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FERIA LIBRE

El gran Teodocreto

El gran Teodocreto
El 16 de septiembre falleció a los 90 años el arquitecto mexicano Teodoro González de León, a quien un medio de prensa local señaló como “Poeta del concreto”. El apelativo es justo, aunque tiene un deje de irónico, ya que Teodoro fue mucho más que eso. Tuve oportunidad de departir con él alguna vez en el DF y recuerdo con cariño y admiración su conversación culta y su modo de ser afable y modesto. Sabía mucho de arte, sobre todo moderno y de música del siglo XX. Era un esteta de su tiempo, todo lo cual era coherente con su arquitectura audaz y rupturista, ajena a cualquier propósito adocenado.

Ya lo comprobaría al conocer sus obras paradigmáticas de la capital mexicana: el edificio del Fondo de Cultura Económica, el Museo Rufino Tamayo, la sede de El Colegio de México, la Biblioteca Pública Estatal; así como el Centro Administrativo de Gobierno en Villahermosa, Tabasco, un homenaje a la grandiosidad de la cultura olmeca, la de las cabezas gigantes. Tuve la oportunidad de trabajar allí.

Hice más que eso. De algún modo la búsqueda de algunas de sus colosales obras se transformó para mí en una suerte de peregrinación dentro de otras peregrinaciones que hice en alguna época: la cerveza, la pintura religiosa, el embrujo de los ríos y los templos paganos. Desde ya visité las embajadas de México que construyó en Brasilia (una edificación que no desmerecía frente a la monumental propuesta urbana de Niemeyer); en el nuevo Berlín que pasaría a ser la capital de Alemania tras la unificación; en ciudad de Guatemala, una construcción que es una joya escultórica. No puedo dejar de mencionar otra obra suya: la Escuela Superior de Música del Centro Nacional de las Artes, un inmueble de ingeniosos guiños melómanos.

González de León estudió con Le Corbusier y participó en los equipos de trabajo para proyectos como la Unidad de Habitación de Marsella y L’Usine Duval de Saint Dié. No cabe duda que los conceptos del arquitecto francés influyeron en obra; aunque no menos el legado arquitectónico de los antiguos mexicanos. De allí su uso de las rampas, las diagonales piramidales, el quiebre de los muros, las asimetrías, la majestuosidad. En otras palabras, el lenguaje de la arquitectura entendida como arte mayor (su etimología).

Su amor al arte hizo participar a González de León en proyectos museísticos donde colocó su marca, tales como el Museo de Sitio en Tajín (pirámide maya), la Sala Mexicana en el Museo Británico, el Museo Nacional de Arte Popular en el antiguo Edificio de Bomberos de la Ciudad de México, y el Centro Cultural Bella Época en el viejo Cine Lido.

Tuvo sus detractores en México, que lo han seguido rebajando incluso en las notas necrológicas. Su notable concepción del concreto como material le valió el mote de Teodocreto, y un alto edificio en forma de U invertida fue apodado “los pantalones de Teodoro”. Un sabihondo en una nota en un diario español llegó a decir que era “un buen dibujante”. Otros aprovecharon de vengarse por la envidia que suscitaba al ganar proyectos y premios. Cabe señalar que otros arquitectos colaboraron con Teodoro, y nunca dejó de reconocer sus aportes en los proyectos que salían de su mente iluminada.

Escritor chileno - www.bartolomeleal.cl