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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Nana: filmar lo cotidiano

Nana: filmar lo cotidiano



El próximo 10 de noviembre se estrena el documental nacional Nana, de Luciana Decker Orozco, en la Cinemateca Boliviana de La Paz. Publicamos una crítica del filme

El cine boliviano de calidad existe, pero las grandes salas comerciales no parecen ser un espacio para poder disfrutarlo por la radicalidad y sinceridad de sus propuestas. Nana de Luciana Decker es la demostración más patente de la buena salud del cine nacional, tanto en por propuesta estética, como por revelar al espectador una visión muy personal e íntima que hace parte del mundo de la cineasta —formada en la Escuela Popular para la Comunicación.

La película parte de una premisa muy sencilla: Decker decide retratar, por razones que en el momento de la filmación no son claras para la realizadora, a su nana Hilaria. Más que ensayar un discurso sociológico sobre las curiosas relaciones que se dan en las familias bolivianas entre las nanas y los niños que tienen a cargo, Decker se decide por un retrato de la intimidad. Más bien dicho, de un coretrato, puesto que la realizadora, siempre con cámara en mano, dialoga, con un cariño que se destila a lo largo del metraje, con su nana. No se trata pues de un filme-alegoría, sino más bien de una película-experiencia. Lo que cuenta en la película es simplemente la relación de intimidad, de amor, entre la realizadora y su nana.

Bresson decía que el arte del cinematógrafo consiste en la paradoja de esperar lo inesperado. Ese es justamente el mérito de Decker. El filme, con sus planos largos, hace que de a poco se vaya construyendo la relación entre la cámara y la persona filmada. Lo inesperado en el filme de Decker es una intimidad absolutamente inédita en un tipo de relación que ha sido velada siempre por un discurso sociológico cansino. Lo que aparece en la película es la frescura, la inocencia de una mirada, el mero encuentro entre dos personas que han compartido una gran parte de sus vidas juntas.

Esta inocencia que la película destila parte de un curioso proceso creativo. Según cuenta la directora, ella comenzó a filmar a su nana sin ninguna intención o, por lo menos, sin la intención de hacer una película. Se trata de hacer una película sin saber que se la está haciendo, sin presiones de intervenir una realidad a favor de un discurso cualquiera. La película es la escritura de un diario íntimo. Un cine en construcción, un cine de la realidad pura, un cine de la intimidad.

El filme permite, pues, repensar desde otro ángulo las relaciones que el cine boliviano y la sociología siempre han planteado en tanto problemáticas (como la relación entre lo indígena y lo “no indígena”). Este ángulo se trabaja a través de la mera observación de una cotidianidad. En ese sentido, la película se acerca a El corral y el viento (2014, Bolivia) de Miguel Hilari (quien ha animado a Decker a convertir este diario íntimo en una película), en donde una observación participativa pone en duda ciertas categorías sociológicas. Ese es el poder del cine, el de repensar la cotidianidad desde la cotidianidad misma y, a partir de ello, escapar de las generalizaciones para concentrarse en entrañables individuos. En este caso, la nana Hilaria.

Critico de cine, académico y docente -

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