Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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RESEÑA DE LA ÓPERA PRIMA DEL CINEASTA PACEÑO KIRO RUSSO. LA PELÍCULA SE ESTRENA EN LOS CINES DEL PAÍS EL PRÓXIMO 8 DE DICIEMBRE.

Viejo Calavera: no estás para la mina

Viejo Calavera: no estás para la mina



Huanuni, de noche. Callejón oscuro, un ratero encapuchado corre tras robar una cartera y se esconde. Se agacha en cuclillas, observa el motín y arma la pipa para fumar. Los perros ladran. Discoteca La Diosa, Huanuni. Las luces bailan, los borrachos se acomodan, una chica se contonea. Elder Mamani sale corriendo del boliche y es perseguido. Podía ser “el carterista”, podía ser alguna calle francesa y “bressoniana” en blanco y negro, pero sigue siendo Huanuni. Los créditos dicen: “Viejo Calavera (opera prima), de Kiro Russo. Y alguien susurra: “Buscando nomás, estoy caminando”. Se escuchan truenos y unos pobres buscan a otra pobre. Podían ser los pordioseros mexicanos de Buñuel, podía ser el “gran calavera”, podían ser aquellos olvidados, pero seguimos en Huanuni.

Velas, cuerpo y mortaja; frío y nieve, otra vez la noche. Y una cámara borrosa que se farrea: cada secuencia, cada plano está hecho para pensar. En interior mina, unas máquinas trabajan, apabullan. Podían ser aquellos “tiempos modernos” y su crítica anticapitalista, podían ser obreros que no se adaptan a la máquina, son la máquina. Pero sigue siendo una mina en Huanuni, con su “tío” de los viernes esperando trago y farra, farra y crudeza, gran puta. ¿Eran libres los obreros de Chaplin? ¿Son libres los mineros de Kiro Russo?

Viejo Calavera va y viene: de la noche a la luz; del altiplano desierto a la exuberancia de Coroico; de la muerte a la esperanza final; del k’olo Elder maleante, rayado y “artillero” a la sobriedad (como la película); de la oscuridad seca a la luminosidad y desnudez húmeda de un sauna; de la bella historia personal íntima a la colectiva; del silencio y la violencia al fundido en blanco, a la niebla que se despeja, a la luz al final del túnel. Por fin.

Podía ser una combativa película de Ken Loach (con actores no profesionales), pero es una de Kiro Russo y sus muchachos (los talentosos actores Julio César Ticona, Narciso Choquecallata, Anastasia Daza, Rolando Patzi, Israel Hurtado y Elisabeth Ramírez).

Unos mineros votan en “familia” y eligen lugar de vacación, va a tener que ser los Yungas, descartado el Chapare, compañeros. La clase obrera va a las piscinas y jode. Y se divierte, se chupa. Y canta Savia Nueva. Y recita el minero tomado: “No volverán a sangrar las calles del campamento/ ni se escucharán lamentos en las noches de San Juan/ y si nos quitan el pan a fuerza de dictaduras/ nuestra lucha será dura por pan y por libertad”. Podía ser una de los hermanos Dardenne, pero es una película boliviana.

¿Por qué nadie había hecho hasta ahora un largo de ficción en la mina? El “nuevo cine boliviano” (¿los hermanos Benavides clasifican?) ha llegado para responder preguntas con una película sin apenas palabras, con una austeridad a contracorriente de este mundo alaraco, con una fuerza originaria puesta en las imágenes potentes (como antes de la llegada del sonoro), con un silencio que grita, con un rigor que se extrañaba.

Podía ser Eisenstein o Renoir; podía ser “free cinema” o neorrealismo italiano. “Todos tenemos que cambiar”, dice el minero padrino a su ahijado. ¿Por qué nadie había pensado que un ser del submundo podía ser un personaje adecuado para un drama y no un recurso de atrezzo en las películas costumbristas de la burguesía y no el tipo malo de los noticieros? Cada plano, cada secuencia, cada “travelling” pensante, cada mirada perdida, cada soldadito con pucho, cada hoja de coca con tatuaje de escorpión es un pequeño e íntimo repaso por la historia del cine, por las letras. Es la fotografía exquisita, es la cámara siempre en su lugar (a ratos, cerca con primeros planos, a ratos alejada con grandes angulares); es el ritmo. Podía ser una película del viejo Sanjinés, pero el maestro está en otra. Podía ser un documental del pionero Jorge Ruiz. Pero es una de Kiro Russo (y de Gilmar Gonzáles Jr., Pablo Paniagua y Carlos Piñeiro), los bebedores de todas las fuentes.

El cine boliviano se mete a los parajes de la mina y no se asfixia, por fin hace buenas migas con el “Tío” (el alcohol es ese otro personaje ineludible para la tragedia y la fiesta), por fin deja de idealizar, deja el paternalismo estereotipado, la superioridad engreída, la pornomiseria asquerosa. No hay trampa ni artificio; hay osadía. Por fin. Como has buscado, has encontrado y ahora bien nomás estás caminando, Elder Mamani. No estás para la mina.

Viejo Calavera es una historia de amor y redención (y se estrena este jueves 8 de diciembre en las salas del país). Es hora de reconciliarnos (también nosotros) con el cine boliviano. Huanuni sigue oscura, es de noche aún. A lo lejos se adivinan las primeras luces del alba.

*Periodista y director de la edición boliviana del periódico Le Monde Diplomatique - [email protected]