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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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El amor como ficción

El amor como ficción



Café Society, la más reciente película de Woody Allen, está en cartelera del cine Center de Cochabamba. Está protagonizada por Jesse Eisenberg, Kristen Stewart y Steve Carell.

Que Woody Allen estrene una película por año no es noticia. Tampoco lo es que cada estreno suyo siga concitando una expectable atención mediática en gran parte del mundo. Lo que sí es novedad es que una cinta de su autoría llegue a salas locales. Y lo es más aún que la copia que se exhibe esté en inglés y subtitulada al español, algo que, en estos tiempos de dictadura del doblaje, es poco menos que un exotismo, una concesión involuntaria a la nostalgia cinéfila. El filme que ha obrado este doble milagro, el de traer de vuelta a Woody Allen a la cartelera cochabambina y el de “obligarnos” a escuchar las voces originales de los actores y leer subtítulos, es Café Society, opus número 46 del realizador neoyorquino, que se lanzó oficialmente en el Festival de Cannes de este año. Claro que, siendo honestos, lo más probable es que su arribo a un cine local (se exhibe en el Center) no se deba tanto al prestigio de su director como a la popularidad de sus actores y, en particular, a la de su protagonista femenina, la ascendente actriz estadounidense Kristen Stewart. Por cosas así, uno hasta se siente tentado a pensar que su paso por la popularísima saga adolescente Crepúsculo ha cobrado finalmente sentido, ahora que su carrera se halla ya lejos de aquella experiencia, habiendo trabajado en los últimos años a las órdenes de realizadores de la talla de Olivier Assayas, Kelly Reichardt, Ang Lee o el mismo Allen.

Si el lanzamiento de una película por año de Woody Allen no es noticia, tampoco lo es que cada nueva estreno suyo divida las aguas de la crítica y el público. Están los que, con una saña enfermiza, solo esperan ver el nuevo filme de Allen para confirmar una hipótesis machacada hasta el cansancio: que el director de Manhattan se halla en franca decadencia creativa. Tampoco faltan los furibundos militantes “allenianos”, que suelen encontrar en cada nueva obra del cineasta judío destellos de su probada genialidad y que, de tanto en tanto, creen estar ante una cinta a la altura de sus clásicos de los 70 y 80. Cualquiera sea el caso, lo cierto es que el asistir al estreno –en salas, formatos caseros, internet- de la nueva película de Woody Allen se ha convertido en uno de los rituales más institucionalizados, y acaso uno de los últimos, de la cinefilia mundial. Un ritual que se cumple con similar espíritu religioso al que lleva al cineasta a hacer un filme por año.

A sabiendas de todo esto asistimos al visionado Café Society, una cinta que, desde ya, merece un sitial privilegiado dentro la obra más reciente (la de la última década) de Woody Allen; pero que, tampoco podemos mentirnos, está lejos de sus mejores películas (hablamos de Annie Hall, Manhattan, Hannah y sus hermanas, Zelig, Crímenes y faltas, por mencionar algunas). Se trata de un trabajo que parece confirmar la superación de la etapa “turística” que, con desigual suerte, llevó a Allen a filmar en Londres, Barcelona, París, Roma o San Francisco. Es, también, un filme que elude los dos polos extremos entre los que, con pocas excepciones, ha estado basculando su más reciente filmografía: la comedia atolondrada (A Roma con amor, Magia a la luz de la luna) y la tragedia sin concesiones (Blue Jasmine, Irrational Man). Café Society es, si se quiere, una obra más equilibrada, que bebe sin excesos del proverbial sentido del humor de Allen, pero que se permite probar algunos sinsabores, aunque sin llegar a extremos dramáticos como los de cintas anteriores. Está bañada de un halo nostálgico, cuando no melancólico, que la emparenta en más de un sentido con Medianoche en París. Como esa película de 2011 (que le reportó a Woody su último Oscar, en el apartado de guion original), Café Society se aferra a la idea de que todo pasado fue mejor que el presente que nos toca vivir. Si la primera se entregaba a la efervescencia cultural e intelectual del París de los años 20, esta última funciona en gran medida como un homenaje al Hollywood de los años 30, a las cintas que producían sus grandes estudios, pero también a la escena social y glamorosa que la circundaba.

El guion de Allen se presta perfectamente a este nuevo ejercicio romántico de nostalgia. Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg), un joven judío, deja su natal Nueva York para probar suerte en Los Ángeles, atraído por el esplendor propio de la industria cinematográfica en la década de los 30. Busca la ayuda de su tío Phil (Steve Carell), un exitoso manejador de estrellas de Hollywood, que a regañadientes le da trabajo. Su estadía en la “meca del cine” le permite codearse con la crema y nata de la ciudad, pero, más importante aún, le lleva a enamorarse de Vonnie (Kristen Stewart), la secretaria de su tío. Sin embargo, ella es la amante de un hombre mayor y casado, con el que finalmente elige quedarse en lugar de con Bobby, quien vuelve desamorado a Nueva York, donde comienza una nueva vida. Se vuelve gerente del club nocturno que da nombre al filme y cuyo dueño es su hermano Ben (Corey Stoll), un gánster que hace fortuna gracias a negocios non sanctos. Rehace su vida sentimental y se casa con una joven divorciada (Blake Lively), con la que tiene un hijo. No obstante, su comodidad se ve alterada cuando Vonnie y su nuevo marido viajan a Nueva York. El reencuentro entre ambos les descubre que el amor que se profesaron aún no se ha extinguido.

Fotografiada por el gran Vittorio Storaro (cinematógrafo de Apocalypse Now y habitual colaborador de Bertolucci) y musicalizada con el jazz alborozado de la época en que se ambienta, Café Society juega a contraponer formalmente los dos grandes escenarios en que se desenvuelve: Los Ángeles y Nueva York. El primero se revela con una luminosidad (propia de su sol y sus playas) que no siempre es análoga al esplendor, sino también al encandilamiento. Mientras que el segundo encarna la nocturnidad de sus clubes y de las oscuras tropelías en las que está involucrado el hermano mafioso de Bobby. Cada uno de estos estilos se corresponde con las dos expresiones cinematográficas a las que la película rinde homenaje y en cuya tradición también se inscribe: el melodrama romántico y el cine de gánsteres. En tanto la relación amorosa entre Bobby y Vonnie se consuma principalmente bajo el sol y los carteles fulgurantes de Hollywood, las fechorías criminales de Ben se desenvuelven al amparo de las sombras de los bajos fondos neoyorquinos.

El tributo a estos dos géneros cinematográficos, tan asociados a los años 30 del pasado siglo, habla de la nostalgia con que Allen evoca esa época dorada y, sobre todo, el cine de esa época dorada. Su gesto nostálgico se afianza aún más en la interpretación que destila en torno al romance. En un texto sobre Medianoche en París, decía que, para el ya octogenario cineasta, el pasado es una ficción que, solo una vez cubierta por el tamiz de la idealización, puede ser concebida y hasta añorada con optimismo e ingenuidad. Algo parecido parece sugerirnos Woody Allen en su más reciente filme, aunque ya no en alusión al pasado, sino al amor romántico, del que, a diferencia de lo que sostiene en algunas comedias, se muestra más escéptico. Porque la relación entre los dos protagonistas, aun rebosante de deseo y de cariño, parece solo ser posible en el pasado. O en los sueños. Mientras Bobby le asegura que no ha habido un solo día en que haya dejado de pensar en ella, Vonnie le confiesa que sigue soñando con él. Sin embargo, los otrora enamorados, casados con otras parejas y con vidas ya establecidas en diferentes ciudades, intuyen que lo suyo solo puede pertenecer a ese territorio que cobija la nostalgia y los sueños: la ficción. El pragmatismo se ha impuesto sobre sus sentimientos. La vida real ha desplazado al romance. Así que solo les queda volver a revivir su amor en los recuerdos y los sueños. Su París es Los Ángeles. Y siempre tendrán Los Ángeles. Siempre tendrán la ficción. Así como Allen siempre tendrá el cine de Hollywood de los años 30.

Periodista – [email protected]