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Historias del famoso impermeable perdido

Historias del famoso impermeable perdido



Más que por la victoria de Trump o la goleada encajada en Venezuela, la segunda semana de noviembre fue particularmente oscura para este suplemento por la muerte del cantautor y escritor canadiense Leonard Cohen (1934-2016). La partida del compositor de “Hallelujah”, que dio lugar a una emotiva despedida en la edición anterior, convoca ahora en estas páginas un recorrido sobre la relación de sus canciones con el cine y la televisión, y un personal tributo a cargo de un poeta boliviano.

The Future fue para muchos nuestra primera herida nihilista. Leonard Cohen nos llenó entonces de un dulce pesimismo, coreando sus visiones de fin del mundo al terminar la película Natural Born Killers (Oliver Stone, 1994). Esa canción, quizás la más devastadora en sus letras, habla sobre un mundo que ya se nos viene encima, donde las flamas se expanden en todas direcciones y los sueños de felicidad y gloria han sido proscritos. Donde un muro de Berlín se reconstruye con ladrillos de odio, para espantarnos con su inmensa sombra simbólica, y un Stalin oxigenado nos escupe con el despotismo de sus promesas de guerra interminables. La letra dice tal cual: “give me back the Berlin Wall, give me Stalin and St. Paul”, y termina lacerante: “I’ve seen the future, brother, it is murder” (He visto el futuro, hermano, es el crimen).

En esa misma película, Lenny Cohen esgrime otras canciones nostálgicas y observadoras también, “The Anthem” y –la favorita de varias generaciones- “Waiting for The Miracle”, añadiendo violencia y dolor al ya de por sí orgiástico festín de sangre que armaba Stone, en base a un guión de nada menos que Quentin Tarantino.

En el cine y la TV, la música de Cohen se usó, reusó, remixeó, re-editó, resucitó y re-arruinó de mil maneras. No solamente para ilustrar Apocalipsis del calibre citado, sino para otras muchísimas historias filmadas, a fin de otorgarles tono, carne y lágrima especialmente, pero también para acompañarlas en sus delicias y alegrías. La primera en la que apareció fue el western de Robert Altman Mr. McCabe and Mrs. Miller (1971), cuyas primeras canciones –más relajadas, incluso con algo de alegres- daban carisma melódico a varias escenas. La última donde lo oímos es The Hunt for the Wilderpeople (2016), una comedia fascinante filmada en las selvas neozelandesas sobre una cacería humana contra un niño problema y su refunfuñón tío adoptivo.

En una lenta escena de The Hunt..., el tema “The Partisan” ilustra el hambre de libertad que se agita en las tripas de los humanos, a través de la interpretación que hace Cohen de “El canto del Partisano”, compuesta en 1943 por Emmanuel d’Astier y cantada por la icónica Anna Marly. Temita que luego se convertiría en el himno de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra. Con su simplísima y acompasada tonada y un llanto afligido, “El Partisano” habla de las víctimas de la persecución militar y nos sugiere que “a través de las tumbas sopla el viento, pronto vendrá la paz”, subrayando el alto costo de la una y el sacrificio sobre las que se erigen las otras. Y es que la deliciosa música que compuso e interpretó el Caballero del Impermeable Perdido se podía adecuar a cualquier historia, enriqueciéndola en sus formas y adornándola con nuevos misterios.

Muchas de sus canciones y poesías fueron influidas por la guerra y las atrocidades de la humanidad, y –desde esa penosa angulación- creció un pesimismo agudo, que se convirtió en la sangre que nutriría su lírica. Cohen fue principalmente poeta, de profesión, hasta 1966; luego se hizo rápidamente famoso, cuando su escritura lo decepcionó tanto que decidió dedicarse a la música. “Suzanne”, su primer hit, sigue siendo la canción más dulce y aparentemente apacible que compuso el gran Leonard, sin dejar de ser un reclamo al mito del sacrificio cristiano, recordándonos que “Jesús mismo estaba roto, antes de que el cielo se abriese” y que “(Jesús) se hunde bajo tu sabiduría, como una piedra”. Con “Suzanne”, Columbia Records puso sus ojos en el joven cantante folk, y el resto de la historia lo convirtió en la leyenda que ahora lloramos desde este pasado 10 de noviembre.

Ganó el genio superdotado de Trump, murieron David Bowie y Leonard Cohen, entre varios otros. 2016: ¡qué añito!

Su poesía y luego su música han sido influenciadas por Yeats, Whitman, García Lorca y también por el apasionadamente pornográfico Henry Miller. Por ello, el cine estadounidense, inglés, danés, francés, italiano e, inclusive, griego han usado las connotaciones de sus temas para agudizar las emociones y el espíritu –muchas veces oscuro o derrotista- de sus films.

En Exótica (1994), extraña y lacónica película de Atom Egoyan que habla sobre almas que frecuentan un club de strippers, “Everybody Knows” se usa para ennegrecer aún más la penumbra del baile erótico. La canción comienza con una consideración de pérdidas que afirma que “todos saben” que “los dados están cargados, por eso los lanzamos con los dedos cruzados” y que “la guerra se ha terminado y los buenos han perdido”.

En Breaking The Waves (1996), temido, hermoso y chocante film de Lars Von Trier, “Suzanne” es la cortina neblinosa que lanza a la mujer protagonista desde el mesías ensimismado que encarna, hacia su otro yo, esclavo de la monstruosa desviación mental del esposo. En Miss Violence (2013), peli griega de Alexandros Avranas, una niña que cumple 11 años se lanza desde un balcón hacia la muerte, esbozando una sonrisa terrible en su rostro mientras escucha el vals “Dance Me to the End of Love”. En Watchmen (2009), la adaptación fiel del cómic de Alan Moore, Cohen se oye con su popularísima “Hallelujah”, usada en más de media centena de películas; pero además, para cerrar el telón escucharemos “First we take Manhattan”, que comienza con “me sentenciaron a 20 años de aburrimiento, por querer cambiar el sistema desde adentro”.

Su música es simple, pero ha sido orquestada de maneras muy diversas. Sus letras son poesía pura y brutal que no necesita de grandilocuencias, pero abunda instintivamente en ellas. Por esto, no hay que olvidar que Cohen fue judío, fue hombre de mundo, fue monje recluido durante cinco años en un monasterio budista, fue adicto a las drogas, al sexo, al juego y –antes de abandonarnos- fue la voz más profunda, carrasposa y terrorífica que tuvimos la gloria y desgracia de conocer en nuestra vida. Hace poco, cuando los suecos trataron de otorgarle el Nobel de las letras a Bob Dylan, Cohen dijo que era como “ponerle una medalla al Everest”. ¿Qué más se podría añadir sobre su carácter, humildad y su forma compleja, experimentada y cruda de observar al mundo?

Leonard también se dejó oír en varias producciones televisivas, una de ellas la venerada y reciente True Detective, en la que “Nevermind” introducía todos los capítulos de la segunda temporada. La historia de esa –temporada odiada por muchos que la comparan con la primera y admirada por otros, por los que saben- narra la vida de un potentado mafioso tratando de lavar su pasado y de un policía corrupto y rencoroso, ambos personajes carismáticos y fascinantes guiados por su ambición, pero también por un amor sublime a sus mujeres. La poesía de “Nevermind” pone un velo sobre las vidas de estos dos fantasmas, reiterándonos disconformidades universales, como las que pregonan que “hay verdades que viven y verdades que mueren, pero como yo no sé cuál es cuál, no importan” y que “los juegos de la suerte, que jugaban nuestros soldados, son las piedras que cortamos y las canciones que hicimos”.

Hago una pausa ahora –que quizás debí adelantar- para recomendarles escuchar la música, antes de continuar leyendo. Esto porque, la verdad, si solo leen las frases citadas sin escuchar las canciones, les quedará un sabor bastante mierdoso en los ojos, cuando podría quedarles uno delicioso, sellado para siempre en sus tímpanos.

Otras series de TV que podemos mencionar, en las que la música de Cohen aparecía –a veces hasta saturarnos- fueron Lost, The Dead Zone, The West Wing, Without a Trace, Cold Case, Criminal Minds e, incluso, los episodios eróticos de Sex TV, por no meternos a hacer un recuento de los innumerables documentales donde también Cohen revolcó nuestro corazón en aceite y pasó a la brasa de un verso al otro, sin siquiera avisarnos de lo que se venía.

Personalmente, aunque esperé como a ningún otro disco su tema “Almost Like the Blues” y disfruté como adolescente (en realidad, era adolescente cuando lo disfruté) “The Future”, para mí no hay mejor canción de este enorme cíclope que su “Famous Blue Raincoat”, porque nos habla de un amor fraternal entre dispares y casi enemigos, roto al parecer –y pa’variar- por la presencia de una mujer; aunque después nos enteremos de que en realidad es simplemente una canción dedicada a un amado impermeable, olvidado en un tren (troveros desorejados: favor abstenerse de comentarios). Pero sobre todo me vuelve a retostar el miocardio este tema, porque parece hablar del mismo Lenny: viejo, famoso, azul y –ahora- perdido.

En la parte más melancólica de este himno, Leonard canta:

La última vez que te vimos te veías

mucho más viejo,

tu famoso impermeable azul

estaba anudado en tus hombros.

Estuviste en la estación,

para encontrarte con cada uno de los trenes.

Y llegaste a casa

Sin Lili Marleen. (1)

Luego les cuento la historia resumida de esta “Lili”, que también es digna de una cinematografía aparte. Mientras tanto, vuelvo a escuchar “Famous Blue Raincoat” y es así como me imagino a Cohen un poco antes de irse, mucho más viejo y sabio, por fin reencontrado ahora con su impermeable o con otros amores más voluptuosos y menos inertes. También lo imagino lleno de amor por un mundo y una humanidad cuyas canciones –a pesar de criticarla fervientemente- invitaban a defender. A perseverar, entonces y en su memoria, en el ardor de ser humanos; en el ácido martirio que, no sin motivo, proyectamos tediosamente hasta en los más sacros de nuestros ungidos y ángeles, ídolos y dioses.

Comunicador - [email protected]

(1) La aludida era la novia de un soldado –y poeta- alemán, que le compuso unos versos cuando supo que lo trasladaban al frente ruso. El poema se convirtió en la canción “La chica bajo la farola”, que se hizo conocidísima durante la guerra, gracias también a que Rommel la escuchó y dispuso luego su emisión radial, casi cotidiana, en todos los frentes de batalla. No parecía muy buena idea “entusiasmar” a los soldados con el recuerdo de sus novias abandonadas, ¿o sí?