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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Fidel, de la urgencia y la insurgencia

Fidel, de la urgencia y la insurgencia



Un retrato del fallecido líder cubano desde un documental de Oliver Stone y un libro de Ignacio Ramonet.

Uno. Pienso, para escribir la imagen de Fidel, en dos acercamientos que se proponen en textos políticamente afines, pero con sujeto descrito distinto. La pregunta, ahora después de la muerte, y aún más, después de que el caudillo estuvo muriendo durante mucho tiempo, es “¿Dónde está Fidel?”. ¿Dónde encontrar la pista para la imagen final grabada en nuestra retina social sobre las sombras y luces de este hombre que muchos quieren acusar de tirano, otros quieren simplemente sacralizar, e incluso algunos, como Žižek hace algunos días, instan a olvidar con premura? Pienso a nivel de dos profundidades que pueden guiar esta pregunta (en medio de lo tanto, y tanto, que se ha escrito sobre el latinoamericano más grande que ha dado la historia cubana). La una, en lo personal, me gusta más que la otra. Ignacio Ramonet llegó a ser muy amigo del líder revolucionario desde que, para escribir su famosa Biografía a dos voces, tuviera que pasar, por invitación de Fidel en todo momento, 100 horas en las que el escritor describe al hombre desde una narración que combina lo que Fidel cuenta de sí mismo con lo que el autor observa. Las precisiones del retrato son, y le creo realmente la sinceridad a un tipo como Ramonet, de un contorno de grandeza, casi mítica, y seguramente, cuando se trata de pintar al héroe revolucionario, inevitablemente épicas. El contexto de un mundo en decadencia moral forma la respuesta del líder que supo, en todo caso, resistir ante la avanzada del más grande imperio de la historia del planeta, sobrevivir más de 600 intentos de asesinato, pasar de largo esa carrera de obstáculos que fueron 11 presidentes gringos y terminar marcándole las postas a la historia, como cuando Galeano, entre fútbol a sol y sombra, escribía el deseo casi circular de la Reacción cada vez que “Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas”. Ese, entonces, el de Ramonet, es un Fidel, el Fidel de la insurgencia, del logro en medio del embate, del humanismo incorruptible; en suma, el de la leyenda.

Dos. Pero hay otro Fidel, uno de un retrato no necesariamente opuesto, pero que deja sensación distinta. En 2004, Oliver Stone realizó un documental compuesto sobre todo de entrevistas al hombre más importante de la revolución. El nombre del documental: Looking for Fidel. El contexto, distinto a ese paseo biográfico que propone Ramonet, es mucho más preciso: la ola de fuga de ¿disidentes? cubanos en 2003 (el secuestro de dos aviones y un barco para escapar hacia los Estados Unidos) y la ejecución de tres de ellos. La imagen, que va y viene del cubano hacia al cineasta, y de ellos hacia públicos circunstanciales, mediada por el flujo acelerado de una conversación intervenida por una traducción tan necesaria como apurada, lo dice todo: el momento es el de una insoportable urgencia. Urgente es el diálogo, urgente es el contexto, urgente es la cámara que busca atraparlo, que va del rostro de Castro a sus manos, a sus gestos, persigue a su legendaria barba, urgente es también la pregunta de por qué ejecutar tres hombres en juicio sumario de apenas ocho días, y así también, urgente es el hombre que responde las preguntas del entrevistador sin la maestría de sus mejores años, pero con la seguridad, casi religiosa, de quien, por creer en el camino necesario, lo transita con un aplomo de santo: “Había que cortar sin perder un minuto esa ola de secuestros”, porque definitivamente, no vivimos en el mejor de los mundos. Este retrato de Fidel es el del hombre de la respuesta necesaria al escenario no deseado, de la ejecución del acto para frenar su degradación, del temple del hombre con que se calibra esa inestabilidad permanente que es vivir, entre tantos, muchos, no iguales. Y así, este Fidel es el que por ello ha sido acusado de tirano, casi de monstruo.

Tres. Decir “Fidel” es la extensión de la idea de una época, en la que solidarias voluntades salen a enfrentarse a un contexto planetario particular: colonizaciones a nivel global, racismos abiertamente excluyentes, gobiernos de sangrientos autoritarismos; en suma, toda la incoherencia de una manera de estar en el mundo normalizando el ser en algún tipo de desproporción. Fidel y los suyos no se lanzaron a una pugna de poder, ni siquiera a una guerra que fue a fin de cuentas el conflicto armado, o la defensa de un “modelo” económico, sino hacia algo fundamentalmente más elemental: reclamar la coherencia que implica saber vivir en conjunto, pretender, aunque sea pretender, condiciones de igualdad como respuesta a una pareciera celebrada voluntad por degradar día a día nuestra condición de humanos. Fidel, así, fue la violenta respuesta a un síntoma en cuyo fondo nos envilecemos, acostumbrados a la idea de mirar alrededor tantos tipos de miseria sin otra cosa que la repulsión. Por eso, a pesar de la derrota en sí misma que significa hoy esa revolución, no puedo sino encontrarme totalmente extraviado cuando a Fidel se lo quiere comparar, casi solo porque sí, con tantos simples gorilas hambrientos de poder, y haciendo la relación casi con aplausos. Fidel fue ante todo un líder espiritual y, en eso, le tocó la suerte del profeta: la tragedia de ver en el futuro la secuencia del desplome, porque así les pasa a los héroes trágicos, castigado en la experiencia de haber perdido a un pueblo habiendo preferido, pues “no vivimos en el mejor de los mundos”, entregar mil veces el propio corazón para salvarlo. Ese fue el hombre, en medio de su leyenda y la urgencia.

Literato y abogado - [email protected]