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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Nana, una película de complicidad

Nana, una película de complicidad



Reseña de la primera película de la directora paceña Luciana Decker, estrenada recientemente en la Cinemateca Boliviana.

La nana siempre trabaja. La nana es la que cuida, la nana es la que se preocupa, la nana es la que sabe, la nana es la que recomienda, la nana es la cómplice. La nana, siempre la nana. Ésa es la sensación que deja Nana, la ópera prima de la joven paceña de 23 años Luciana Decker.

Con una cámara casera, con una mirada intimista y con la complicidad de la nana, como no hubiera sido de otra manera, Luciana logra mostrar a Hilaria Huaycho, una mujer aymara de unos 60 años, que fue empleada “cama adentro” de su familia durante más de 40 años. Y la mejor forma que encontró para retratarla es la constante relación entre Hilaria y ella, una joven de clase media alta, que desde hace un tiempo decidió filmar a la que la cuidó durante toda su vida, casi como su madre o quizás más que una.

La película comienza con las manos de la nana cuando destripa a unos pequeños pescados. Mientras, habla de otros animales comestibles con Luciana, quien busca comida en el refrigerador de su abuela. Esta primera escena es una condensación de lo que es la Nana, la nana es la que trabaja con las manos, la que se ensucia las manos, pero también es la que escucha a Luciana, la que se preocupa porque coma y la que le dice las cosas directamente.

De esa forma, no solo vemos el retrato de la nana, sino también el de la realizadora, a la que conocemos, únicamente, a través de su voz. Sin embargo, en la medida en que la nana va hablando con ella o de ella, sabemos muchas cosas de Luciana, como por ejemplo que ella lava su calzón tal como la nana le recomienda. A ello, se complementa la mirada que tiene la directora sobre la Hilaria, pues a través de planos largos, primeros planos e imágenes movidas, se siente la dulzura con que la mira.

Los más de 60 minutos permiten conocer a la protagonista dentro de la casa de Luciana, pero también fuera de ella, en el espacio de Hilaria, en lugares donde se siente feliz y vuelve a su esencia. Una de esas escenas muestra a Hilaria en el campo y cosecha oca. Ella se regocija por la buena producción, mientras le va enseñando sobre agricultura a la cineasta.

Pese a la cálida relación que la directora tiene con la Nana, también hay esa distancia de la cual Luciana es consciente. Por ello solo vemos a Hilaria —con la fragilidad y estado de vulnerabilidad que significa estar delante de una cámara— y no así a Luciana que, con excepción de una imagen suya en el reflejo del espejo en la casa de Hilaria, prefirió solo ser conocida por su voz.

Esa decisión permite entender la distancia cultural que existe entre ambas. Lo mismo sucede cuando la nana, después de vivir toda su vida en la casa de Luciana, se va. En lugar de ayudar con el traslado, Luciana continúa filmando y, al final de la escena, la mira desde el piso superior de su casa.

Con todos esos contrastes, Nana, una película intimista, permite entender los procesos de acercamiento y relaciones entre las empleadas migrantes y la gente con la que trabajan, despojados de una mirada maniquea y prejuiciosa, como estamos acostumbrados a que se traten estas temáticas en Bolivia.

Nana es una película sencilla, sin pretensiones y bien lograda, pero principalmente hecha con mucho cariño y honestidad con Hilaria, que siempre es consciente de que es filmada. De alguna manera, es la primera que disfruta y aprueba la película. Hasta el final, la nana no deja de ser la cómplice de Luciana.

Periodista y actriz - @Karengil116