Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Sanjinés en las fauces del cine

Sanjinés en las fauces del cine



En 2016 se cumplen 50 años del estreno de Ukamau, primer filme del cineasta boliviano. Asimismo, el propio Sanjinés ha alcanzado una cifra redonda: 80 años de vida. Finalizamos en la RAMONA las celebraciones, con un texto más sobre la obra del director de La nación clandestina.

En un encuentro fortuito, es gracias a Jorge que yo terminé en las fauces de la cinematografía. Tras una larga entrevista–conversación, el 21 de diciembre del 2003, el director de las más destacadas piezas fílmicas bolivianas me lanzó una pregunta que cambió mi vida hasta estos días: “¿Y por qué tú no haces cine?”. En ese momento yo estudiaba biología, y solo había visto dos o tres películas del Grupo Ukamau, pero las recordaba con intensidad, sobre todo por la sensación de coraje y tenacidad que evocaban.

Cuando por primera vez vi El coraje del pueblo (1971), yo habré tenido nueve años de edad. Sentí la angustia vivida en esos campos mineros y la cruenta masacre que desató el Ejército boliviano sobre el pueblo indefenso. Lo recuerdo. En ese momento entendí la necesidad de ese hombre y su equipo de trabajo, aún anónimos para mí. Entendí la urgencia de contar una historia dolorosa, la angustiosa necesidad de “hacer conocer” la historia verdadera, de clamor y de lucha. Esa sensación la conservo aún intacta.

Un tiempo después pude asistir a Yawar mallku (1969), La nación clandestina (1989) y Ukamau (1966), en ese orden. Comencé a reflexionar no solo ante un lenguaje nuevo, el cinematográfico, que hasta hace muy poco me era completamente ajeno, sino que fundamentalmente pude construir, gracias a esos fragmentos que Jorge escogía (extraía), un imaginario de mi país —Bolivia—, y los momentos quizás más cruciales de su historia contemporánea.

Después de muchos años, tuve un momento mágico, la fortuna de compartir el visionado de La nación clandestina junto con el director y un muy especial público: tres mujeres aimaras, quienes llegaron a la ciudad de La Paz para una marcha de protesta. Jorge las contactó e invitó a su casa. Las señoras, no mayores de 25 años, asistieron a la película con miradas firmes, sin moverse. Yo solo las observaba a ellas, veía sus reacciones ante una película que Jorge había escrito y pensado para ellas, para el pueblo. Sus reacciones eran sinceras y sencillas, de un diálogo fluido e íntegro con la historia que estaban viendo, reconociéndose y sufriendo con los avatares de la narración del filme: eran ellas ante su propia historia. Las señoras hablaban torpemente el castellano, pero su gran ventaja era que no tenían que leer el subtitulado, como yo lo debía hacer. El filme estaba narrado en su lengua y subtitulado a la mía. La identificación de esas mujeres ante esa nación clandestina no era únicamente gracias al “idioma”, sino por el sentido de identificación que ellas mismas viven, la colectividad andina y la noción del tiempo cíclico, propios de su cultura —de nuestra cultura—, en sociedades en las que se piensa primero como grupo y después como individuo.

Gracias a esa experiencia es que vuelco todo mi interés en estudiar las películas de Jorge. Fue un error. Me di cuenta, tiempo después, que para entender su trabajo primero debía entenderme a mí mismo en mi sociedad, situarme y entender (participar) de sus dinámicas; comprometerme e involucrarme con mi cultura y con el legado histórico de los indígenas bolivianos, tan negados como idealizados; entender que las preocupaciones de Jorge y el Grupo Ukamau, sus reflexiones mayores, no están en las películas, no se las logra ver en la pantalla. Es necesario explorar en el origen y ese origen demandaba revisiones y cuestionamientos profundos y constantes.

La vida de las culturas andinas se concibe como un pacto con los demás, de los que se depende y a los que uno se debe. Sin entender los fundamentos filosóficos vitales del pueblos indígenas, es imposible pretender la comunicación, que nada tiene que ver con el idioma, sino más bien con la manera de componer la realidad. Es así que, por ejemplo, Sebastián Mamani (protagonista de La nación clandestina), película que recurre al protagonista individual, no puede existir si no conjunciona su destino con el destino colectivo. Esa es la fuerza, Sebastián Mamani vive y muere para integrarse a los demás.

Cuando el viejo “chakamani” le dice a Basilia, la esposa de Sebastián, que este está caminando al revés, de cabeza, y que no podría caminar parado si no estuviera de cabeza, está expresando una distinta manera de ver la vida, que es importante entender para entender la Bolivia que tenemos, nación compleja, abigarrada y profunda en la que dos más dos no siempre es cuatro, y donde mirar atrás es también ver el futuro.

Es así que, para mí, reflexionar en torno a la filmografía de Jorge Sanjinés, un hombre que hizo obra y puso su mirada en todo un país y su gente, me permitió (de alguna manera) acercarme a lo que es Bolivia hasta el día de hoy, y a lo que es el hombre boliviano, que para mí es el mismo que fue siempre.

Aquella primera y única entrevista que le hice a Jorge la realicé en un periodo muy doloroso para él. Acababa de despedir a Beatriz Palacios (1952-2003), su compañera y colaboradora, el amor de su vida. En ese momento, me acerqué al maestro y hoy, a sus casi 80 años, me parece ver a un Jorge recuperado y vitalizado, gracias a la fuerza de sus ideas y conceptos que le impulsaron a construir mucho de lo que es aún el cine boliviano. Por esto y por muchos motivos, siento necesario y urgente ver, estudiar y discutir su trabajo, que es un reflejo fiel de la historia de nuestros pueblos, con sus encuentros y contradicciones, fisuras e imaginarios. Y, una vez hecho esto, hay que empezar por entendernos a nosotros mismos, situarnos.

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*Texto publicado en Nuevo Texto Crítico. Iberian and Latin American Cultures, Stanford University.

Cineasta - @DiegoMondacaG