Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
  • Actualizado 10:17

Viejo Calavera: de la oscuridad de la mina a la oscuridad de la sala

Viejo Calavera: de la oscuridad de la mina a la oscuridad de la sala



Este jueves 8 se estrena en salas comerciales (el cine Center en Cochabamba) la que es considerada la película boliviana más esperada del último tiempo. Su director, Kiro Russo, y su director de fotografía, Pablo Paniagua, ofrecen algunas claves para descubrir esta inmersión ficcional al mundo minero que fue filmada en las entrañas del cerro Posokoni, de Huanuni.

Viejo Calavera es la ópera prima del cineasta boliviano Kiro Russo (La Paz, 1984). Es una cinta que lleva a su máxima expresión el talento visual de Pablo Paniagua (Cochabamba, 1985), su director de fotografía. Es el primer largo de ficción del colectivo Socavón Cine. Es el filme nacional más esperado del último tiempo. Es una obra que le ha devuelto al cine de este país una visibilidad hace tiempo perdida en la escena internacional. Es una narración ambientada en el mundo minero y rodada principalmente en las entrañas del cerro Posokoni de Huanuni (Oruro). Es la historia de Elder Mamani (Julio César Ticona), un joven alcohólico y drogadicto que se rebela contra la herencia/condena de su padre muerto: trabajar adentro de los socavones. Y es, sobre todo, una película que está destinada a la oscuridad: fue experimentada por sus realizadores en las tinieblas mineras y demanda ser experimentada por sus espectadores en la penumbra de una sala de cine.

De ese destino de oscuridad hablan Russo y Paniagua, ahora que Viejo Calavera está a punto de completar el viaje que arrancó hace poco más de un año en las cavernas del Posokoni y que recalará este jueves 8 de diciembre en las salas de nueve cines de La Paz, Santa Cruz, Tarija y Cochabamba (cine Center).

Viaje al centro de la mina

Viejo Calavera es una película que nació de la obsesión de Kiro Russo por el mundo minero y sus posibilidades visuales. Esa obsesión ya lo había llevado a dirigir el corto Juku (2011), en el que también trabajó con Paniagua como director de fotografía, así como con los demás integrantes de Socavón Cine: Gilmar Gonzales (coguionista y productor de este largo), Carlos Piñeiro y Miguel Hilari. No sin las consabidas dificultades de financiamiento para llevar adelante el proyecto, Russo y sus compañeros se lanzaron a realizarlo, con la significativa colaboración de los propios mineros sindicalizados de Huanuni. Oficio y talento había. Y por supuesto, persistía la obsesión por el mundo minero, que, vista en perspectiva, era y es una obsesión por la oscuridad como tema y forma.

Para la búsqueda de la forma en que se materializaría visualmente la oscuridad fue fundamental el diálogo entre Russo y Paniagua, quienes cultivan una relación creativa que se remonta a su paso por la Universidad del Cine de Buenos Aires (Argentina). Responsable de fotografía en los cortos de Russo, pero también en los de Carlos Piñeiro y en los propios, Paniagua se ha labrado, en menos de una década, una merecida reputación por el talento visual y la sensibilidad plástica que desbordan los cuadros en movimientos que confecciona. Viejo Calavera ofrece las muestras más acabadas de esas cualidades, pero revela, también, el rigor con que trabaja para buscar soluciones técnicas a los desafíos que aparecen en el proceso de rodaje. “La película ha tenido un sinfín de desafíos técnicos, desde filmar exteriores de noche con la luna llena como única iluminación hasta meternos en los socavones más oscuros del Posokoni, donde las condiciones para filmar son realmente duras: pasas muy rápidamente de 5 a a 30 grados centígrados, el equipo (de filmación) se condensa, no hay aire, etc. Es realmente duro”, cuenta Paniagua. Sin embargo, los mayores desafíos no fueron meramente técnicos, sino de puesta en escena para serle fiel a la propuesta de Russo. El hecho de filmar varios planos secuencia y movimientos coreografiados, así como seguir a los personajes, conllevó inevitables dificultades. Para hacerles frente, el también productor del filme resolvió trabajar con un equipo reducido y compacto, que permitiera a los realizadores llegar a lugares de difícil acceso y, a la vez, pasar prácticamente desapercibidos ante los actores naturales.

Conducir este trabajo, asegura Paniagua, demandó una “planificación muy detallada”, que fue aplicada para cada nivel de la mina en que filmaron y para cada plano concebido en el guion, cosa de no dejar nada al azar. Aun así, no faltaron los contratiempos, como la vez que les falló el equipo y perdieron toda una jornada de rodaje que, entre otras cosas, les exigía caminar durante dos horas o más adentro de la mina, un sitio que no duda en calificar de “interesante y misterioso”, a la vez que “peligroso y agresivo”. Lo importante es que no dejaron que las condiciones materiales de ese escenario tan particular limitaran su trabajo y evitaran que fluyera “la creatividad en la propuesta estética” que buscaban y estaba claramente definida gracias al diálogo con el director. “Una vez adentro de la mina surgían dificultades que te obligaban a cambiar los planes sobre la marcha, pero creo que en ningún plano hemos traicionado la propuesta inicial y lo que queríamos en cuanto a la imagen”, apostilla. Con todo, los desafíos del proceso terminaron siendo más apreciados al momento de evaluar el resultado final, con el que el que el director de fotografía se siente indisimuladamente complacido. “Ha sido un enorme y muy lindo reto, porque me ha obligado a ser creativo, iluminar con luz de velas, reemplazar las luces de los cascos de los mineros, filmar con luna llena y todo tipo de problemas y soluciones para llegar al resultado final, con el cual estoy muy contento”, reconoce Paniagua, quien, a la larga, se ocupó también de montar el largo junto al director.

Contento también quedó Russo, para quien la exploración visual de la oscuridad supuso “un reto muy grande” que, a la postre, fue cumplido con “un trabajo muy bueno, excepcional”, sobre todo en lo concerniente a la iluminación, que consigue acompañar al personaje de Elder Mamani por los recovecos de la mina. Claro que el acabado visual de Viejo Calavera tampoco está libre de otras influencias, de obras y de creadores que han cifrado la oscuridad a través de recursos con los que dialoga el filme boliviano. El director reconoce la cinefilia que le une a los restantes miembros de Socavón Cine. Y los nombres que no precisa, los dice Paniagua: el cineasta chino Jia Zhangke, el español Albert Serra, el Expresionismo Alemán y la Vanguardia Soviética. Y fuera del cine, ambos coinciden en un artista: Goya y, en particular, sus “Pinturas negras”. También son mencionados Rembrandt y la pintura del Renacimiento y el Barroco. Y aun no siendo una influencia tan directa, la música de la banda ítalo disco Kano es aludida como una referencia musical ineludible durante el proceso creativo. Algo de ritmo debía acompañar su imersión en la oscuridad

Viaje al fin del cine

El estreno en Bolivia de Viejo Calavera enfrentó a sus realizadores ante un inevitable dilema: seguir con la exhibición alternativa empleada para sus cortos o recurrir al modelo tradicional de lanzamiento en salas comerciales. A la postre, se impuso la segunda opción. Dos razones los decidieron a hacerlo. “La película está completamente hecha para verse en cine, para la experiencia de ir a una sala y meterse por completo en lo que estás viendo”, explica Russo, en alusión a la primera de las razones. La segunda obedece a la convicción de instalar en el circuito de exhibición comercial una película boliviana alejada de los patrones industriales de producción cinematográfica a los que se ajustan los filmes que mayormente se proyectan en salas. “Es importante que haya una película nuestra, con su propia identidad, y que sea una opción para la gente que va al cine: tener la opción de ver otro tipo de cine, otro tipo de experiencia cinematográfica”, sostiene el director. Y es que el cine independiente o de autor, al que está emparentado Viejo Calavera, está hace ya tiempo está reñido con la cartelera comercial, a la que ni siquiera considera cuando le toca exhibirse. Sin embargo, las particularidades del mercado de consumo de cine en Bolivia permiten que aún haya cierta chance para estrenar incluso cintas autorales en salas comerciales, aun cuando la taquilla tiende a ser cada vez más cruel con el audiovisual boliviano.

El propio director admite que la respuesta del público es un misterio, aunque no por ello renuncia al optimismo y se muestra confiado en que su cinta será disfrutada por los espectadores del país que la vean. “La gente está acostumbrada a que las películas bolivianas estén directamente mal hechas y, al ser la nuestra una película que no está mal hecha, va a poder entrar a la propuesta”, afirma Russo con seguridad, pero sin alarde, como para dar fe de la calidad técnica y narrativa de Viejo Calavera. Aunque solo el visionado de la cinta permitirá corroborar esa promesa, hay ya indicios para no desconfiar. Uno de ellos lo ofrecen sus cortos: trabajos como Juku, Nueva Vida o La Bestia que han brillado ahí donde se han exhibido, por su alta factura cinematográfica, certificada por más de un festival. Otro es, por cierto, el paso del largo por festivales internacionales de la talla de Locarno (Suiza), San Sebastián (España) o Valdivia (Chile), con reconocimientos incluidos. Y sirven también como indicio las primeras críticas del filme, que ponderan el rigor con que ha sido realizado.

Otro de los ganchos a los que apuesta el filme es el que se desprende del mundo que recrea y sus habitantes, tan propios y representativos de este país. Viejo Calavera tiene por protagonistas a los mineros, una colectividad a la que la historia y las artes bolivianas han tendido a (re)tratar con una carga ideológica y política asociada a la izquierda. Solo basta recordar El coraje del pueblo (Jorge Sanjinés, 1971), la cinta nacional de referencia sobre el mundo minero, que apela a la denuncia de los atropellos sufridos en la Masacre de San Juan para plantar una reivindicación de las luchas obreras contra la dictadura. Sin embargo, la escena minera que aborda el filme de Russo está lejos de esos socavones desangrados por el Ejército y en apronte para tomar las armas. Tampoco hay un afán por emplear el cine como un instrumento de transformación social. Antes bien, aspira a “abrir muchos temas” de discusión y “cuestionar algunas cosas” en la Bolivia de hoy, aclara el realizador.

En los festivales internacionales donde se ha exhibido, se ha valorado del filme su capacidad para llevar al espectador a una dimensión vivencial, a “la experiencia de estar en la mina”, cuenta Russo. Con este precedente, confía en que su visionado en el país alcance un efecto similar e, idealmente, sea apreciado y disfrutado en otros niveles que solo el público nacional estaría en condiciones de reconocer, pues, al final de cuentas, es una “película boliviana que apela a muchas cosas muy nuestras que fuera del país no se entienden”.

Dicho esto, a los realizadores solo les queda esperar. Esperar a que el estreno en el país satisfaga sus expectativas o las deseche. O esperar a que el público les descubra cosas en las que ni siquiera habían reparado. Después de todo, bajo el imperio de la oscuridad, de la mina o del cine, siempre hay algo, si no todo, por descubrir.

Periodista – [email protected]