabe que “él no es para la mina”. Y lo que pasó está cubierto por un velo, como el enigmático silencio de Francisco, el padrino de Elder.

Finalmente, este me parece un rasgo fundamental en la película, la incorporación en su narrativa de los componentes esenciales del espacio que describe, la esencia y visión de los personajes que relata. En contraposición a la “imagen-acción” norteamericana, en Viejo Calavera se privilegia en el espacio. El montaje, que a momentos parece ecléctico, tiene dos rasgos particulares, el de la secuencialidad de la causa-efecto, usado para hilvanar una historia mínimamente estructurada, y otro, que es el más interesante, el de la “capas que fluyen” que se van superponiendo a través de elementos naturales: el fuego, la piedra, el agua, la tierra y los verdes pálidos de un inesperado paisaje tropical. Por momentos, la composición deja de ser geométrica y empieza a ser un conjunto de pulsaciones orgánicas.

En la pintura expresionista que es Viejo Calavera hay un sinfín de grises y claroscuros que se van mezclando en la sala oscura del cine, esa sala a la que necesitamos volver siempre. A la distancia, el mundo azaroso que describe se nos hace inevitablemente familiar, una sensación extraña nos recorre al reconocernos en algunas imágenes, gestos o palabras. Como empezamos, una y otra vez, necesitamos ejercitar la mirada, la memoria, los oídos, el tacto, para reconocernos, asir algo en la oscuridad que nos permita seguir. Con esta película, el cine boliviano nos vuelve a dar la mano. Volvemos a caminar.



Realizador audiovisual, docente y crítico - [email protected]