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Sobre aquella Soledad

Sobre aquella Soledad



Rousseau definió su espinazo. Después, la Alemania de Werther la dejo caminar. Siguieron Wordsworth, Coleridge y Byron. Y retornó la soledad a Francia, albergada en Lamartine, Musset y Hugo. Ese fue su primer circuito. Esa, su primera intimidad.

La soledad no se da en el espacio. Al menos no en el profano. La silla abandonada en el parque no puede nunca estar sola. Estar solo es asumirse, centrarse, tomar responsabilidad. Para quien es responsable, el momento presente contiene el pasado y predestina el futuro. Y, por esto mismo, la responsabilidad es el peso, la substancia, el pathos que atormenta al artesano. Un artesano en compañía puede ser amante, guerrero u orador, pero nunca artesano en oficio. La soledad es siempre el taller del arquitecto.

Rousseau fue responsable. Worsworth fue responsable. Soledad ¿fue responsable?

Soledad es el nombre con el que se bautizó, a la sombra de la palabra, nuestra Adela Zamudio, y ella es, para nosotros, el destino pleno de cada fragmento disperso del romanticismo boliviano.

El romanticismo es una poética de la soledad y, por ello mismo, de la responsabilidad. El romántico siente el dolor de todo aquello que, habiendo pasado por sus manos artesanas, no ha permanecido. La intensa agonía romántica no es otra que la frustración del hacedor de castillos efímeros, del obrador de arquitecturas, no de arena o de hielo, sino de un material mil veces más precario: de tiempo profano.

Ser arquitecto es estar en la soledad responsable. El Archi-téct’n reserva para la propia obra el Archein (el actuar principiante, el acto primigenio, el acto responsable) y, por esto, la arquitectura solo es posible si en cada instante presente nos responsabilizamos como guías (archon), como forjadores. Cuando lo presente es ya pasado, todo lo acontecido deja de pertenecer a nuestro gobierno: es sagrado, cerrado en sí mismo, irreverente.

Todo lo así ya obrado es, por su esencia misma, distinto de lo deseado. Lo deseado sería que fuese presente, como arcilla fresca o susceptibilidad.

Su vocación artesana es, pues, para el moderno, una paradoja. En sí misma, ella hace de su producto una fuga. “De hambre y de sed, narra una historia griega, muere un rey entre fuentes y jardines”. Se toma responsabilidad y se funda un espacio para el ser responsable, pero la esencia de la responsabilidad no es ser, sino únicamente fundar. Por esto, la responsabilidad del hombre actual es sordera parcial para el habitar.

Estas son las heridas que pueblan el sentir romántico, pero ¿es Zamudio —nuestra delicada Soledad— un alma arquitecta? ¿Es su poética el trabajo de un ser responsable?

Sí y no.

La poética de Zamudio se sostiene en la autoafirmación de la intimidad, en el señalamiento del yo como viviente, sufriente y muriente. Pero esta no es una poesía de la responsabilidad. Zamudio entiende que el arché no es una posibilidad suya —o del hombre—, entiende que la artesanía no es potencia de aquel espacio del que surge su palabra. Para Adela, el presente no es el ámbito de la responsabilidad artesanal, es el “aquí” en la senda de un peregrinaje cuya actividad es exactamente igual a la espera.

Lo que caracteriza el romanticismo de Zamudio es ser un ir que aguarda, un transitar que entiende al caminar como un modo de adecuar el oído al destino. Por esto la belleza que en su poesía se desprende de los paisajes no es una cualidad estética, sino ontológica. Habla de la provisionalidad de “esta belleza” y anuncia el destino esencial de “aquella”, habla del ser en el modo del estar prometido, del estar-en-camino. La soledad de Zamudio es una soledad de sustancia distinta.

Y por ser justamente un andar en el modo del preparar-la-escucha, esta palabra deja paulatinamente de ser una descripción paisajística para encontrar su morada más propia en lo sencillo del corazón humano, en la confesión del acá más modesto, de ese acá que es virtud y luz del allá prometido.

“Vuelo a morar en ignorada estrella…”.

Esta no es una declaración de arquitecto, no es una afirmación responsable. El artesano pone el acento en la estrella que ve o ha visto, que es o ha sido, nunca en la que ha ignorado, en la que será una vez que el obrar se haya ido.

Zamudio es la palabra habitante, la que funda la responsabilidad de la espera. Ser responsable es, con ella, no un asumir el peso del ahora, sino afianzarse en el tono del destino. Adela es en la soledad, sí, pero no en el modo del afirmarse, sino en el de saberse destinado a partir.

Yo elevo una oración por esa estrella y espero algún día dejarme en ella, solo eso.

Filósofo - [email protected]