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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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IN MEMORIAM LEONARD COHEN (1934-2016). EL DESTACADO CANTAUTOR CANADIENSE FALLECIÓ LA SEMANA PASADA.

Vals fúnebre para un discípulo de Lorca

Vals fúnebre para un discípulo de Lorca



¿Es posible articular palabras coherentes y relevantes cuando uno ha perdido a un ser querido? En los años que practico el periodismo cultural, muchas veces he tenido que escribir obituarios, textos precedidos por un “In memoriam”, pero hasta la fecha poquísimos me exigieron tanto a nivel emocional: quiero escribir pero solo me salen garabatos. Hemos perdido a nuestro hombre, a Leonard Cohen. No volveremos a tener el gusto de experimentar en vivo ese rito en el que su cuerpo perfecto, arrodillándose y susurrándonos al oído, lograba que indefectiblemente bajemos la guardia. Hoy parece que olvidamos rezar a los ángeles. Y que los ángeles olvidaron rezar por nosotros. No, no queríamos que todo se ponga tan oscuro.

Hace unos meses, cuando falleció la inmortalizada Marianne Ihlen, el que fue su pareja y que la transfiguró en musa perfecta la despedía diciendo: “Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía. Ya sabes que siempre te he amado por tu belleza y tu sabiduría pero no necesito extenderme sobre eso ya que tú lo sabes todo. Solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga. Todo el amor, te veré por el camino”. Jamás pensamos que el “muy pronto” estaba tan cerca. Incluso después de escuchar la canción que abre el disco que presentó el 13 de octubre, hace unas semanas, que sonaba a despedida, a réquiem, no era previsible. Cuando en “You Want It Darker”, la canción que le da título al álbum, Leonard Cohen ya anunciaba (“Estoy listo, mi Señor”), permanecimos incrédulos. Tampoco aceptamos las clarísimas señales que le dio a David Remnick en su última entrevista para The New Yorker. Ah, el problema, desconsiderado señor Cohen, es que nosotros no estábamos ni listos ni preparados. No lo estamos. Jamás uno lo está para este tipo de perdidas.

La grandeza de Cohen se puede medir de muchas formas. Contuvo en su obra la larga tradición musical europea y una lírica de enorme belleza y profundidad. Fue la figura que, cuando el resto de la escena musical alucinaba, parecía estar iluminada. Parecía estar hecha de otra materia, de una más refinada. Su naturaleza parecía superior a la de los mortales. Mejoraba al mundo, pero parecía pertenecer a otro tiempo, a otro espacio. No por nada, cansado de la mundanidad de la vida, se apartó varias veces de su cotidianidad. Por ejemplo, en los años que convivió con Marianne, en la isla de Hidra, en Grecia. O cuando vivió en un templo budista, del que tuvo que salir empujado por su exasesora financiera, que lo estafó y lo dejó en bancarrota. Paradójicamente, para poder sobrevivir en este mundo, tuvo que volver al mundo. Y confirmó al público que los inconmensurables dones que había recibido de los dioses seguían intactos.

Ahora que muchos se han sumergido en el bizantino debate de si Bob Dylan merece o no el Nobel de Literatura, hay que recordar que pasó algo similar en 2011, cuando Cohen recibió el Príncipe de Asturias de las Letras y no el de las Artes. Pero al gran cantautor canadiense se lo cuestionó menos porque, antes de ser célebre cantando, ya lo era en círculos literarios por sus poemarios y sus novelas, The Favourite Game y Beautiful Losers. Conocido por su amor a García Lorca, cuando recibió el galardón mencionado dijo: “Fue el primer poeta que me invitó a vivir en su mundo”. Su admiración es tal que su primogénita fue nombrada con el segundo apellido del desaparecido poeta granadino. Se suele decir que Cohen se puso a hacer música a nivel profesional porque la literatura no daba de comer. De ser así, por una vez hay que agradecer que la literatura no sea comercial. Aunque en el mismo discurso de agradecimiento, Cohen reconoció que lo esencial que sabe de música lo aprendió de un joven guitarrista de flamenco que, después de darle unas lecciones, terminó suicidándose. Como si los dioses lo hubiesen usado de mensajero. En Cohen hasta lo azaroso resulta providencial. En otra parte de su agradecimiento dijo: “Siempre he tenido sentimientos ambiguos sobre los premios de poesía. La poesía viene de un lugar que nadie controla y nadie conquista. Así que me siento un poco como un charlatán al aceptar un premio por una actividad que no domino”. Evidentemente, las musas, lo divino, le hablaban al oído, pero lo que hacía con lo que escuchaba lo convirtió en un fundamental. Merecedor de todo reconocimiento. Fue también un eterno candidato al Nobel, pero ese es un premio menor en proporción a su obra, como, por supuesto, también lo es para la de Dylan.

Las lecciones recibidas de sus canciones son tantas, pero no todas son conscientes, y en estos momentos muchas no se quieren manifestar. Pero, como tantos, agradezco que me haya acompañado por ese complejo y duro proceso en el entendí que no soy un joven gitano. En el que abracé a la amabilidad y a la fidelidad como código ético. Así como su voz se hacía más grave, más grave se hacía la vida, y Cohen era una presencia infalible, nos enseñaba en cada disco que no hay cura para el amor, pero que el amor todo lo cura. Ah, profeta, gracias por enseñarnos a pronunciar con convicción: Aleluya.

Una de las frases que más me han ayudado para enfrentarme a la vida y que no dudo en usar como consejo certero, es de Cohen: “Madurar es saber que el universo no se arrodillará ante ti”. Supongo que otra forma de hacerlo es aceptar que los que deberían vencer a la degradación de la materia no lo pueden hacer. Resignación.

Cuando mi hermano Javier Rodríguez Camacho me avisó de la pérdida, solo atiné a decirle a mi mujer, desconsolado: “¿Por qué murió Leonard Cohen?”. Ella, en tono consolador, pero con un razonamiento aplastante me dijo: “Porque no es inmortal”. Quisiera que esa afirmación sea equivocada. Lamentablemente, no tengo los medios para refutarla. Pero, estoy seguro de que mientras la humanidad merezca ese denominativo, sabemos que no se lo dejará de amar y de escuchar. Hasta luego, Leonard. Buen viaje.

Filósofo, docente y periodista cultural - [email protected]